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La decadencia en la política chilena Opinión

La decadencia en la política chilena

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Ignacio Riffo Pavón
Por : Ignacio Riffo Pavón Investigador Fondecyt de postdoctorado en la Facultad de Gobierno, Economía y Comunicaciones de la Universidad Central (UCEN).
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En la patente crisis de comunicación de la esfera política chilena no existe una escucha activa, cada bancada se atrinchera en su campo de cosmovisiones sin ser capaz de establecer un diálogo abierto y afable.


La política chilena pasa por un momento enrarecido, tosco y enfangado. Asimismo, el debate que se produce cotidianamente entre los diversos actores políticos resulta ser ruin, simple y, en ocasiones, vulgar. En la esfera política se distingue una alarmante carencia de diálogo, un detrimento de la comunicación por la lisa y llana información.

Los profesionales de la política conocen muy bien el proverbio que señala: “No existe la mala publicidad”, por ello, emiten sus posturas de manera controvertida, polémica e incendiaria, pues lo que prevalece es su aparición en las diversas plataformas mediáticas. En esta dinámica de hacer política, el imperativo es concretar un titular incendiario en un puñado de caracteres.

Es el acaparamiento de los focos, las luces y las miradas a toda costa. Es decir, la consolidación de la política espectáculo, donde el debate público y sus temáticas de interés social son abordados de manera superficial, frívola y dramática. Lamentablemente, en este show de la democracia el debate público se halla carente o vaciado de reflexividad. Aquí la clase política se metamorfosea para convertirse en celebridad o actor que aviva el espectáculo.

El comunicólogo Hélder Prior considera que, en la actualidad, la política es un spectaculum realizado por actores en la esfera de la visibilidad pública y que es contemplado por espectadores. Los espectáculos de la política son acciones o discursos construidos por la industria de la información, o por los equipos de marketing político, que colocan el público en la condición de espectador. 

El debate político se ha tornado grosero y chabacano, donde abundan los adjetivos calificativos negativos. También, en ciertos discursos brotan el odio, la rabia, la vulgaridad, la mentira, el negacionismo, el daño o, sencillamente, la ausencia de la voluntad de bien que plantea Gastón Soublette. Los ejemplos son muy nutridos en la política nacional, pero con el objetivo de no dar tribuna ni citar sus nombres se prefiere no hacer mención de estas personalidades. A partir de esto, se incita a la ciudadanía y a periodistas a no brindar espacio ni replicar este tipo de discursos o conductas que aceleran la polarización y degradan nuestra democracia. 

Tal como indicaba el antropólogo catalán, Lluís Duch (1936-2018), la sociedad actual, en este caso concreto, la esfera política chilena, peregrina por un exceso de información en detrimento de la primordial comunicación. Es decir, los diversos grupos políticos solo se centran informar, no en comunicar. Por un lado, la sencilla información tiende a la dispersión y a un aumento constante de los datos. En el mundo contemporáneo, que puede ser denominado sociedad de la información, es posible identificar los crecientes ritmos de la vida, los excesos y la gran cantidad de plataformas mediáticas, las cuales bombardean de información a los individuos, cuestión que genera dispersión y exceso de datos.

En el caso de la política, regida por la avalancha de información y de datos, no se observa un diálogo sincero ni cordial, sino que, muy por el contrario, solo se distingue una mera transmisión de información (datos, frases hechas, titulares, ideas repetidas o propuestas de manual).

En cambio, la comunicación no depende de la cantidad de información o de datos que se posea, sino de un tipo de elaboración cordial que el emisor hace de los datos de que dispone, con el fin de establecer unos nexos éticos y afectivos consigo mismo y con los demás. Es más, la auténtica comunicación promueve una sintonía cordial entre las partes que dialogan. Comunicar es poner en común y establecer nexos, por tanto, la comunicación es imprescindible para el desarrollo sano de la vida individual y social.

En la patente crisis de comunicación de la esfera política chilena no existe una escucha activa, cada bancada se atrinchera en su campo de cosmovisiones sin ser capaz de establecer un diálogo abierto y afable. El diálogo es el intercambio de ideas o afectos entre ambas partes. El auténtico diálogo demuestra que vivir es siempre con-vivir, además enseña que el nosotros es infinitamente superior que el conjunto de sujetos disgregados o atomizados.

El diálogo es contrario al monólogo, que, lamentablemente, hoy es la forma hegemónica en los debates en el Congreso y en las tertulias televisadas. Se insta a generar un diálogo constructivo, que permita alcanzar la concreción de políticas públicas a largo plazo o a generar grandes acuerdos, que no respondan solo a la contingencia, al cortoplacismo o a promesas electorales.

La falta de empatía también es una práctica que se manifiesta en la política y, en un sentido amplio, en la sociedad chilena. No reconocer la tristeza, la carencia o el dolor ajenos denota una carencia de humanidad. Ahora que se conmemoran los 50 años del golpe militar, aún existe un grupo político y ciudadano que no condena tajantemente los hechos que acontecieron desde 1973 a 1989, sino que los justifica como el mal menor.

Sin embargo, no se pueden justificar asesinatos estratégicamente planeados o la represión sistemática en contra de quienes estiman unas ideas diferentes a las de quien ostenta el poder. Dicho esto, se debe condenar la barbarie sin importar el color político. Son repudiables los actos de A. Pinochet, R. Videla, F. Castro, N. Maduro, V. Putin, F. Franco, J. Stalin, M. Zedong, A. Hitler, etc. La indiferencia ante la crueldad o la indolencia ante la tortura anulan la capacidad de compartir y comprender los sentimientos de los demás. La nula sensibilidad ante la tragedia que vivieron miles de compatriotas, que aún no hallan a sus familiares, provoca un recrudecimiento de la herida y un aceleramiento en la fractura social. 

A partir de esta sucinta radiografía de la enrarecida política chilena, se insta a las diversas bancadas políticas a establecer un diálogo cordial, donde la comunicación se sitúe en el centro de todo debate. También, se ruega el buen uso del lenguaje, dejando de lado la vulgaridad, lo grosero, lo reaccionario y la polémica antojadiza. Por supuesto, se solicita un actuar empático que permita entender la realidad de la otredad. De este modo, probablemente podamos salir de este momento enrarecido, frívolo y grosero por el cual deambula la clase política chilena.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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