Sobre el libro de Hugo Herrera, El último romántico. El pensamiento de Mario Góngora.
Hugo Herrera viene de publicar el libro El último romántico. El pensamiento de Mario Góngora. El libro es extremadamente instructivo respecto de las múltiples dimensiones de la obra de Góngora, particularmente su enfoque interdisciplinar, la especial atención en las emociones y relaciones humanas, su crítica del racionalismo moderno y la integración de ideas filosóficas en lo que Herrera reconstruye en clave de romanticismo. El modo en que se articula el libro ahonda más aún en esa diversidad: parte con una semblanza de la generación de 1938 en Chile en la que se inscribe el joven Góngora (cap. 1); continúa con un muy interesante análisis de la compleja relación entre derecho y la justicia tomando sobre todo como contexto la América española (cap. 2); la relación entre individuo y Estado en tanto que relación orgánica (cap. 3); su conocida descripción de la política del siglo XX chileno caracterizada por proyectos de planificación global, englobando y distinguiendo en ella su crítica al neoliberalismo y al proyecto refundacional de la dictadura (cap. 4); la crítica a la lógica sujeto-objeto en tanto que fundamento de los enfoques con que se entiende la experiencia del individuo, su relación con el entorno y las comprensión de la vida social y la comunidad política (cap. 5).
La densidad filosófica de este último capítulo se compensa con unas conclusiones que logran cerrar bien la idea de Góngora como un exponente del romanticismo, y el significado de ello para las nociones racionalistas y economicistas de progreso, la relevancia de la experiencia subjetiva, de una perspectiva holística, la intuición y el lenguaje, así como del reconocimiento de la interconexión histórico-concreta de los individuos y su entorno.
En este breve comentario me interesa ahondar en dos dimensiones que están íntimamente relacionadas: el enfoque interdisciplinar de Góngora y su crítica del racionalismo moderno expresado en su visión escéptica respecto del pensamiento ilustrado. En ambas cosas se expresa una visión romántica, que está en la base de una crítica especial del neoliberalismo que lo acerca lo suficiente a un pensamiento crítico progresista como para cuestionarse de nuevo sobre su inscripción como un pensador conservador.
El libro muestra bien el enfoque interdisciplinar de Góngora y cómo este contribuye a una comprensión más completa de los temas que explora. Se trata de integrar múltiples perspectivas y metodologías de distintos campos. Este enfoque le permite a Góngora analizar cuestiones complejas desde varios ángulos, lo que conduce a una comprensión más matizada y holística de los temas que trata. Un ejemplo es su libro Los orígenes del orden político chileno, donde Góngora explora un haz de relaciones y efectos de diversa naturaleza en la configuración y desarrollo del orden político chileno. Con ello salva distancias entre las distintas disciplinas académicas y fomenta el diálogo entre estudiosos de diversos campos, en este caso el análisis histórico con teorías sociológicas y politológicas. Ello le permite, como a muy pocos, ofrecer una comprensión más holística e integrada de los temas que explora. Hay, sin duda, un legado importante y único en la obra de Góngora para entender el significado del concepto de interdisciplina desde la propia práctica de investigación sociopolítica e histórica.
Un segundo punto concierne a la crítica de Góngora al racionalismo moderno y sus diversos impactos en la sociedad. Ese racionalismo y la lógica de progreso técnico-económico, ha tenido como consecuencia el descuido de otros aspectos fundamentales de la existencia humana, como la tradición, la cultura, y la propia espiritualidad. La globalidad, la complejidad y los matices de la experiencia humana son reducidos a una suerte de unidimensionalidad de la razón ilustrada. Esa impronta racionalista ha significado la marginación de las culturas originarias, la devaluación de los sistemas de conocimiento tradicionales y la pérdida de la riqueza que significa la diversidad cultural.
La crítica de Góngora se alinea con el rechazo romántico del racionalismo de la Ilustración y su tendencia a pasar por alto las complejidades y matices de la existencia humana. Frente al énfasis del proyecto ilustrado en la razón, en el progreso, en verdades y leyes de validez universal, Góngora releva la importancia de las diferencias, en el sentido concreto de las particularidades culturales, el contexto histórico, el patrimonio, la tradición y las experiencias subjetivas.
