La crítica a la razón instrumental debe comprenderse como un paso fundamental en la búsqueda de la construcción de una sociedad cosmopolita portadora de la luz de la razón comunicativa.
Hace cinco meses la filósofa española Adela Cortina visitó Chile y dictó dos conferencias en la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile y en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, tituladas ¿Eclipse de la Razón Comunicativa? Un Reto Radical para la Democracia (15 de mayo) y Ética Empresarial (17 de mayo). Ambas han sido publicadas en un nuevo Cuaderno del Foro Valparaíso. Esto ha sido posible gracias al apoyo de Jaime Antúnez, presidente de la Academia, y Nelson Vásquez, rector de la PUCV.
Sostengo que ambos temas tienen una gran actualidad hoy, cuando observamos en el siglo pasado y en el presente una explosión creciente de conflictos bélicos originados en intereses expansionistas y el enfrentamiento entre doctrinas religiosas. Estos podrían controlarse si la sociedad global se subordinara a los valores universales de la justicia y la paz que fundamentan el ideal de una sociedad cosmopolita. Los conflictos de todo tipo también han dado lugar a una creciente desigualad y pobreza cuyo control demanda una ética empresarial que se sume a los valores universales que gobernarían un auténtico orden cosmopolita.
Las dos conferencias guardan una total coherencia teórica y práctica
Destaquemos primero las cuestiones más teóricas. La alegación de Adela Cortina acerca del eclipse de la razón comunicativa se enraíza en la crítica a la razón instrumental dominante en el saber técnico relacionado con los medios idóneos para el logro de determinados fines. La razón comunicativa en cambio se propone responder a la pregunta de los valores que infunden sentido a los seres humanos dotados de la capacidad de emitir actos de habla y acciones encaminadas a la formación de un consenso libre de la comunicación ideológica. La omisión de la discusión sobre los fines da lugar a lo que Habermas llama la conciencia tecnocrática, cuyo núcleo consiste en la eliminación de la distinción entre orden moral normativo y la técnica. Esto representa una violación de una de las condiciones fundamentales de nuestra existencia cultural, esto es, la forma de socialización e individuación determinada por la comunicación mediante el lenguaje ordinario. Este interés se extiende a la mantención de la intersubjetividad de la comprensión mutua, así como a la creación de la comunicación libre de dominación. El interés tecnocrático hace desaparecer todos los intereses que no se relacionan directamente con el aumento del poder de control técnico.
Cuando los valores e intereses de la sociedad y de cada persona son revelados y se erigen en los verdaderos fundamentos de la asociación política, la ciencia y sus derivaciones tecnológicas dejan de jugar el papel de conciencia tecnocrática para convertirse en una potente condición del desarrollo de un nuevo tipo de sociedad.
Adela Cortina recalca que la definición de los supuestos que dieron lugar a la crítica de la razón instrumental fue un logro de Habermas mediante el recurso a una pragmática universal y a una teoría de la acción comunicativa. Esta distingue cuatro tipos de pretensiones de validez que el hablante manifiesta al oyente: la inteligibilidad de lo que se dice, la veracidad del hablante, la verdad de lo afirmado y la justicia de las normas. El oyente puede aceptarlas o cuestionarla.
“El núcleo de la vida social no es el individuo, como querría un individualismo trasnochado, sino los sujetos que se reconocen recíprocamente como interlocutores válidos. Su ámbito es el del lenguaje en el que vivimos, nos movemos y somos”.
La búsqueda de la sociedad cosmopolita no es una utopía
Basada en el análisis precedente Adela Cortina concentra su análisis en la crítica de cuatro corrientes que en el primer tercio del siglo XXI ponen en peligro la posibilidad de entablar auténticos diálogos. Estas son: la llamada posverdad, que en ocasiones ha dado nombre a nuestra época y parece poner en cuestión la pretensión de verdad; la espiral del silencio, que es la que en realidad impide aflorar la verdad a través de la presión de la opinión pública; los movimientos de la llamada “Teoría Social Crítica”, que cuando pierden su orientación originaria acaban poniendo en cuestión la pretensión de justicia; y algunas propuestas como la Teoría de la Hegemonía de Laclau, que minan la pretensión de inteligibilidad.
La crítica a la razón instrumental debe comprenderse como un paso fundamental en la búsqueda de la construcción de una sociedad cosmopolita portadora de la luz de la razón comunicativa. Ella puede reputarse como la única alternativa capaz de desvanecer el eclipse que hoy ensombrece al mundo. En el cosmopolitismo democrático todos los seres humanos sabrían y se sentirían ciudadanos. Esto, dice Adela Cortina “no es una utopía”, uniéndose así al ideal de tan eximios filósofos como Kant y Habermas. Este último afirma que “la condición cosmopolita” hoy se identifica con una futura sociedad política global constituida como un sistema en el que existen varias arenas y varios actores, capaces de diseñar e implementar una política global que garantice la paz, el respeto a los derechos humanos y regulen efectivamente a la economía global y a las políticas medioambientales.
