¿Qué diferencia hay entre uno y otro concepto? Sus definiciones son sencillas y debo asumir que me parecen cada vez más fascinantes…
La columna anterior debía tratarse de un dilema al que le he dado vuelta desde los 20 años, más o menos. Un dilema que para mi querido amigo César, era y sigue siendo sumamente sencillo de responder: ¿prefieres la fidelidad o la lealtad?
La verdad es que César dice todo con picardía y dobles intenciones, siempre en plan coqueto y seductor para vivir su libertad como le apetece, así que la respuesta para él es simple, siempre ha preferido la lealtad. Yo, en la época en que nos conocimos, cuando aún era joven e ingenua, cuando aún creía en el amor de pareja romántico e idílico, defendía, por supuesto, la fidelidad. Y me aferraba a ella tan fuerte como podía. Así, ha pasado más de una década y me pregunto, realmente, ¿para qué defender tanto esa forma de compromiso? Después de tantas relaciones, not relaciones, amoríos y engaños, la lealtad realmente ha copado mi corazón y es que, ¿prefieres una promesa convencional donde el compromiso está puesto en la relación y por tanto no solamente en ti; o, una promesa más compleja donde te comprometes contigo, independiente de la forma?
Esa diferencia era evidente para mi querido amigo, quien abandonó Santiago para vivir en Chiloé desde hace años, y estoy segura que ha estado esparciendo sus conocimientos amorosos en la isla. En fin, ¿qué diferencia hay entre uno y otro concepto? Sus definiciones son sencillas y debo asumir que me parecen cada vez más fascinantes: la fidelidad es el compromiso con la relación, con el otro, con aquella construcción que se ensambla entre dos personas de manera convencional, clásica, la tradición de la tradición donde no existe más opción que la monogamia porque todo entra bajo ese paraguas. No importa, finalmente, cómo te sientes o qué prefieres; no importan los cambios de contexto; no importa nada más que aquel compromiso de ser “esposos”, por decirlo de una manera literal, para siempre.
La lealtad, en cambio, pareciera ser mucho más entretenida, pero no por eso menos compleja, es esa relación que logras formar contigo mismo y, desde ahí, con un otro. Es decir, puedes establecer las reglas que quieras, manteniendo una relación cerrada o abierta, lo que importa ahí es que tú estás conforme, tú lo deseas, tú lo vives y lo asumes; y sí, con un otro, pero ese compromiso va más allá de esa persona, está en tí, te sientes “leal” contigo mismo en la decisión, en las acciones y en la vida. Desde ahí, la lealtad lleva implícito el cambio en la forma que genera la relación, porque la verdad no pasa por la relación misma sino por el fondo, o sea, por el compromiso contigo y, desde ahí, hacia un otro.
Es como si la lealtad fuera la amante eterna de la vida. Como aquellas personas en las que logras confiar en absoluto, con quien el sexo puede ser casual o esporádico, como los amantes eternos, como los mejores amigxs, con quienes eres capaz de vivir en libertad porque las ataduras no existen, solo la conversación, la confianza y el compromiso individual en pro de la relación. Puede ser, perfectamente, una relación monógama de por vida, lo importante no es la forma, sino el fondo, ¿es el compañerismo por sobre la pareja?
Con la llegada de la primavera y el amor flotando en el aire, volver a las preguntas que no hemos concluido tiene sentido. En esa época, claro, hace 15 años, la nostalgia, el desconsuelo e incluso las extrañas coincidencias me podían derrumbar pensando en la traición, mejor dicho, habitándola en forma reiterada y desde ahí la fidelidad se me presentaba como una utopía. Hoy, cuando el drama aplaca y la vida te enseña, puedo deslizar una sonrisa porque, finalmente, en el amor y en el sexo no hay códigos irrompibles y, probablemente, me ilusione más la realidad que cualquier fantasía.