Sin duda, es evidente la existencia de una importante brecha en materia de salud mental en niños y adolescentes. Hay una baja disponibilidad de profesionales especialistas para este segmento de la población y se requiere de manera urgente promover una mayor capacidad que dé respuesta a los déficits.
Parecía hipnotizado. Llevaba horas frente al televisor como mirando un juego, de esos que lo mantenían entretenido todas las tardes en su celular. Disparos, bombas, gritos se sucedían sin pausa, pero esta vez no era fantasía, sino algo muy real. Aunque a miles de kilómetros, podía imaginar a pocos metros a decenas de niños que como él corrían buscando a sus padres. Angustiado se sentó en el piso y llamó a su mamá. A sus 7 años era capaz de empatizar con el dolor de otros niños, aquellos que no tienen hoy quien los abrace.
En 2011, Chile –de entre 25 países– mostró los peores indicadores en salud mental infantil, con altos porcentajes de niños con déficit atencional, hiperactividad o agresividad. Un año más tarde, la prevalencia total para cualquier trastorno psiquiátrico y/o discapacidad psicosocial alcanzó 22,5% para el rango de 4 a 18 años. Se estima que entre un 30 y 40% de los Niños, Niñas y Adolescentes en el sistema de protección tienen un trastorno mental o del comportamiento.
Estudios más recientes, como el informe solicitado por la Comisión de Salud del Senado, muestran aumentos significativos en “irritabilidad y mal genio” (71,9%), “desobediencia” (70,7%) y “cambios en el apetito” (72,8%); la línea de base superaba el 50%, de los más altos de la región. Estudios en adolescentes muestran que el 43% y el 39% de los jóvenes presentaron síntomas de ansiedad grave o muy grave y/o de depresión grave o muy grave, mientras el 28,9% de adolescentes y 11,4% de jóvenes presentan síntomas de estrés grave o muy grave. Con todo ello reviste especial preocupación que 14 mil niños estén en listas de espera para ser atendidos por un psicólogo o psiquiatra en el sistema público, según evidenció la Universidad Diego Portales.
Sin duda, es evidente la existencia de una importante brecha en materia de salud mental en niños y adolescentes. Hay una baja disponibilidad de profesionales especialistas para este segmento de la población y se requiere de manera urgente promover una mayor capacidad que dé respuesta a los déficits existentes, tanto en cobertura como en calidad de las intervenciones. Desde el punto de vista del tratamiento es importante la formación de profesionales en trauma complejo, como también contar con mayor disponibilidad de camas de hospitalización para corta y larga estadía.
Esto es especialmente relevante para la rehabilitación de víctimas de vulneraciones tan graves como la explotación sexual comercial infantil, o el consumo problemático de drogas y alcohol. También, resulta fundamental impulsar una Agenda Temprana de Prevención Social para anticiparse a los riesgos que enfrenta la niñez y que dañan su salud mental. En ello es fundamental el rol que cumplen los padres y cuidadores, a quienes es necesario dotar de herramientas útiles para la crianza.
Tenemos que avanzar en disponer de una oferta preventiva basada en la evidencia a nivel local con cobertura y calidad adecuadas. El esfuerzo del presupuesto 2024 en materia de Niñez debiera ir orientado en esta dirección, proporcionar un modelo y una oferta completa con este estándar desde las Oficinas Locales de la Niñez que se están instalando y que son parte fundamental del Sistema de Protección Integral de la Ley de Garantías.
Así como Tomás, hay muchos niños hoy día conectados con el drama de la guerra, los padres y cuidadores deben mediar responsablemente para apoyarlos y contenerlos, saber cómo actuar para evitar los efectos que pueda tener sobre su estado emocional y conducta. Cuidar requiere de herramientas y, más que nunca, es necesario que esté disponible para todas las familias de nuestro país.