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Comisión Presidencial para la Paz: una solución vertical ante complejidades horizontales Opinión

Comisión Presidencial para la Paz: una solución vertical ante complejidades horizontales

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Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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Comisionar la paz, en la forma de una decisión administrativa, que tributa al diseño de una solución y a la implementación de ese diseño, es un deporte de bajo rendimiento conocido en Chile. Los gobiernos que se han sucedido desde 1990 han tenido la oportunidad histórica de dejar un legado: la apertura de una negociación política para abordar la complejidad e incertidumbre del conflicto entre el Estado y la sociedad chilena con las comunidades mapuche.


¿Por qué la autoridad política, representada por el Presidente Gabriel Boric no se planteó como un escenario plausible y sostenible abrir un efectivo proceso de negociación política para abordar el conflicto histórico, estructural y cultural entre el Estado de Chile y las comunidades mapuche? Siendo la negociación un mecanismo de resolución pacífica de conflictos, ¿por qué se eligió un método de administración del conflicto como la decisión administrativa? (es decir, una comisión).

Convengamos, primero, que existen diversos enfoques para el tratamiento de los conflictos, entre los más conocidos están los de administración de conflictos, gestión de conflictos, resolución de conflictos, terminación de conflictos, regulación de conflictos y transformación de conflictos. Cada uno de estos enfoques teórico-metodológicos cuentan con sus respectivas cajas de herramientas y tecnologías. Por ejemplo, el enfoque de transformación del conflicto no implica resolver el conflicto para las partes directamente implicadas, pero sí transformar la poética, estética y ética del conflicto para el conjunto de la sociedad y para las partes implicadas en su origen y en la evolución del conflicto, incluyendo las fases naturales de posconflicto.

La adopción de un enfoque principal y otros enfoques complementarios depende del tamaño, naturaleza, data, dinámica, multicausalidad y tipología del conflicto a tratar. No es lo mismo el enfoque de “terminación del conflicto” que emplea Putin en relación con la invasión a Ucrania, en el encuadre del asedio de la OTAN hacia las fronteras rusas, que el enfoque de “resolución de conflicto” que adopta Petro en las negociaciones con el ELN en Colombia, en el marco de un enfoque mayor de “transformación de conflictos” con su idea y aspiración de la “paz total”.

En la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento que pretende impulsar el Presidente Boric prima la opción política de administrar el conflicto; es decir, el enfoque de administración del conflicto, a través de una decisión administrativa, como la Comisión Presidencial y, en sus puntos enunciados, se aspira a complementar dicho esfuerzo, eventualmente, con el enfoque de “regulación del conflicto”, respecto de los objetivos de su mandato y del informe que procese la Comisión como producto de su trabajo acotado, exhibiendo los puntos 3 y 5 de su mandato, el carácter autoritario y verticalista del Estado de Chile. Cabe recordarle al Presidente Boric que diálogo y negociación son dos tecnologías distintas en objetivos, medios, alcance e impacto.

Sabemos que, en una sociedad, los actores enfrentados a conflictos disponen de diferentes medios y mecanismos, que varían sobre la formalidad del proceso, el carácter reservado del mecanismo utilizado, las personas comprometidas y las consecuencias de sus decisiones. Por años ha prevalecido la fórmula de evitación del conflicto, que se caracteriza por la carencia de poder necesario para obligar a un cambio, porque no se cree en la posibilidad de un cambio para mejorar, o porque, en este caso, “el tema mapuche” no es tan importante.

Por décadas han existido discusiones informales destinadas a tratar este tipo de conflicto con el fin de zanjar las diferencias, cuyos resultados no aseguran en el tiempo la satisfacción de las personas comprometidas, o se abandonan por falta de interés o falta de capacidad procedimental para solucionarlas, complementadas con la instalación de comisiones de verdad, planes regionales de gobierno y conversaciones públicas y/o diálogos, acotados a la mirada del Estado de Chile y de sus autoridades de turno. Es ahí donde, en la articulación vertical de la sociedad democrática, prevalece una cultura autoritaria en la toma de decisiones, para el abordaje de los conflictos y aparece como medio natural la decisión administrativa.

La decisión administrativa es la adopción de una decisión, con rango de jerarquía establecida o de un interventor mandatado, donde quien adopta una decisión con o sin el concurso de las partes e impone un criterio de solución privada o pública, según el contexto organizacional o social, intentando equilibrar las necesidades de todo el sistema y los intereses de sus componentes. Bueno, eso es la comisión presidencial, nuevamente orientada al “diseño de una solución” y no a la exploración vinculante de “soluciones de diseño” adaptativas, sensibles y sostenibles.

El problema no radica en que el sistema democrático ponga en escena una decisión administrativa como la creación de una comisión, sino en constatar cuán suficiente o precaria es nuestra cultura de tratamiento de conflictos y el empleo de medios o mecanismos para abordar los conflictos, tomando en consideración que históricamente nos hemos movido entre acotados enfoques y escasos medios, muy a contracorriente de los avances científico-tecnológicos y la evolución de las prácticas sobre construcción de cultura e infraestructura de paz, que nos provee de una riqueza de enfoques, mecanismos y tecnologías, para aprender de nuestros conflictos con plena participación horizontal y decisional de las propias comunidades en los territorios.

