¿Qué puede hacer la universidad, masificada hasta el colmo con estudiantes que no comprenden ni pueden generar comprensión? ¿La más refinada de las habilidades cognitivas? Educar, decía uno de los mejores presidentes de Chile, es gobernar.
En los albores de la cultura, de la que nos hemos alimentado y conservado durante siglos, aparece el aserto que dice que nadie puede cruzar dos veces el mismo río. La historia de las naciones y de los pueblos lo muestra, por más que uno u otro afirme, a modo de esquema histórico, que la historia se repite antes como tragedia y luego como farsa.
Sin embargo, no hay repetición de la experiencia. La propia, la individual, lo expresa con total desparpajo: nunca podemos echar pie atrás, ni revertir el pasado, o borrar de nuestras vidas lo indeseable y doloroso que hemos vivido. Para eso se inventó el arrepentimiento y la culpa. Pero para los seres libres, es decir, los que tienen responsabilidad sobre sus actos, ni la culpa ni el arrepentimiento tienen efectos hacia el pasado. En el mejor de los casos ese efecto puede ser hacia adelante, hacia el futuro. Pero, aunque volviésemos a actuar como en el pasado, nada, ni nosotros ni los hechos, serán lo mismo. Este saber no nos libera de que repitamos conductas o actitudes, pero las aguas serán siempre otras, porque nuestra experiencia anterior habrá obrado en nuestro conocimiento respecto de nosotros y de los demás. La idea de que existe la repetición es quizás una forma de hacer más comprensibles algunos hechos nuevos que podemos asociar a otros antes vividos, lo que nos puede ayudar a procesar mejor el presente, pero que no cambia en nada lo que ya ocurrió.
Garantizar la no repetición es, por lo anterior, una utopía y, en el peor de los casos, un brote de mala conciencia. El futuro no está garantizado nunca. Si el futuro estuviese cubierto por garantías, las primas para ello no serían suficientemente accesibles y los que suelen hacer del futuro un negocio rentable, vendiendo seguros, se verían en la bancarrota muy pronto. El futuro es lo que paradójicamente empuja la flecha de la vida. Nadie quiere, salvo en pesadillas, que la vida sea algo garantizado, porque qué sentido tendría vivir sabiendo que no hay cambios en el libreto y que todo lo que viviremos será previsto. Esa oferta es la que los dioses garantizaban a Edipo, pero el mismo príncipe se rebeló a ello, cayendo así en su terrible destino. Ese destino trágico no es el de los hombres y las mujeres de este tiempo. Empecinarse en leyes o normas de no repetición no considera que los orígenes de las luchas políticas están en las disputas de intereses personales, de clase, de grupos o de sectores, de culturas o generaciones históricas. Es más probable que llueva café en el campo antes que ponernos de acuerdo sobre el pasado y sobre garantías de no repetición del pasado.
Quizás, para no eludir el fondo, la garantía de una educación en valores comunitarios, de respeto por las ideas propias como de las de los otros, la formación en los deberes y los derechos que supone la vida democrática, el poder de la argumentación, pero también de la fuerza, innegable como todo lo anterior, sea una forma de garantizar mediante el sistema escolar, una convivencia mejor. Pero sin duda, para ello, la educación es un ingrediente, y digo que es sólo un ingrediente, decisivo. Quizá la mejor garantía sería que todas las niñas y niños que nazcan en este suelo, como los que lleguen -porque sigamos siendo el asilo contra la opresión-, reciban desde los primeros años hasta sexto básico la mejor educación que todos estemos dispuestos a fomentar, con acuerdo y consenso de todas las fuerzas políticas. Mejorando la calidad de los docentes, incentivando que sólo los más calificados y las más preparadas sean quienes tengan en sus manos a las generaciones que producirán los cambios que se sostendrán, a la vez, en esas nuevas vidas. ¿Qué puede hacer la universidad, masificada hasta el colmo con estudiantes que no comprenden ni pueden generar comprensión? ¿La más refinada de las habilidades cognitivas? Educar, decía uno de los mejores presidentes de Chile, es gobernar. No garantizar el futuro de la educación es esperar, a la vuelta de la esquina, mano de obra barata; pero es no garantizar, también, la ansiada paz social, en la misma proporción. ¿Por qué no posponemos el encono, por cincuenta o cien años, para convenir en una gran reforma a la educación, que garantice un futuro mejor a niñas y niños, para que tengan la oportunidad, en las aulas de Chile, en el futuro, de saber qué país somos, de dónde venimos, para dónde podemos ir, qué podemos saber y qué podemos hacer por nosotros mismos y por los demás, garantizando así un futuro al menos sin los mismos enconos que nos han ahogado por más de doscientos años?