Si los republicanos siguen pensando lo que declararon en los días posteriores a su triunfo del 7 de mayo, eso de que da lo mismo el resultado del plebiscito porque ellos ganarán en cualquier escenario –un rechazo deja vigente la Constitución de Pinochet y, si ganan, perdurará la “Kastitución”–, son de una ingenuidad política sorprendente. Al menos su dirigencia debe tener claro que el rechazo se leerá como una derrota estrepitosa de Republicanos y no de la derecha, sepultando a ese partido y, por supuesto, las aspiraciones presidenciales de José Antonio Kast.
Ya ocurrió esto en España. El Partido Popular (PP) centró su estrategia electoral en diferenciarse y dar caza a Vox, el partido de ultraderecha que se proyectaba con las mayores posibilidades de causar un verdadero batatazo en la política española. Y el PP logró el objetivo. Claro que, como suele ocurrir, a río revuelto, ganancia de pescadores, porque el PSOE –que corría casi por el honor– obtuvo un resultado que ni su líder, Pedro Sánchez, pudo imaginarse en la previa. Pero lo relevante es que el PP destronó a un, hasta ese momento, encumbrado Vox.
Lo cierto es que Chile Vamos, después del arrollador triunfo del Partido Republicano en la elección de consejeros (35%), entró en un estado de confusión total. Tironeado entre los que planteaban que, precisamente, era el momento de afirmar la identidad de “centroderecha” y marcar la diferencia con los liderados por Kast, versus los que argumentaban que la ciudadanía estaba expresando un giro más conservador –como reacción al Gobierno de Gabriel Boric– y que, por tanto, había que aprovechar de acercarse a los republicanos y, así, evitar que se escaparan… con los electores.
Pero, pese a la confusión inicial, con el correr de los meses, la coalición de derecha comenzó a transitar detrás de los republicanos. Se sumaron a los proyectos de ley más duros, se alinearon en las comisiones del Consejo, para finalmente hacer un giro radical respecto de lo que, como sector, habían expresado diez años antes, en relación con el golpe de Estado y las violaciones a los DD.HH.
Volvieron a evitar usar la palabra “golpe”, justificaron el bombardeo de La Moneda e, incluso, dijeron barbaridades como que eran un mito urbano las violaciones a mujeres detenidas, algo comprobado por los tribunales y las comisiones Rettig y Valech. A tanto llegó el intento de mimetizarse con los republicanos, que fue el propio Sebastián Piñera quien tomó distancia y firmó el “Compromiso de Santiago”, dejando completamente fuera de juego a Chile Vamos.
Y, claro, el diagnóstico equivocado –pensar que el triunfo de Republicanos correspondió a un triunfo ideológico– comenzó pronto a reflejarse en las encuestas del proceso constitucional y fue al interior de la propia coalición que empezó a circular la idea de que había que marcar diferencias con el partido de extrema derecha.
Las enmiendas republicanas –370 de un total de 1.069– votadas en las comisiones, dejaron al descubierto que el partido de Kast buscaba instalar un relato duro y provocador, lo que alertó a los miembros de Evópoli y Renovación Nacional que se sienten más cómodos con las posiciones de centroderecha. Sin embargo, no fue sino hasta que se comprobó que, a poco más de tres meses del plebiscito, el proceso contaba con un rechazo de más del 50% de las personas –diez puntos más que con la Convención a estas mismas alturas–, que el grupo disidente decidió levantar la voz. Al estilo del PP con Vox.
Si, en la primera fase de votaciones, en las cuatro comisiones se aprobaron 66 enmiendas presentadas por el Partido Republicano –contra 5 del oficialismo–, en el primer día de votación del Pleno la situación comenzó a cambiar. De hecho, fueron la presidenta de Evópoli, Gloria Hutt –quien lideró la disidencia–, apoyada por dos RN y un UDI, quienes lograron derribar una de las enmiendas más apetecidas por los republicanos y, a su vez, de las más controvertidas: el inciso 1, artículo 1, que daba pie para enterrar la Ley de Aborto en tres causales.
