No sé si lo que prevalece ahora, relaciones íntimas no para toda la vida sino más bien episódicas, sea lo que nos conviene, para eso hay que separar los muebles y la propiedad inmobiliaria del corazón y de los genitales, por eso es que los nórdicos viven solos y mueren mirando la tele sin que nadie los rescate hasta que llegan los bomberos por el olor o se los comen las mascotas, es un tipo de muerte no tan dulce pero que les quiten lo bailado, porque estando uno disponible es verdad que pueden ocurrir más amores y poliamores.
Entre mis innumerables ineptitudes y torpezas están las que se refieren a la cosa amorosa, donde normalmente he nadado a lo perro, eso cuando no me he hundido o me he visto sin aguas en las que nadar.
Creo que es en parte una ineptitud de género, yo voy notando que en las políticas de igualdad entre lo masculino y lo femenino hay siempre una risa burlona de ellas, que saben mucho más de estas cosas, respecto a lo básicos que somos los hombres para lo amoroso, para lo relacional. Es lógico, desde niño solo ambicionaba estar con mi mamá y desde esa base orbital salir a recorrer el mundo y descubrir sus misterios, conquistar nuevas tierras, vencer a los malvados, someter a los débiles, desafiar a los poderosos, desarrollar nuevas armas y, en fin, entender, conocer las leyes ocultas de las galaxias y de la vida molecular.
Pero mamá dejaba como reemplazo orbital casero a una nana, que sobre todo se dedicaba a mirar por la ventana desde el quinto piso de nuestro departamento en el centro, como si en esa calle o en las ventanas del edificio de enfrente estuviese todo lo deseable. Yo recurría, entonces, a los tesoros de la biblioteca de mi papá, que tampoco estaba en la casa pero dejaba sus libros.
Da lo mismo lo que uno haga, el amor termina por llegar, por invadirnos. Nunca entendí mucho de la pasión amorosa, pese a haberla vivido con una intensidad increíble, jamás pensé que con mi frialdad y mi gusto por los libros, que fueron finalmente mi centro secreto de lanzamiento de expediciones y aventuras, me llegaría tan vivamente también a mí el dulce aroma de las feromonas u oxitocinas, no sé bien cómo se llaman esas substancias que emanan de la persona amada y se dirigen exclusivamente a uno, y queda uno envuelto en aromas paralizantes y así terminamos comprando muebles y teniendo guaguas, todo lo cual sujeta mucho las cosas y no puede uno ya desligarse de ello por muchos años.
Siempre quise una pareja para toda la vida y todo el rato me parecía absurdo vivir pegado a alguien toda la vida, por eso digo que en esto no tengo claridad alguna.
Reabrí ayer un librito del suizo francés Yves-Alexandre Thalmann que se llama Las virtudes del poliamor, lo fui a comprar en Barcelona hace unos diez o quince años en la calle no sé si Aribau o Muntaner, eran las oficinas de la editorial porque ya no lo tenían en librerías, y eso del poliamor no ayudó mucho entonces en lo que podríamos denominar ‘mi relación’, de tal manera que pasé el librito a la clandestinidad, y aun sobrevive en lo que queda de mi biblioteca –he tenido que disminuir volúmenes para vivir de manera más razonable–.
Bueno, este Thalmann cree que muchos de nosotros estamos hechos para el poliamor, o sea, para querer de manera leal a más de una persona. Yo lo encuentro de lo más lógico, es un poco como con los hijos o los amigos, que haya más de uno en cada caso no disminuye ni afea para nada el amor que uno siente por otro. Sin embargo, el poliamor está satanizado, y son pocos los casos en que que se práctica de manera feliz y desenvuelta, sin celos ni reproches ni dolores. Personalmente me he dedicado mucho a dibujar, mucho a pensar casi siempre leseras, también a escribir, a hacer vida académica, también he sido empresario y consultor de gran intensidad, o sea, he sido polilaborioso, y me pregunto si no podría dedicarme también, como sugiere Thalmann, a lo poliamoroso, aunque claro, mi autismo o torpeza con la gente hace aquello muy, muy remoto, pero uno nunca deja de acariciar según qué ideas.
A veces, ante una afinidad súbita y resplandeciente, me he atrevido a proponerle a la otra parte que nos casemos un día a la semana: ¡cásate conmigo los jueves, todos los jueves de la vida!… creo que en ese impulso hay algo de poliamorosidad. Pero cada amor arrastra consigo su reverso de fracaso y hasta de odio, y no sé si estoy preparado para el poliodio, o para la poliimpaciencia o la polipaciencia infinita, que es lo que sobreviene naturalmente en las parejas al cabo de un tiempo.
Dice Thalmann que la naturaleza nos hace echar dopaminas y oxitocinas y feromonas durante dos o tres años, que es el tiempo medio que necesita una cría para salir del vientre de su madre y enfrentar la existencia con algo de autonomía, y eso es lo que duran ahora en promedio las parejas. Otras hacen caso de los muebles, que marcan mucho, y esperan unos diez o veinte años para separarse. La idea de querer o desear sexualmente a más de una persona a la vez es considerada ignominiosa, una frescura, pero yo la encuentro natural, y en el poliamor se trata de decirlo desde el inicio y no ponerse nerviosos. O sea, no hay que engañar, sino abrir espacio para cada relationship en sus propios términos, y con la fluidez de género los modos y posibilidades se multiplican. No sé explicarlo más porque soy idiota, y ese señor Thalmann lo hace mejor.
No sé si lo que prevalece ahora, relaciones íntimas no para toda la vida sino más bien episódicas, sea lo que nos conviene, para eso hay que separar los muebles y la propiedad inmobiliaria del corazón y de los genitales, por eso es que los nórdicos viven solos y mueren mirando la tele sin que nadie los rescate hasta que llegan los bomberos por el olor o se los comen las mascotas, es un tipo de muerte no tan dulce pero que les quiten lo bailado, porque estando uno disponible es verdad que pueden ocurrir más amores y poliamores.
Sobre todo esto no sé nada y entiendo poco, solo me vienen a la cabeza, a veces, pensamientos vagos y rememoranzas amables, observo a mi alrededor a las personas solas y de mirada perdida, a las parejas sumidas en la impaciencia o la decepción y arrastrando las patas, a los amorosos entusiastas, a la gente ganosa de amar y ser amada, a los silencios o prudencias que se establecen entre personas deseosas, y así hay mucho que ver y que entender, aunque sea todo tan misterioso y difícil de programar o de manejar, tan remoto y cercano a la vez.