Entonces, aunque no sea tan evidente la relación que existe entre las inundaciones de junio/agosto y nuestra cazuela, una manera que tenemos como ciudadanos de ayudar a mitigar el cambio climático es cambiar la forma de alimentarnos
Por segunda vez en este invierno sufrimos los efectos de un río atmosférico, una banda de vapor que viene desde los trópicos trayendo enormes cantidades de agua, fenómeno que será cada vez más frecuente e intenso bajo el escenario de la actual crisis climática planetaria.
Aunque era usual que, hasta los ´80, cada invierno los ríos retomaban sus cauces inundando nuestro territorio, cuarenta años después esta intensa lluvia nos sorprende en un país con más personas, menos bosques, suelos degradados e impermeabilizados por ciudades que crecen incesantemente, con exceso de basura en los cursos de agua, entre otros factores que favorecen el desborde de los ríos.
Unos más que otros, estamos sufriendo los daños que causan este tipo de frentes: viviendas destruidas, cortes de agua, problemas sanitarios de diversa naturaleza, pérdida de cultivos agrícolas y por lo tanto riesgo para la seguridad alimentaria, entre varias consecuencias que tienen este tipo de lluvias. En paralelo, dramáticos incendios, olas de calor o de frio e inundaciones en otros lugares del planeta, nos recuerdan que el temido cambio climático ya está ocurriendo y que en parte la responsabilidad la tenemos los humanos por nuestras actividades y nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza y lo que ésta nos da, como nuestros alimentos cotidianos.
Acá es donde quería llegar…¿Cazuela y cambio climático?… Las cosas son más complejas de lo que podríamos pensar: la solución que tenemos por ahora para resolver el abastecimiento de las zonas inundadas es el traslado de parte de nuestros alimentos desde otras zonas no afectadas. Alimentos que deben viajar para llegar a nuestra mesa, junto con la producción de muchos insumos usados en la agricultura para su producción, como agroquímicos, plásticos para envases, riego e invernaderos, maquinaria agrícola, etc., no hacen sino aumentar la huella de carbono de nuestra dieta, favoreciendo el cambio climático y, por lo tanto, la ocurrencia de fenómenos climáticos como los ríos atmosféricos, que tanto daño están causando en este país acontecido. Nuestro largo y angosto país que, después de una mega sequía de 14 años que ha provocado devastadores incendios, paradojalmente recibe esta agüita con tanta esperanza y tanto miedo a la vez.
Es muy complejo y difícil de asimilar que algo tan vital y cotidiano pueda, al mismo tiempo, tener efectos dañinos tan graves sobre nuestra vida: como eje central de nuestro sistema alimentario, la agricultura es la responsable de la emisión de aproximadamente 30% de los gases con efecto invernadero de origen antrópico. La producción de los insumos mencionados, además del cambio de uso de suelo, las quemas, las talas, el tercio de los alimentos que se desperdician, la emisión de gas metano por la ganadería, etc., son algunos de los factores que más influyen en los desastres ambientales que estamos experimentando.
Entonces, aunque no sea tan evidente la relación que existe entre las inundaciones de junio/agosto y nuestra cazuela, una manera que tenemos como ciudadanos de ayudar a mitigar el cambio climático es cambiar la forma de alimentarnos: comamos menos carne y más legumbres, menos alimentos procesados o envasados y más alimentos frescos cocinados en casa, no botemos comida y compostemos nuestras sobras y basura orgánica, llevemos nuestras bolsas reciclables a las compras y evitemos los alimentos en bolsas plásticas, llenemos nuestra botella de agua, prefiramos alimentos locales y de la estación y produzcamos parte de nuestros alimentos. Además, exijamos a nuestras autoridades que diseñen políticas públicas que aseguren un menor impacto de nuestra comida sobre el planeta: por ejemplo, que haya trazabilidad en nuestros alimentos, de manera que podamos elegir educadamente aquellos producidos de manera local, de la estación y con menor uso de insumos dañinos. O que el estado promueva la producción nacional de legumbres, que alguna vez cubrió nuestros requerimientos, pero hoy sólo cubre un 10% de nuestra demanda. O que haya huertos en las escuelas, de modo que niñas y niños y la comunidad escolar aprenda a producir parte de sus alimentos como una actividad cotidiana. Frenemos el cambio climático antes de que sea demasiado tarde. Estos pequeños cambios, sumados, serán nuestro granito de arena.