A tanto llegó el desconcierto y la molestia de los de Kast, que trataron a Hutt y Cía. de traidores y amenazaron con que esto ponía en riesgo la relación entre los dos bloques. Sin embargo, luego vendría el segundo golpe, cuando se rechazó la cueca y el rodeo como deporte nacional. Aunque era un tema completamente secundario –y ridículo, considerando que en Chile existen más de diecisiete bailes típicos y que el rodeo está hace años cuestionado–, para este partido conservador el punto tenía mucho simbolismo.
Pero la presidenta de Evópoli no estaba sola en la operación de ponerles atajo a los republicanos y acentuar las diferencias. Hernán Larraín (UDI) –experto designado, que tiene derecho a voz pero no a voto– está cumpliendo un rol protagónico para convencer a algunos consejeros de “botar” las enmiendas más polémicas impulsadas por el partido de ultraderecha, como la libertad a los condenados sobre 75 años, que busca liderar a presos de Punta Peuco, la concesión de plazas y playas, el no pago de contribuciones o el impedir, vía Constitución, los impuestos al patrimonio.
Además, se sumó la carta presidencial de la UDI, Evelyn Matthei, para convencer a los suyos de que el no pago de contribuciones es regresivo y provocaría la quiebra de los municipios más pobres. Pero, sin duda, es Sebastián Piñera quien ha pasado a tener un rol estelar en esta etapa en la derecha. El ex Mandatario se sumó a las tratativas en Chile Vamos, lo que viene a coronar su regreso a la política, con todo, durante este mes de septiembre. Contra todo pronóstico.
La derecha de Chile Vamos pareciera estar jugándose por aprobar el texto, a sabiendas de que es una oportunidad de dejar en el pasado el pecado original de la Constitución actual y, por tanto, de despejar el camino, más aún después del retroceso que evidenció el sector durante la conmemoración de los 50 años. Sin embargo, saben también que tienen al lado a un Partido Republicano que busca estampar su sello conservador a toda costa, incluso a riesgo de que se rechace el texto.
Como la historia ha demostrado una y otra vez en este país pendular, los triunfos circunstanciales suelen ser interpretados erróneamente y existe un momento en que los líderes de un conglomerado se convencen de que el respaldo que obtuvieron fue para apoyar su proyecto ideológico y no un voto castigo, tal como le ocurrió a la Lista del Pueblo hace menos de dos años.
Si los republicanos siguen pensando lo que declararon en los días posteriores a su triunfo del 7 de mayo, eso de que da lo mismo el resultado del plebiscito porque ellos ganarán en cualquier escenario –un rechazo deja vigente la Constitución de Pinochet y, si ganan, perdurará la “Kastitución”–, son de una ingenuidad política sorprendente. Al menos su dirigencia debe tener claro que el rechazo se leerá como una derrota estrepitosa de Republicanos y no de la derecha, sepultando a ese partido y, por supuesto, las aspiraciones presidenciales de José Antonio Kast
Y si la dirigencia de Chile Vamos es inteligente, se habrá dado cuenta ya de que el peor negocio hoy es seguir asumiendo ser la cola del león y pensar que los chilenos, de la noche a la mañana, se convirtieron en ultraconservadores. Por eso es que, en estas últimas semanas, y de la mano de Sebastián Piñera –qué paradoja–, el conglomerado parece estar tomando fuerzas para disputarle a Republicanos la supremacía de la derecha. Y qué mejor que mostrar la voluntad de “salvar” la nueva Constitución gracias a la intervención de Chile Vamos, en un proceso que tiene al oficialismo observando desde el palco –tienen muy poco que ganar o perder–.
Claro que, a estas alturas, a los partidos RN, UDI y Evópoli les conviene que el proceso se caiga y sean los republicanos quienes paguen la cuenta completa. Cadem dejó en evidencia esta semana que el rechazo aumenta de manera importante, llegando a 57% –el “A favor” se desplomó 7 puntos, alcanzando un 20%–, justo en la semana en que se inició la votación de las controvertidas enmiendas. Más pruebas, imposible.