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Y la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual, ¿cuándo? Opinión

Y la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual, ¿cuándo?

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Paulina Varas Garcés
Por : Paulina Varas Garcés Directora Diplomado en Salud mental y Bienestar de Personas con Discapacidad Intelectual de la Universidad Andrés Bello
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En múltiples oportunidades hablamos de la inclusión de las Personas con Discapacidad Intelectual en lo social, laboral y educativo. La educación sexual es otra forma más de participación. Así, cada persona podrá desenvolverse satisfactoriamente en los diversos planos de interacción, contando con las habilidades para tener relaciones sanas y poder detectar, en la medida de lo posible, situaciones incómodas o de riesgo.


Últimamente se ha hablado mucho sobre la educación sexual de niños, niñas y adolescentes en nuestro país. Existen diversas posturas en relación con quién, cómo y en qué contexto debe darse esta formación.

Efectivamente, todas las personas deben recibir educación sexual integral; así lo plantea la Unesco, resaltando que el resultado es proporcionar herramientas y fortalecer el bienestar y la dignidad de las personas. Por lo tanto, también es fundamental que pensemos en la Educación Sexual que reciben las Personas con Discapacidad Intelectual.

La Convención de Derechos de las Personas con Discapacidad y la Convención de Derechos Humanos Fundamentales buscan garantizar que este colectivo pueda tomar decisiones libres y seguras sobre su salud sexual. Si bien contamos con estas cartas magnas que nos orientan, ocuparnos de la sexualidad significa educar y formar, entregando información más allá de la línea valórica que cada familia tiene y expresa.

Así, para educar las sexualidades de las Personas con Discapacidad Intelectual, primero es necesario que su entorno se forme.

En primer lugar, debemos visibilizar la sexualidad como una dimensión de todo ser humano, considerando en plenitud al otro. Formarnos como entorno de las personas con discapacidad implica que un amplio abanico de mitos sea desmentido y, desde ahí, poder naturalizar este aspecto de su individualidad, al igual que cualquier otro que buscamos favorecer y desarrollar. Esto permitirá contar con conocimientos específicos y prácticos en relación con el desarrollo, las necesidades existentes y las formas de manifestación; y con habilidades que favorezcan el acompañamiento en cada etapa, cursando un sano proceso de salud sexual.

En múltiples oportunidades hablamos de la inclusión de las Personas con Discapacidad Intelectual en lo social, laboral y educativo. La educación sexual es otra forma más de participación. Así, cada persona podrá desenvolverse satisfactoriamente en los diversos planos de interacción, contando con las habilidades para tener relaciones sanas y poder detectar, en la medida de lo posible, situaciones incómodas o de riesgo.

Cada etapa del desarrollo implica diversos desafíos. Las familias son parte importante de este ámbito, ya que los interpela desde distintos espacios, sentimientos y experiencias. Como profesionales y personal de apoyo, debemos acompañar respetuosamente a los padres y madres, que individualmente también vivirán un proceso.

El desafío es muy amplio y nos convoca a todos y todas. No es responsabilidad exclusiva de las familias, profesionales o instituciones, ni de la persona con discapacidad; es una labor de la sociedad en su totalidad. Porque mientras sigamos desde una mirada compasiva o asimétrica hacia la discapacidad, entonces tampoco estaremos respetando ni garantizando la participación como un derecho de todo ciudadano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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