Ahora que comienzan a correrse los últimos metros de la carrera por un nuevo intento de cambio constitucional, pareciera que se repiten las dinámicas de la competición anterior.
No cabe duda que parte importante del éxito de la opción Rechazo del plebiscito pasado radicó en la estrategia de esconder a los rostros de reconocidos políticos, casi todos de partidos de derecha que se abanderaban con la opción antinueva Constitución de entonces. No había que ser doctorado en comunicaciones, ni experto en marketing para proyectar que las energías culturales del pueblo castigarían a cualquier cara o símbolo que dijera representar al gobierno de turno, a la Convención Constitucional de turno y aún más: a los partidos políticos de turno. Es más, luego de la maciza derrota del Apruebo, se constató que hasta los rostros de telenovelas, películas, bandas sonoras y standuperos vinculados al régimen oficialista jugaron en contra a la hora de captar el voto obligatorio del nuevo Chile.
Ahora que comienzan a correrse los últimos metros de la carrera por un nuevo intento de cambio constitucional, pareciera que se repiten las dinámicas de la competición anterior: las mentes del oficialismo y de las izquierdas vuelven a insistir con rostros de ex Presidentes, políticos con decenas de años en el Parlamento, jóvenes con pañoletas arábicas, rojas y verdes en sus cuellos y, una vez más, con un Gobierno que se exhibe con esa actitud de veleta veraniega a favor de la opción “En contra” (misma con la que el año pasado salían a regalar las fallidas constituciones en las afueras de La Moneda).
Mientras que al frente las derechas, con ese pragmatismo propio de quien se mueve desde el deseo de ganancia y no desde el difuso mundo de las abstracciones, han logrado ponerse de acuerdo para organizar una campaña, aun cuando, hasta hace pocas semanas, se daban con estoques en medio de esa trifulca sostenida entre Republicanos y la UDI. Es esperable que las derechas vuelvan a esconder a sus rostros políticos y pongan al frente a gente común y corriente hablando de los peligrosos migrantes, del alto desempleo, del paro de dos meses en las escuelas y liceos de Atacama, del saludo de agradecimiento de Hamás al Gobierno de Boric y, de seguro, saldrán diciendo que, de no aprobarse esta Constitución redactada al ritmo de los republicanos, serán los políticos del Parlamento quienes terminarán haciendo la pega.
Insisto, no hay que ser experto para saber que esto ocurrirá, pues conocemos los trastornos de realidad de las nuevas izquierdas (sumado esto a su rezonga intelectual) y del audaz manejo de las plataformas neurodigitales ocupadas por las agencias de comunicaciones que asesoran a las derechas. Si no me cree, vea quiénes se asoman como las principales cabezas de la campaña del “En contra”: Ricardo Solari , exministro de la Concertación, y Camila Miranda, presidenta de la fundación de cabecera ideológica del Gobierno (Nodo XXI). La batalla vuelve a ser desigual y a decisión propia.
Sabido es que las campañas políticas del presente, especialmente cuando se trata de asuntos estructurales como el cambio de una Constitución (aun cuando en América Latina los cambios constitucionales han pasado a convertirse en una especie de fetichismo, pues se calcula que, en dos siglos, se han producido cerca de cuatrocientas constituciones o reformas importantes a las existentes), suelen movilizar a la ciudadanía desde las emociones y no desde la ideología. Es decir, es poco probable que, al igual que en el proceso anterior, alguien que en su vida diaria no acostumbre a leer ni los prefacios de los libros, ahora se dé el tiempo de leer un mamotreto jurídico por el solo hecho de que unos políticos aparezcan pidiéndole que lo haga. Es probable que, nuevamente, sean los mensajes enviados desde las redes sociales y las franjas televisivas los que terminen inclinando la balanza.
El historiador Yuval Noah Harari plantea que nuestra época ha pasado del humanismo al tecnohumanismo, que es desde donde nace el “dataísmo” (que pone al centro los datos), donde el flujo de la información es el valor supremo. En nuestro presente, la ciencia ha puesto en duda el libre albedrío y ha descubierto que nuestros propios algoritmos orgánicos controlan, mayormente, nuestro cuerpo y cerebro: creemos que decidimos, pero nuestro subconsciente es el que controla la mayor parte. Incluso, nuestras decisiones racionales están predeterminadas por el ADN y, las emociones, disparadas por el efecto de los neurotransmisores. De hecho, hoy se ha comprobado que, usando técnicas de resonancia magnética funcional se puede predecir, en gran medida, lo que una persona decidirá.
En este presente del “dataísmo” y de los “algoritmos del subconsciente” gana el que mejor sabe administrar las emociones del pueblo. La cosa es así y no aceptarla, a la hora de preparar campañas y estrategias de administración del colectivo actual, irá generando nuevas derrotas (como la del 4S del año pasado), más frustraciones y pataletas (como la del Presidente frente a los medios de comunicación) y adentrando a las izquierdas en una caminata por el desierto de las ideas del siglo XXI, donde, de vez en cuando, se aparecerá un espejismo con algún oasis del siglo XX.