Las festividades navideñas suelen evocar imágenes de unidad familiar y momentos felices. Familias perfectas, muchas veces difíciles de igualar, comenzando por el entorno frío y nevado que naturalmente tiende a congregar a aquellas del hemisferio norte.
Mis mejores recuerdos de Navidad son los de estar con mis hermanos, recién bañados y preparados, con las tenidas nuevas, los calcetines con vuelitos y los zapatos negros de charol, preparados para ver la transmisión anual en la televisión abierta de “Un cuento de Navidad” de Charles Dickens. Mi hermana del medio, mi hermano menor y yo hipnotizados con Ebenezer Scrooge y los tres fantasmas de la Nochebuena.
Muchos años después me compré el libro, que incluye otra colección de relatos navideños; porque, para mí, Dickens es la Navidad, así como también la soledad. A través de su novela “Christmas Carol” –su título original–, ilustra de manera conmovedora los efectos del aislamiento en la vida de Ebenezer Scrooge. La visita de los fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras, le hacen ver cómo es que este lo ha llevado a una vida gris, amarga y solitaria. ¿Qué nos capturaba a mis hermanos y a mí, año tras año, de las distintas versiones televisivas de “Un cuento de Navidad”? Lo hemos conversado de grandes y convenimos que, aunque odioso y tacaño, el solitario Ebenezer es entrañable.
Las festividades navideñas suelen evocar imágenes de unidad familiar y momentos felices. Familias perfectas, muchas veces difíciles de igualar, comenzando por el entorno frío y nevado que naturalmente tiende a congregar a aquellas del hemisferio norte. Sin embargo, allí y aquí, para muchas personas, las fiestas de fin de año pueden ser un duro recordatorio de una vida más bien solitaria, como es el caso en cada víspera de Scrooge, atrapado en la oferta audiovisual o literaria de cada diciembre.
En 1948, la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió la salud en términos de bienestar físico, mental y social; una de las primeras lecciones para cualquier estudiante de las carreras de la salud y de psicología. Las y los docentes solemos subrayar que esta definición busca una comprensión más amplia de la salud que la mera ausencia de enfermedad, dolencia o discapacidad. Sin embargo, se ha hecho notar que, con todo, la definición aún esconde el concepto de salud social, en el cual la soledad y el aislamiento han sido planteados como sus aspectos problemáticos.
Existe un amplio consenso en entender la soledad como una vivencia que es identificada por los propios individuos; no se trata de un hecho objetivo, sino más bien una experiencia subjetiva, pero no por eso menos real. Además, la soledad se caracteriza por tener consecuencias negativas en la salud mental y la salud en general, impactando incluso en la esperanza de vida. No es, entonces, un estado elegido por la persona, a diferencia de la solitud que no tiene una traducción al español y que puede ser descrita como una “soledad positiva”, puesto que se la busca de manera activa y resulta beneficiosa y reparadora.
Entonces, lo importante aquí es que el sentimiento de soledad no es equivalente a estar solo o sola o al aislamiento social, aunque están relacionados. Es posible experimentar soledad en una multitud, así como en una cena navideña, o estar a solas en las fiestas de fin de año sintiéndose o no en soledad. ¿Cuál era el caso del viejo Ebenezer Scrooge?, espérenme unas líneas.
Estudios recientes realizados en el Norte Global señalan que niveles altos de soledad se encuentran entre adultos y adultas jóvenes, que bajan durante la mediana edad, y luego aumentan levemente entre las personas mayores. En Chile, sabemos por la VI Encuesta de Calidad de Vida en la Vejez que, si bien durante la pandemia el riesgo de aislamiento disminuyó entre las personas mayores, el sentimiento de soledad lo hizo en la dirección contraria. Estos datos ejemplifican una tendencia preocupante sobre este aspecto de la salud social, en la que confluyen cuestiones no solo individuales, sino que, entre otras, culturales e institucionales. Y, bueno, las fiestas navideñas y de fin de año son uno de los rituales instituidos, social y culturalmente, propicios para acentuar estados de soledad. Volvamos ahora a Dickens y su cuento de Navidad.
Nuestra fascinación con esta historia se llama Ebenezer Scrooge, pero también nos hipnotizaban los tres fantasmas que lo visitaban a medianoche, generando, en una travesía en el tiempo, un cambio radical. ¿Los recuerdan? Lo que ocurre en esta trayectoria es que el hecho objetivo y voluntario del aislamiento de Scrooge –representado en su mezquindad y egoísmo– revela un profundo estado de soledad. Los fantasmas –que en un sentido psicológico pueden ser entendidos como estados de ánimo o actitudes– inducen en él una reflexión sobre lo que se ha llamado la soledad existencial. De ahí que Ebenezer toma conciencia sobre la importancia de sus relaciones significativas –su sobrino, su empleado y la familia de este–, aquellas personas de su vida cotidiana que lo atan al mundo y lo traen de regreso a la vida y a los afectos.
La posibilidad de sentirnos solas y solos, por cierto, no es exclusiva de las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Pero, paradójicamente, la presión y ritualización de las celebraciones, las compras, las cenas, los encuentros familiares extraordinarios, nos estresan, a veces nos aíslan y, como con Ebenezer Scrooge, terminamos yendo a dormir, en soledad. ¿Qué hacer? Tengo pocas ideas, más allá de las obvias y, por supuesto, las difíciles. Pero les puedo dejar aquí las palabras que pone Dickens en su personaje, por ahí en 1870, que al menos a mí me parecen aún vigentes:
“Honraré la Navidad en mi corazón, y trataré de mantenerla todo el año. Vivirán en el Pasado, en el Presente y en el Futuro. Los espíritus de los Tres se esforzarán dentro de mí. No dejaré de lado las lecciones que enseñan”.