La intersección de género, etnicidad, clase social y territorios aislados crea una dinámica compleja en la que la violencia de género se manifiesta y perpetúa de maneras únicas.
En el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, nuestra atención a menudo se centra en las áreas urbanas, donde la visibilidad de esta problemática es más evidente. Sin embargo, en las sombras de esta lucha, hay un sector frecuentemente olvidado: las mujeres rurales y las mujeres indígenas. Aquí, la violencia de género se entrelaza con una compleja red de desafíos culturales, económicos y de accesibilidad que demandan nuestra atención y acción.
En Chile, la violencia de género abarca desde agresiones físicas, psicológicas, económicas y sexuales, hasta el femicidio como su forma más extrema. A nivel nacional, ya se registran, a la fecha, 52 femicidios consumados y 137 frustrados (SernamEG), así como una prevalencia de violencia física e intrafamiliar contra mujeres reportada en 2020 (ENVIF). Lamentablemente, estos datos no están disponibles específicamente para mujeres rurales e indígenas, lo que refleja una vez más la invisibilización de esta violencia en dichos contextos.
En las comunidades rurales e indígenas, las mujeres enfrentan barreras únicas en su búsqueda de justicia y apoyo, incluyendo la falta de acceso a servicios legales y de salud, y barreras lingüísticas y culturales. Además, las mujeres indígenas luchan contra una capa adicional de discriminación por género, etnicidad y estatus socioeconómico.
Esta realidad, agravada por la falta de representación política y la escasez de recursos, requiere un compromiso firme con estas comunidades olvidadas. Es crucial fomentar su empoderamiento económico y político, y desarrollar estrategias que incluyan su participación activa en la creación de soluciones.
La intersección de género, etnicidad, clase social y territorios aislados crea una dinámica compleja en la que la violencia de género se manifiesta y perpetúa de maneras únicas. Las mujeres en áreas rurales y comunidades indígenas, a menudo marginadas económicamente y geográficamente, enfrentan no solo la discriminación de género, sino también las barreras impuestas por su etnicidad y posición socioeconómica, todas esas barreras colmadas de prejuicios y discriminación.
La lejanía de los territorios rurales e indígenas significa que estas mujeres tienen un acceso limitado a recursos y apoyos cruciales. Los servicios de salud, legales y sociales que podrían ayudar a prevenir o responder a la violencia de género suelen estar centralizados en áreas urbanas, dejando a muchas mujeres en situaciones de alto riesgo sin las herramientas necesarias para buscar ayuda o protección.
Este análisis resalta la necesidad de un enfoque de política y acción social que no solo reconozca la existencia de la violencia de género, sino que también comprenda y aborde las formas específicas en que afecta a diferentes grupos de mujeres. Las estrategias de intervención deben ser sensibles a estas intersecciones, asegurando que ninguna mujer, independientemente de su ubicación, etnicidad o clase social, sea ignorada en nuestra lucha contra la violencia de género. Ninguna mujer debe quedarse atrás.