. La experiencia vivida por la joven debe ser vista como una oportunidad para revisar en detalle los niveles de concreción de las políticas educativas y la conexión del mundo universitario con el espacio escolar.
Hace unas semanas se viralizó a través de TikTok el testimonio de Alejandra Rodríguez, estudiante de pedagogía que, a través de su cuenta, se refirió a las complejidades que enfrentaba con ocasión de su práctica profesional en un séptimo básico de un colegio privado de la capital. Ello, hasta que le fue suspendido el ingreso al establecimiento.
Si bien, con cierta regularidad atestiguamos a través de los medios de comunicación hechos que llevan al límite a profesores en ejercicio, este caso es inusual, porque quien alza la voz es una “practicante”. En esta línea, la información disponible debiese ser suficiente para inspirar una reflexión acerca de dos procesos que convergen en el relato: las prácticas de las y los docentes en formación y la gestión de la convivencia escolar.
Respecto de las prácticas pedagógicas, su éxito depende, en líneas generales, de que el alumnado aplique en una institución educativa las actitudes, habilidades y conocimientos que son materia de estudio en las universidades, con el acompañamiento de un académico y un profesor del sistema escolar, que debiesen trabajar articuladamente.
En cuanto al abordaje de la convivencia se espera que, a través de un plan de gestión, se regulen las relaciones entre todos los miembros de la comunidad educativa, a fin de favorecer un clima óptimo para el aprendizaje de niños, niñas y adolescentes. De acuerdo con lo anterior y lo expuesto por Alejandra, es lícito preguntarnos si estos aspectos involucrados en una práctica pedagógica convergen como deseamos.
La experiencia vivida por la joven debe ser vista como una oportunidad para revisar en detalle los niveles de concreción de las políticas educativas y la conexión del mundo universitario con el espacio escolar. Hoy es urgente que las autoridades hagan un profundo análisis respecto de los alcances y limitaciones de las políticas públicas en educación, en cuanto a generar y mantener ambientes bien tratantes, seguros y respetuosos en las escuelas, así como también promover instancias de análisis y diálogo en el ámbito de la educación superior, en torno a la formación de formadores, el rol del profesor, y apoyos específicos para su inserción en el sistema educativo. Por supuesto, la Escuela no puede quedar ausente del debate y de la acción; su alianza estratégica con la familia debe afiatarse, entendiendo y concientizando respecto de que es esta institución la primera educadora.
Si se obvia este necesario ejercicio, se corre el riesgo de sumar la violencia -que incluye al bullying y al ciberacoso- como una nueva barrera para el aprendizaje y seguir desalentando a la juventud a estudiar carreras de pedagogía, lo que agravará aún más el déficit de docentes proyectado para los próximos años.