A 50 años del cierre del ciclo de la Reforma Agraria, conviene conocer a una de sus figuras más trascendentes y menos conocidas: Walter Pinto. Su vida transcurrió entre el cielo y el infierno; estuvo en la cúspide, como gerente general de la Cooperativa Capel, luego transitó por los pasillos del averno, en las gélidas barracas de la prisión de la Isla Dawson, junto a los ministros de Salvador Allende. Su vida fue una oda a la pasión en el mundo del pisco.
Intenso, comprometido y temerario, entregó su vida por una utopía social, con grandes ideales y sueños. Formó parte de la generación que aspiraba a “tomar el cielo por asalto” para crear “un mundo de hermanos” a partir de los viñedos, como diría Benito Marianetti.
Su infancia transcurrió en La Serena, donde tuvo oportunidad de conocer la cultura del territorio y su gente. En el colegio San José conoció a Francisco Peñafiel, quien, con el tiempo, también se convirtió en gerente general de Capel (1975-2004). Después de su liberación de las prisiones de la dictadura de Pinochet, Walter Pinto regresó a Coquimbo, y pasó a visitar a su antiguo compañero de colegio en la destilería de Capel en Vicuña, donde estaba en su antiguo lugar. Fue una visita corta pero profunda y emotiva. Fue con su hijo, un día en la mañana. No fue a pedir ayuda. Simplemente, una especie de ritual de despedida.
Existen pocos datos biográficos de Walter Pinto. Se estima que nació alrededor de 1936, en la Región de Coquimbo. Su padre tenía buena posición social y su casa era un centro de encuentro muy animado donde se realizaban fiestas que los vecinos recuerdan hasta hoy. Muy joven se trasladó a vivir al sur, para estudiar en la Universidad de Concepción la carrera de Ingeniería Química.
En su estadía penquista, además de obtener su título universitario, tuvo oportunidad de participar en el movimiento estudiantil universitario, donde se vio atraído por el Partido Socialista. Apasionado y entusiasta, tenía también muchos amigos en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que en Concepción concentraba una parte importante de sus fuerzas. En la década de 1960 participó activamente en actividades políticas y fue reconocido por la militancia con cargos de cada vez mayor responsabilidad. Luego regresó a la Región de Coquimbo, donde tomó parte activa en las corrientes de opinión que impulsaban la Reforma Agraria. En este contexto se produjo su incorporación a la Cooperativa Capel.
Walter Pinto se desempeñó como gerente general de Capel entre 1968 y 1972, justo el momento de gran expansión y en el contexto de la Reforma Agraria. Esta tenía como objetivo impulsar el crecimiento económico mediante transferencias de tierras del sector rentista, que las trabajaba de modo ineficiente, a los campesinos. Ellos dedicarían esas tierras a actividades más productivas, particularmente las viñas de uva pisquera; pero también necesitaban un lugar donde vender la uva y, para ello, era preciso ampliar la industria pisquera.
Hasta entonces, esta era muy pequeña, de carácter artesanal. Era necesario realizar un gran salto para pasar a la era industrial, y para ello, el Estado orientó fuertes capitales para construir las plantas y destilerías que luego se entregaron a las cooperativas. En el Valle de Elqui, la Corfo construyó la planta de Vicuña y la cedió a la cooperativa Capel. Como el capital era del Estado, este asumió el control del directorio de la empresa y, en este contexto, se nombró a Walter Pinto como su gerente general.
Bajo su liderazgo, la cooperativa Capel tuvo particular compromiso para relacionar a los campesinos beneficiarios de la Reforma Agraria con el ecosistema pisquero. La gestión del gerente Walter Pinto se caracterizó por brindar un fuerte impulso a la incorporación de los campesinos a Capel como cooperados. Particular énfasis puso en construir vínculos con los asientos campesinos de Illapel, lugar donde se realizaron las primeras expropiaciones durante la administración de Eduardo Frei. Las gestiones de Pinto resultaron exitosas y muchos campesinos de Illapel se incorporaron a la Cooperativa Capel.
En la visión amplia y progresista de Walter Pinto, se consideraba importante renovar los cuadros técnicos y profesionales de las empresas pisqueras, con vistas a crear masas críticas más inclusivas y diversas. Una de sus iniciativas fue abrir espacio profesional a la mujer, con la contratación de la ingeniera agrónoma María Angélica Maldonado para los laboratorios enológicos de Capel.
Con sus decisiones, Pinto contribuyó al avance del Plan Pisquero y al pasaje de la actividad de la era artesanal a la era industrial. Así se reflejó en la solicitud que publicó en el diario El Día titulada “Capel, Corfo y los elquinos” que, en sus partes principales, destacaba:
“Corfo está impulsando en las provincias de Atacama y Coquimbo (y por lo tanto en la república independiente de los elquinos) un Plan Integral de desarrollo vitivinícola y la infraestructura necesaria para industrializar la uva, producir pisco, comercializarlo en el mercado nacional y exportar la mayor cantidad posible, lo que permitirá el ingreso de dólares tan escasos en nuestros tiempos. Consecuente con la idea anterior, Corfo construyó las plantas pisqueras de Vallenar, Elqui y Limarí y paralelamente fomentó la plantación de parrones españoles en los valles para lograr un adecuado abastecimiento de dichas plantas. Así llegó SEAM a la zona a nivelar terrenos; SAG a hacer los estudios; Corfo a efectuar préstamos necesarios de dineros para alambres, palos, abonos, mano de obra y otros que han permitido cambiar la faz de nuestra zona. Quien viaje a Vicuña o Limarí, o cualquier punto de la zona pisquera verá con agrado que por todas partes brotan parrones que además de embellecer el paisaje transforman los 5000 kilos por hectárea que se producían antes, en 30.000 kilos por hectárea. Productividad altísima que debería permitir vivir bien a los dueños de las parcelas y a sus trabajadores. Cuando llegué a la Empresa, cinco años atrás, CAPEL molía 250.000 kilos de uva, al año pasado, último de mi administración, molió 6.700.000 kilos de uva y en esta vendimia creo que pasará de los 10 millones de kilos. Este es un trabajo fundamentalmente de Corfo y de los hombres que amamos la tierra y hemos hecho cualquier cantidad de sacrificios para levantar el estándar de los campesinos” (El Día, 29 de abril de 1973, p. 8).
