Esta historia me la cuenta mi abuela. Él me contó mientras lloraba que en esa semana lo torturaron y le metieron electricidad por todo el cuerpo y que después lo llevaron a una celda oscura. Mi abuelo pensó que se iba a morir.
Me llamo Julia Keim Mondaca, tengo 13 años y dicen que me parezco mucho a mi abuelo materno, sobre todo porque hablo fuerte y suelo gritar mucho como él. Pero mi mamá me aclara que lo hace porque es medio sordo.
Mi abuelo se llama Ricardo Mondaca y lo que más me gusta de su personalidad es su sentido del humor. Me cuentan que la primera palabra que aprendí a decir es “tata” y que siempre he sido su regalona.
Desde chica sé que mi abuelo estuvo preso. Dentro de mi vida y la de mi familia, la dictadura de Augusto Pinochet está muy presente y también la manera en que esto nos afecta hasta el día de hoy. Me pasa que las únicas veces que he visto llorar a mi abuelo es hablando de la dictadura y de cómo lo torturaron.
Cuando fue el golpe de Estado mis abuelos estaban muy asustados. Mi abuelo se tuvo que exiliar y junto con mi abuela se fueron a Perú. Allá había más chilenos que habían abandonado el país por razones forzosas. Después de ahí se fueron a Hungría donde nació mi mamá.
Mi abuelo trabajaba en una fábrica de construcción en el área de carpintería en Hungría y he visto una foto de mi mamá súper chica rodeada de nieve. Mi abuelo mientras vivía afuera nunca dejó de estar en contacto con Chile.
A mitad de la dictadura, mi abuelo, mi abuela y mi mamá regresaron a Chile. Mi abuelo junto con un amigo creó una pequeña empresa de minería y le dio trabajo a gente que estaba desocupada por culpa de la dictadura. Pero un día a mi abuelo le llega la noticia de que tomaron preso a un niño de 20 años y que mientras lo torturaban mencionó a mi abuelo. La CNI lo fue a buscar y estuvo desaparecido dos semanas.
Mi abuela no lo encontraba y junto con una vecina empezaron a llamar a toda la gente que conocían para decir que lo habían detenido, porque sabían que mientras más gente se enterara, sobre todo en el extranjero, era menos probable que desapareciera.
Esta historia me la cuenta mi abuela. Él me contó mientras lloraba que en esa semana lo torturaron y le metieron electricidad por todo el cuerpo y que después lo llevaron a una celda oscura. Mi abuelo pensó que se iba a morir.
Cuando mi abuela nos contó esta historia, lloramos todos porque cómo no llorar con todas las cosas que pasaron. Mi mamá me dice que de chica su primer pensamiento por la mañana era que quería ir a ver a su papá a la cárcel.
Después de dos semanas desaparecido le informaron a mi abuela dónde estaba y partió a verlo. Dice que ese fue el día más feliz de su vida porque se enteró de que mi abuelo seguía vivo.
Estuvo detenido cerca de un año. Mis abuelos dicen que si no hubiesen tenido amigos en el extranjero que presionaran para sacarlo habría sido otro detenido desaparecido.
Yo siempre he sabido que se violaron los derechos humanos durante la dictadura y recuerdo que de chica en el colegio siempre decía con orgullo que mi abuelo había estado preso por ser increíble, por decir lo que pensaba.
Ellos han pasado por cosas que nosotros ni siquiera podemos imaginar. Hace unas semanas estábamos en clase de Historia hablando sobre el 50 aniversario del golpe y siento que hay gente que no se lo toma en serio. Lo que pasó es algo horrible y hay que tener todo el respeto que se merece para hablar del tema.
Nunca más pueden volver a ocurrir los hechos que pasaron y como se dice cada 11 de septiembre: un país sin memoria es un país sin futuro.
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* Esta opinión fue escrita por Julia Keim Mondaca en colaboración con Amnistía Internacional