Tampoco se trata solamente de aprender de las experiencias de otros países, que han tenido que enfrentar relaciones conflictivas entre un Estado nación y sus pueblos originarios, porque las soluciones son diversas y del tamaño de esas conflictividades. El qué, incluso, puede estar claro; por ejemplo, conocer y aprender que algunos países saben que este tipo de relaciones conflictivas se abordan en su especificidad con cada comunidad o pueblo originario y no con una totalidad que solo existe como entelequia desde la mirada verticalista del Estado. El exministro Moreno tiene claro este asunto. Sin embargo, el problema no resuelto es el cómo, porque, evidentemente, una comisión y él como comisionado solo se van a encuadrar en el enfoque de administración del conflicto y en el mecanismo de la decisión administrativa. Más de lo mismo.

Lo que es válido para la guerra en Eurasia y para las regiones de la macrozona sur de Chile es que no se va a conseguir y sostener la paz ni el entendimiento si no se avanza hacia una concepción que aborde la complejidad del conflicto, entendida como el esfuerzo de construir cultura e infraestructura para organizar y promover las paces en los territorios. En eso radica la complejidad sobre el tamaño, naturaleza, data, dinámica, multicausalidad y tipología del conflicto a tratar entre el Estado de Chile descentralizado y las comunidades mapuche donde, dentro del enfoque marco de transformación del conflicto, tienen cabida esfuerzos de regulación, resolución y administración del conflicto en sus especificidades, para la búsqueda y adopción de soluciones de diseño en la forma de acuerdos flexibles, sensibles y sostenibles.

Un mecanismo estratégico ante un enfoque integral (transformación-resolución-regulación-administración) es la negociación, sobre todo si se comprende la cuarta dimensión (espacio-tiempo) de este mecanismo resolutivo de carácter político. Desde un enfoque clásico, la negociación es un proceso de interacción en una relación de interdependencia entre dos o más actores, donde se conjugan beneficios, necesidades e intereses afines, antagónicos o diferentes, pero compatibles. En una negociación, las partes se incorporan voluntariamente, con el propósito de proponer asuntos procedimentales y sustantivos, e intercambian recursos específicos para resolver cuestiones intangibles y tangibles, incluyendo la forma que la relación adoptará en el futuro, manteniendo en modo activo los archivos y memorias de esa relación por construir.

Negociar en este siglo XXI exige cambiar la concepción del poder como gestión de la supremacía de los intereses y necesidades de unos por sobre otros y exige pensar y actuar con sentido de herencia. La negociación es ciencia, tecnología, arte y artesanía, cuando las personas deciden situarse al centro de los procesos de innovación colaborativa, impulsando soluciones de diseño apreciativas y policromáticas desde el hogar, lugar de trabajo, barrio, ciudad, región o país.

La negociación política en cuarta dimensión invita a visitar el campo energético que se produce en un co-laboratorio (plataforma colaborativa multidimensional) como espacio de experimentación conjunta, surgida de la fortaleza de las actorías y no de sus debilidades. Invita a disponerse a observar la energía negociadora que emana de sus participantes, concentrados en lo que resulta, funciona o tiene viabilidad, y analiza la fluidez de sus fortalezas. Desde ahí, codiseñan y evidencian aspiraciones y oportunidades, gestionando y evaluando sus resultados.

En la estética de estas negociaciones, para hacer las paces en los territorios, desaparece la clásica mesa de negociación y la figura de “el negociador”. El espacio-tiempo de las personas, en modo innovación colaborativa, se transforma en inteligencia conversacional y creatividad dialógica, cuando asoma la complejidad y la incertidumbre en medio o en el entorno de la negociación.

La negociación es un campo de juego cultural, donde las personas, organizaciones y comunidades de la macrozona sur de Chile pueden defender, sobrevolar y transformar sus intereses, necesidades y creencias temporales o generacionales que las sustentan como tales. El juego dialógico de la negociación política constata que el equilibrio es el óptimo y que, el óptimo, de ninguna forma puede ser expresión de un máximo, ya sea en la versión de John Nash o de nuestro Mario Góngora, porque la sostenibilidad del óptimo se juega en el equilibrio, donde la inestabilidad y las incertezas son parte de la construcción de escenarios para la viabilidad política.

Comisionar la paz, en la forma de una decisión administrativa, que tributa al diseño de una solución y a la implementación de ese diseño, es un deporte de bajo rendimiento conocido en Chile. Los gobiernos que se han sucedido desde 1990 han tenido la oportunidad histórica de dejar un legado: la apertura de una negociación política para abordar la complejidad e incertidumbre del conflicto entre el Estado y la sociedad chilena con las comunidades mapuche.

Veamos cómo le va al Gobierno del Presidente Boric pidiéndole el give me five (“dame esos cinco”) a los comisionados para esta tarea. Al menos, ya sabemos cómo debería inaugurarse una futura negociación política el día en que caigan las desconfianzas y se asomen las confianzas constructoras de futuro: Mari mari Kom pu che (“Tus diez y mis diez, mirándonos a los ojos).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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