El razonamiento de Adela Cortina cobra una gran importancia en su concepción y práctica de la Ética Empresarial
Ella inicia su conferencia explicándonos como Aristóteles, en el libro I de la Política, Adam Smith en la Teoría de los Sentimientos Morales y Amartya Sen, Premio Nobel de Economía de 1998, valiéndose de su enfoque en el desarrollo de las capacidades, propusieron concebir la economía y la ética como dos realidades estrechamente vinculadas y su aplicación en el mundo de la empresa.
Esta propuesta no guarda afinidad alguna con la de Milton Friedman de 1970 que postulaba la responsabilidad social de las empresas es “to Increase its Profits”. Después de esta acotación, Adela Cortina se concentra en la idea expuesta por Edward Freeman (Strategic management: A stakeholder approach, 1984). Para este autor, la responsabilidad social de la empresa supone que sus decisiones tomen en cuenta a todos los stakeholders, esto es a todos los grupos de interés.
La responsabilidad social de la empresa consiste en satisfacer los intereses de todos los “afectados” por sus actividades
Sin embargo, el grupo de trabajo de Adela Cortina considera que la responsabilidad social de la empresa consiste en satisfacer los intereses de todos los “afectados” por sus actividades. Entonces la palabra “stakeholders” es sustituida por todos los “afectados” cuyas expectativas legítimas deben ser tomadas en cuenta: trabajadores, clientes, proveedores, toda la cadena de valor, todos los afectados del entorno.
La autora es enfática en su advertencia de tener cuidado en no confundir responsabilidad social con acción social. Esta puede ayudar a los peores situados y a los más desprotegidos y es muy importante, pero no es responsabilidad social. Esta exige cambios al interior de la empresa y no simplemente en la promoción de algunas acciones que supuestamente compensarían los negativos efectos de la eliminación de empleos no justificadas en las necesidades de la empresa. Este sería el caso que acontece cuando el despido se hace para aumentar el valor de las acciones.
La responsabilidad social de la empresa insta a considerar los intereses de los afectados en sus modalidades de gestión, es una medida de prudencia porque genera aliados y no adversarios y es una exigencia de justicia promotora del bienestar en la que no sólo participa el Estado. Compete también a la sociedad asumir un papel de la mayor relevancia en la promoción del bienestar. La concurrencia del Estado, la ciudadanía y el sector empresarial es imprescindible para satisfacer los requerimientos mínimos de una sociedad justa. Las empresas pueden contribuir al desarrollo de una sociedad justa creando riqueza y empleos de calidad.
Iniciativas globales basadas en la relación virtuosa entre ética y desarrollo empresarial
Adela Cortina muestra como el trabajo de más de tres décadas de la propuesta de Étnor sobre la virtuosa relación entre ética y desarrollo empresarial, ha cobrado gran fuerza en nuevas iniciativas de gran valor. Entre ellas figuran la idea del Pacto Global en 1999 de Kofi Annan abogando en favor de la vinculación entre economía y valores ilustrados para impulsar el progreso de la humanidad; la explícita declaración de la responsabilidad de las empresas en la Unión Europea y todos los países de América Latina; los Objetivos del Desarrollo del Milenio en el año 2000, y después los del Desarrollo Sostenible en 2015. Estos últimos tienen en cuenta muy especialmente a las empresas, no así los del desarrollo del milenio.
Los arreglos institucionales puestos en práctica por Étnor en España para fomentar la colaboración entre académicos empresas y organizaciones cooperativas, son claramente descritos por Adela Cortina y podría ser considerados también por nuestras empresas.
Esta colaboración procura superar el rechazo a la tradición existente en la academia de algunos países al sector empresarial si se demuestra que la justicia social puede ser beneficiada cuando la riqueza generada por la empresa está también comprometida con una justa distribución de sus efectos entre todos los afectados por sus acciones.
“Creo que la empresa del futuro será social o no será” afirma tajantemente Adela Cortina. Sólo ese tipo de empresa será capaz de acabar con la lacra de la aporofobia. Esto es el rechazo al pobre, que no tiene nada interesante que dar a cambio. La xenofobia es el rechazo al extranjero, pero no a los turistas, sino a los inmigrantes y a los refugiados. “Y es que el pobre molesta, aunque sea el de la propia casa” (palabra creada por la autora y ofrecida a la Real Academia. Desde 2017 en una palabra normal y corriente de la lengua española. Ver Cortina, A. Aporofobia, el rechazo al pobre, Paidós, Barcelona, 2017).
Adela Cortina sostiene que el gran tema del siglo XXI debería ser, entre otras cosas, acabar con la aporofobia
Esto no es concebible si no cultivamos “la virtud compasión” […] el ponerse en el lugar del otro y, cuando otro está sufriendo, comprometerse a ayudarlo a salir de su sufrimiento. Por eso hay que hacer empresas compasivas. Y política compasiva, y ciudadanos compasivos”.