El problema de la actual administración chilena no radica en el número de embajadores políticos, ni en la existencia de la prerrogativa presidencial, ni en la disponibilidad de profesionales y políticos altamente calificados para un cargo de esta naturaleza. El problema actual tiene más relación con la falta de confianza y cercanía de aquellas personas altamente calificadas que no pertenecen a la carrera diplomática con el Presidente y su equipo. En palabras más simples: les falta gente. Y en una cartera donde los gestos y los movimientos deben ser cautelosos, el país no se puede dar el lujo de mover a sus representantes como fichas de ajedrez. Frente a esta realidad, lo mejor es echar mano a la planta profesional.
A estas alturas, ya no queda duda de que el Ministerio de Relaciones Exteriores tiene un problema importante con sus embajadores políticos.
Chile tiene 78 misiones diplomáticas donde el jefe o la jefa tiene rango de embajador o embajadora. Desde que el Presidente Boric asumió su mandato en marzo de 2022, ha nombrado 56 representantes, 15 de ellos embajadores o embajadoras políticos. Ahondando en los detalles, los jefes y las jefas de misión que han dado material para analizar son solamente seis: Susana Herrera (Reino Unido), Javier Velasco (España), Sebastián Depolo (Brasil), Andreas Pierotic (fallidamente propuesto para China) y el forzado enroque entre Raúl Fernández (embajador de carrera, hoy en Francia) y José Miguel Capdevila (también embajador de carrera, reasignado a Canadá).
El número de representantes políticos no es del todo extraño, pero el de polémicas relacionadas con su cargo sí. La práctica de nombrar embajadores políticos no es ajena en la historia global, de hecho, lo novedoso es contar con un Servicio Exterior profesional. Si bien no existen estudios exhaustivos y longitudinales que respalden la hipótesis de que los embajadores políticos representan un porcentaje importante del total, lo cierto es que, por ejemplo, en EE.UU. –cuyo servicio exterior es el más grande del mundo– desde la Segunda Guerra Mundial aproximadamente el 30% de los jefes o jefas de misión son nominaciones políticas.
El cuestionamiento sobre la calidad de estos nombramientos es legítimo. Ryan M. Scoville, por ejemplo, toma el caso de EE.UU. y dice que esta práctica es aberrante en las democracias avanzadas, dado que los embajadores políticos en promedio son mucho menos calificados en una serie de factores analizados, y que además llama la atención el porcentaje de favores políticos que se pagan con estos puestos.
En 2021, junto a mis colegas Carsten Schulz, de la Universidad de Cambridge, y María Fernanda Hernández Garza, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, publicamos un artículo científico en que analizamos la brecha de género en los servicios exteriores de América Latina. Sin embargo, también consideramos los nombramientos políticos, y nos dimos cuenta de que la prerrogativa presidencial, en el caso de las democracias de nuestro continente, han funcionado de manera positiva para que las mujeres avancen –aunque lentamente– hacia una participación plena en una profesión altamente masculinizada.
Los embajadores políticos son favorables para las relaciones internacionales de los países, porque no se trata solamente de contar con representantes que tengan habilidades técnicas y académicas, sino también es necesario el contacto personal y relaciones políticas afines, todo en su justa medida.
Es cierto, en muchos casos los embajadores políticos son enviados a los países más apetecidos, frente a los socios económicos y políticos principales, donde el tacto político y el conocimiento técnico deben ir de la mano. Son en aquellos casos donde el cuestionamiento a la idoneidad del representante es completamente válido.
El problema de la actual administración chilena no radica en el número de embajadores políticos, ni en la existencia de la prerrogativa presidencial, ni en la disponibilidad de profesionales y políticos altamente calificados para un cargo de esta naturaleza. El problema actual tiene más relación con la falta de confianza y cercanía de aquellas personas altamente calificadas que no pertenecen a la carrera diplomática con el Presidente y su equipo. En palabras más simples: les falta gente. Y en una cartera donde los gestos y los movimientos deben ser cautelosos, el país no se puede dar el lujo de mover a sus representantes como fichas de ajedrez. Frente a esta realidad, lo mejor es echar mano a la planta profesional.