La apasionada y desbordante personalidad de Walter Pinto lo convirtió en una de las figuras más icónicas de los paisajes pisqueros. Participaba en debates intensos con socialistas y con militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Más allá de su apasionamiento, Pinto entendía que el cooperativismo y la Reforma Agraria formaban una pareja conceptual que merecía profundizarse. Consideraba muy importante que los antiguos inquilinos de las haciendas pudieran avanzar en el proceso de emancipación mental y económica, a través de los asentamientos campesinos e hizo todo lo posible para integrarlos en la industria pisquera. Hacia fines de 1972 debió renunciar a Capel y fue promovido a gerente de la Sociedad Nacional de Minería (Sonami).
Después del golpe de Estado del 11 de setiembre de 1973, Walter Pinto se convirtió en el enemigo público número 1 del gobierno militar en la Región de Coquimbo. Fue detenido y enviado al buque militar Esmeralda, donde fue torturado junto a otros presos políticos. Posteriormente fue remitido al campo de concentración de la Dawson, en el inhóspito Estrecho de Magallanes, una especie de Siberia sudamericana, junto a las principales figuras del gobierno de la Unidad Popular, incluyendo al ministro del Interior José Tohá, al senador Luis Corvalán, el canciller Clodomiro Almeyda y el ministro y diplomático Orlando Letelier.
Allí llegó el exgerente de la Cooperativa Capel, con heridas en la espalda. Trató de adaptarse a la adversidad, con la participación en un grupo de estudios (Bitar, 1987, p. 178). Procuró animar a sus compañeros como cocinero y gastrónomo, en muy adversas condiciones. Para subirles el ánimo, les prometió que trataría de elaborar pisco, a partir de algunos racimos de uva. Su proyecto no se logró concretar, pero entonces se propuso elaborar licor a partir de la fermentación de los frutos del calafata que se podían recoger en las adyacencias del presidio, en forma clandestina, eludiendo el control de los carceleros. Luego se las ingeniaba para hacer fermentar esas frutas y obtener así una bebida, que luego compartía con sus compañeros.
A pesar de la adversidad, los maltratos sufridos y el frío extremo, Walter Pinto se empeñaba en hacer más llevadera la tragedia a sus amigos. Su actitud tuvo un aire en común al que se pudo ver en la película La Vida es Bella (1997).
Tras recuperar su libertad, vivió un tiempo en el exilio y luego regresó a Chile. En 1978 fue visto en Santiago, cuando trabajaba para ganarse la vida en un empleo modesto: era contratista de una pequeña empresa de pintores y demás servicios para la construcción. En ese momento estaba pintando unos galpones de la Fuerza Aérea, tarea que desempeñaba con cierta ironía.
Poco después viajó a su amado Valle de Elqui, como en un ritual de despedida. Fue hasta Vicuña y pasó a saludar al gerente general, su antiguo compañero de colegio, Francisco Peñafiel. Fue acompañado de su hijo, un día por la mañana. No fue a pedir nada. Solo necesitaba estar allí, ver con sus propios ojos el crecimiento extraordinario que había alcanzado la Cooperativa Capel, que era tan pequeña cuando él asumió la gerencia, apenas una década antes. Saludó con calma y dignidad, pero un poco ausente. Miró las montañas del Valle de Elqui, y se retiró.
Sintió la sensación de satisfacción al ver el crecimiento de la Cooperativa Capel, con cientos de campesinos incorporados a la empresa, como socios cooperados. Muchos de ellos habían mejorado sustancialmente su calidad de vida. Ya no eran inquilinos aislados y marginados; se habían convertido en viticultores con derecho a voz y voto en las asambleas de la cooperativa; ellos podían elegir a sus representantes en el Consejo de Administración y al presidente de Capel. La cooperativa era de ellos. Y ellos eran parte de algo mayor que sí mismos.
Falleció un tiempo después. Aproximadamente en 1980, dejando un legado de pasión idealista.
¿Cuál fue su aporte? Contribuyó a modificar los paisajes culturales del Norte Chico mediante la ampliación de las cooperativas pisqueras que, de alianzas de empresas destiladoras se convirtieron en entidades con cientos de socios, incluyendo a los pequeños viticultores y campesinos, causando un notable fortalecimiento del tejido social en toda la región. De este modo emergió un nuevo paisaje cultural en el Norte Chico, un singular paisaje mestizo, que no es un color gris resultado de la mezcla de blanco y negro, sino un mosaico multicolor, donde los aportes de todos son importantes, incluyendo el legado cultural de los diaguitas y otros pueblos originarios, tal como se observa actualmente en las etiquetas de pisco.
¿Cuál fue su costo? Sufrir torturas en la Esmeralda y los rigores extremos de la desolación gélida y el maltrato en Isla Dawson. Eso es lo que esperaban sus carceleros. Pero, al final, lo incorporaron al olimpo del movimiento socialista de América Latina, junto a los ministros de Salvador Allende.