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A 50 años del golpe: la ineludible distinción entre víctimas y victimarios Opinión

A 50 años del golpe: la ineludible distinción entre víctimas y victimarios

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Francisco Flores R.
Por : Francisco Flores R. Magister en psicología, mención Psicoanálisis y Diplomado en Filosofía y Psicoanálisis (Buenos Aires ). Director ONG Mente Sana. Actualmente soy el encargado nacional de la Secretaría de Estudio y Programa del Partido Socialista.
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La conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile es un momento de introspección y análisis profundo. Es una oportunidad para aprender de nuestro pasado y trabajar en la construcción de un futuro más justo y equitativo. Debemos asegurarnos de que los horrores del pasado no se repitan y, así, Chile pueda avanzar hacia un porvenir de justicia para cada uno de sus ciudadanos.


En la conmemoración de medio siglo desde el golpe de Estado en Chile, emergen naturalmente diversos análisis y publicaciones que enfatizan la necesidad de una autocrítica profunda y una crítica política. Sin embargo, en este proceso de reflexión y análisis, es fundamental no perder de vista la distinción esencial entre aquellos que sufrieron como víctimas y aquellos que perpetraron los actos de opresión.

El repudio hacia los sucesos dolorosos que enmarcaron aquel periodo no puede equipararse a meras especulaciones sobre lo que pudo haber sido distinto. Es imprescindible dirigir la crítica hacia los procesos históricos que efectivamente tuvieron lugar y hacia los protagonistas que los llevaron a cabo, en un análisis político y contextual que se erige como un imperativo. Sería como exigir, al condenar con toda justicia los crímenes del nazismo, enfatizar al mismo tiempo la radicalización política imperante o las condiciones impuestas a Alemania tras la Primera Guerra Mundial.

No obstante, en ningún caso puede ello empañar la condena irrevocable hacia todos los horrores que realmente acontecieron. Debemos conservar esos recuerdos en nuestras mentes, con la firmeza de no retornar nunca, bajo ninguna circunstancia, en nombre de ningún amor u odio.

La autocrítica que debemos ejercer como sociedad implica reconocer los errores y las responsabilidades que se derivan de aquellos trágicos sucesos. La crítica política, por su parte, nos insta a comprender en profundidad los factores que propiciaron y permitieron la consumación del golpe de Estado.

Es imperativo asumir la responsabilidad colectiva; no obstante, esto no puede convertirse en una excusa para desviar la atención de aquellos que perpetraron violaciones a los derechos humanos, ocasionando sufrimiento y dolor a innumerables personas. La autocrítica y la crítica política no se pueden convertir en justificaciones encubiertas para los responsables de actos inhumanos.

En este sentido, la reflexión y la autocrítica no deben usarse como herramientas para relativizar el derrumbe de la democracia, así como el sufrimiento padecido por las víctimas. La condena a los horrores cometidos no debe ser ensombrecida por otras consideraciones, por más complejas que estas puedan ser.

Recordar los sucesos trágicos y el sufrimiento vivido no implica, en absoluto, fomentar un clima de rencor y odio. Más bien, debe ser un recordatorio constante de lo que no deseamos repetir, un llamado a construir una sociedad justa, inclusiva y respetuosa de los derechos humanos.

En esta conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile, es imperativo adoptar una postura de autocrítica, pero también de compromiso, para no permitir que la memoria de las víctimas se diluya ni que se justifiquen las acciones de los perpetradores. Solo así podremos avanzar hacia un futuro donde la violencia y la opresión sean relegadas al pasado, y donde la justicia y el respeto a la dignidad humana se conviertan en los cimientos inquebrantables de nuestra sociedad.

La solemnidad de este aniversario nos insta a reflexionar sobre nuestro pasado, pero también a proyectar hacia el futuro. Sin permitir que la nostalgia o la amargura nos paralicen, ni tampoco ignorar las lecciones aprendidas de aquella época. Es nuestro deber construir una sociedad que sea capaz de reconocer los errores del pasado y trabajar incansablemente para garantizar que nunca se repitan.

La autocrítica y la crítica política deben ir de la mano, caminando juntas pero sin mezclarse. La autocrítica nos invita a mirar hacia adentro, a examinar nuestras acciones y actitudes para corregir aquello que no está en consonancia con los principios democráticos y los derechos humanos. La crítica política, por su parte, nos exige cuestionar y analizar las estructuras y los sistemas que permitieron que el golpe de Estado ocurriera, para así fortalecer nuestras instituciones y garantizar la protección de los derechos fundamentales.

No obstante, es crucial mantener siempre presente la distinción entre las víctimas y los victimarios, así como entre democracia y dictadura. 

La conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile es un momento de introspección y análisis profundo. Es una oportunidad para aprender de nuestro pasado y trabajar en la construcción de un futuro más justo y equitativo. Debemos asegurarnos de que los horrores del pasado no se repitan y, así, Chile pueda avanzar hacia un porvenir de justicia para cada uno de sus ciudadanos.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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