Las críticas al capitalismo, no solo al neoliberalismo, desde los tiempos del joven Marx humanista, hasta las expresadas en la actualidad por numerosos intelectuales ¿están superadas por la realidad, al no existir modelos ni alternativas posibles.?
¿Qué significado podría atribuirse a las declaraciones del Presidente Gabriel Boric cuando mencionó, en una entrevista para la BBC, que “una parte de mí” anhela “derrocar el capitalismo”? ¿Será esta una esperable expresión de su insatisfacción con el sistema actual o simplemente una provocación para estimular el debate?
También advierte que no basta con derrocar el sistema sin proponer un camino viable y beneficioso para la población. ¿Qué tipo de alternativas podría estar sugiriendo?
La vocera del gobierno, Camila Vallejos, en respuesta a las críticas provenientes de sectores de derecha y diversas interpretaciones, ha afirmado que estas declaraciones del Presidente, simplemente reafirman una convicción que ha estado siempre presente: que el capitalismo no es una solución para los problemas sociales, sino, en muchos casos incluso, puede ser su opuesto. En lugar de ello, Vallejos destaca la necesidad de avanzar hacia un estado de bienestar que garantice la protección y cuidado de todos.
Se ha señalado que estas declaraciones son producto de una confusión al no distinguir entre neoliberalismo y capitalismo.
El sociólogo Alfredo Joignant, en una reciente columna en el diario El País, sugiere, para superar el malentendido, que la intención, “el deseo íntimo” del Presidente Boric, cual intérprete detrás del diván, “está referido a una forma de organización particular del capitalismo, eso que llamamos neoliberalismo”. De acuerdo con Joignant, esto implicaría que la salida del neoliberalismo, deriva hacia una variante capitalista, en este caso, la socialdemocracia. Esta sería la auténtica intención del Pdte Boric, más allá de las incongruencias en su formulación y, prueba de ello, son todas las referencias al estado de bienestar.
Entonces, después de todo, ¿no es posible persistir en el esfuerzo de pensamiento y deseo, en pleno siglo XXI y después de los fracasos de los socialismos reales, en la idea de la superación (en lugar de “derrocar”) del capitalismo? ¿No es esta, acaso, una aspiración inherente a un pensamiento de izquierda?. Y, por el contrario, cerrar esa posibilidad ¿no implicaría, en cierta medida, el “fin de la historia”?
Las críticas al capitalismo, no solo al neoliberalismo, desde los tiempos del joven Marx humanista, hasta las expresadas en la actualidad por numerosos intelectuales ¿están superadas por la realidad, al no existir modelos ni alternativas posibles.?
En ese caso, si la democracia, como dice la célebre frase, es “el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”, se aplicaría, al parecer, algo similar al capitalismo: “el peor sistema económico, a excepción de todo lo demás”.
Una especie de realismo con renuncia. Un duelo, aparentemente, postergado para gran parte de la izquierda.
No obstante, surge la cuestión: ¿cómo podríamos hablar entonces de superar el capitalismo, de manera convincente para una izquierda moderna y democrática, sin que solo sea una evocación nostálgica o una ilusión disfrazada de ideología?
La inexistencia, efectiva, de “un modelo alternativo” al capitalismo ¿hace imposible pensar políticamente en su superación?, y por lo tanto, entre otros alcances, este anuncio ¿debiese ser olvidado en los programas socialistas, o corregido y aclarado en la dirección de referirse, específicamente, al neoliberalismo?
Esto puede no ser necesariamente así. Que pueda ser posible acompasar los horizontes largos- utópicos si se quiere – con los pasos cortos. Entendiendo que el desafío presente consiste en avanzar hacia un estado social y democrático de derecho, con un eficiente sistema de bienestar como alternativa al neoliberalismo.
En cierto que la carencia de un modelo preciso, concreto, para salir del capitalismo, lo hace actualmente irrepresentable. Pero esta debilidad, puede ser a la vez, lo que, precisamente, permita concebir una transformación incesante, llena de incertidumbre y en constante búsqueda de nuevos significantes. Es convertir el fundamento ausente, justamente, en causa eficiente.
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Pero para eso, resulta esencial no renunciar de antemano y evitar considerar el estado actual de las cosas como definitivo. Desde una perspectiva de izquierda, una de sus características fundamentales es considerar la realidad histórica del capitalismo como contingente. Aunque su transformación no esté garantizada en ningún sentido, e incluso, pueda no ocurrir nunca, es precisamente esa conciencia de la contingencia lo que impulsa a buscar alternativas y aspirar a un futuro distinto.
En ese sentido, es importante reconocer que el camino de las reformas sociales nos ubican, necesariamente, en el terreno de la política y sus posibilidades. De esta manera, esta última se concibe como una respuesta a la metafísica impuesta por la técnica en el capitalismo moderno. Asimismo, a la rebeldía que quiere hacer valer en la acción solo una imagen de sí mismo, y que, finalmente, convierten su propia autoimagen en propuestas de vida singulares, sin capacidad para convertirlas en fuerza política y transformación social.
Ciertamente, la utopía y diversos horizontes de transformación pueden verse influenciados o alimentados por imposiciones totalizantes y de naturaleza casi religiosa. Pero ignorarlos por completo, puede llevarnos a la resignación, en nombre de aceptar una falta siempre presente y fundamental. Existe el riesgo de que cualquier impugnación o proyecto alternativo sea considerado como meramente ilusorio, lo que podría conducirnos a una resignación o una adaptación radical a la realidad existente.
¿No acaso experimentamos algo similar durante los llamados “30 años?”
La aceptación rabiosa podría ser una variante ante ese estado de cosas. Pero esta postura implicaría olvidar el equívoco y la tensión esencial que existe, respecto a cualquier afirmación que sugiera alguna alternativa, como si se tratara de un fin de la historia y de cancelación de posibilidades siempre a explorar.
Pero más bien se puede tratar de lo contrario.
De diluir cualquier lugar final, para que el deseo articule permanentemente esa gestión como algo que nunca está terminado.