En este marco se inscribe una de las reflexiones más potentes de Góngora, muy bien tratadas por Herrera, sobre cómo la aplicación formalista de la ley y sin sensibilidad sobre las formaciones socio histórico concretas (como era la América española regida desde la península) puede ser desajustada e injusta. También las reflexiones sobre el significado de la lengua y su relación con la tradición y la vida en comunidad, sobre la relación entre individuo y Estado.
Ambas dimensiones, interdisciplina y crítica del racionalismo ilustrado están interrelacionadas. El enfoque interdisciplinar de Góngora ⎯que integra conocimientos fundamentalmente de la historia, la sociología y las ciencias políticas⎯ refleja el énfasis romántico en la interconexión de los distintos aspectos de la experiencia humana. Una perspectiva no reduccionista a lo medible y cuantificable, y holística no significa afirmar formas de pensamiento globales y universalizantes, sino precisamente lo contrario; se busca un conocimiento más complejo subrayando la importancia de las particularidades culturales y adoptar un enfoque interdisciplinar que considera las complejidades de la existencia humana y las particularidades históricamente configuradas de sus modos de organización social y política, cuyo reconocimiento permitía concebir una noción más global y compleja de desarrollo; distinta en todo caso a las de las “planificaciones globales” ensayadas en Chile.
En este mismo marco se inscribe la crítica de la tendencia a priorizar la economía como disciplina, y el desarrollo económico y el progreso material por sobre las preocupaciones de justicia social y también medioambientales. La estrechez de este enfoque es causa no solo de desigualdades sociales, sino también de la degradación medioambiental y la erosión de la cohesión social en la sociedad chilena. Asumiendo esta perspectiva, Góngora fue crítico del neoliberalismo, en tanto que reduccionismo económico in extremis, de individualismo destructor de lazo nacional comunitario y de visión cortoplacista desentendida de los intereses de la comunidad en el largo plazo; en fin, en tanto que una forma extremadamente dañina de las planificaciones globales.
Lamentablemente, Hugo Herrera no ahonda en algo que resulta evidente: los paralelos con el modo específico en que, en el siglo XX, la teoría crítica de Frankfurt recepciona (además de la tradición marxista, weberiana, el psicoanálisis y el existencialismo) la tradición del romanticismo, desarrollada dos siglos antes. El énfasis en la subjetividad, así como la valoración de lo no-idéntico, de la particularidad, y del arte y la estética, son resaltadas en la tradición frankfurtiana en el contexto de una investigación interdisciplinaria y crítica de la racionalidad instrumental y de la industrialización de masas de las sociedades capitalistas modernas y de una comprensión más holística e intuitiva de la experiencia humana. Un paralelo de este tipo hubiese sido ideal para marcar la diferencia entre el pensamiento progresista de autores como Adorno o Marcuse, y el pensamiento conservador de Góngora.
La referencia a Frankfurt, a la teoría crítica, sirve aquí de pretexto para introducir una pregunta capital: ¿por qué autores que comparten de manera tan evidente una misma tradición y obtienen de ello consecuencias similares pueden ser inscritos al mismo tiempo en tradiciones intelectuales tan diversas? ¿Han devenido las éticas de progresismo y conservadurismo no solo inútiles, sino que también responsables de que no podamos evidenciar los paralelos en estos modos de pensamiento, ambos críticos del énfasis en el individualismo, la erosión de la comunidad y de la cohesión social y de los efectos deshumanizantes de la hegemonía del enfoque racional instrumentalista sobre las vidas, ambos críticos del utopismo de las ideologías y narrativas modernas?¿Cuánto de llamado al rescate de valores tradicionales, nacionalistas, del principio finalmente patriarcal de autoridad, de una visión orgánica del orden social y de particularismo no tensado por exigencias de igualdad y justicia hay en el pensamiento de Góngora como para que deje de ser concebido en paralelo con concepciones progresistas de la sociedad?
Quizá este tipo de cuestiones no sean las que a Herrera le interesa plantear. Quizá su pregunta es por la remota posibilidad del romanticismo hoy, de vindicar la figura inactual del pensador romántico en un mundo completamente administrado, como dirían Adorno y Horkheimer. Pero, insisto, ¿cabe discutir que Góngora sea un pensador conservador? ¿Y si lo es? ¿En qué sentido? Este es un tipo de pregunta que cabe hacerse también respecto del propio autor del libro, Hugo Herrera, y de varios de los intelectuales jóvenes etiquetados como adalides del pensamiento conservador en Chile.