Las dos economías tienen un alto grado de complementariedad, más que de competencia.
Todo parece indicar que el comercio de Chile con nuestra vecina Argentina no tiene nada que temer como consecuencia del reciente cambio de gobierno. Hay varias razones para estar tranquilos. Por un lado, entre Argentina y Chile existen, no uno, sino dos tratados internacionales que norman su reciproca relación comercial y que no pueden ser pasados a llevar muy alegremente. Ambos tratados configuran el entramado jurídico que rige las relaciones bilaterales de tipo comercial. Aun cuando los países se dan el lujo de violar de vez en cuando esos tratados, eso constituye un hecho que tiene complicaciones desde el punto de vista comercial, diplomático, jurídico y político.
Además, Argentina le vendió a Chile, el año recién pasado, mercancías por un valor de 4.929.082 miles de dólares. Casi cinco mil millones de dólares, para hablar en cifras redondas. Chile, a su vez, le vendió a Argentina, en el año mencionado, bienes por un valor bastante más reducido: apenas 736.422 miles de dólares. La balanza comercial es, por lo tanto, fuertemente favorable a Argentina, razón por la cual desmejorar esa situación seria un auténtico tiro en el pie por parte de Argentina.
Las ventas de Argentina a Chile son, en primer lugar, las que se ubican en el capítulo 27 del arancel de aduanas –combustibles, minerales– donde se agrupan todo lo que refiere a petróleo y gas. Le siguen los productos de carácter primario tales como los cereales fundamentalmente trigo–, grasas y aceites, alimentos concentrados para animales –que son un subproducto de la manufacturación de la soya–, leche, lácteos y carnes. Entre productos de carácter más manufacturero que figuran entre los ocho primeros de exportación de Argentina a Chile, solo se encuentran los vehículos y los plásticos.
Todos esos productos presentes en las exportaciones argentinas hacia Chile son productos que Chile necesita importar, pues su producción interna es deficitaria con respecto al consumo nacional, pero son, al mismo tiempo, productos que cuentan con un mercado internacional suficientemente desarrollado, amplio y transparente que puede abastecer rápidamente una demanda adicional, como la que podría manifestar Chile si el suministro argentino se redujera. Son también productos que Argentina podría vender con facilidad en el mercado internacional en el caso de que la demanda chilena se redujera.
Los productos que Chile exporta a Argentina, a su vez, están compuestos fundamentalmente por cobre, en diferentes grados de manufacturación, frutas, pescados y crustáceos, plásticos, papeles y cartones y productos químicos inorgánicos, productos todos que presentan las mismas características ya analizadas en el comercio en sentido contrario.
En síntesis, las dos economías tienen un alto grado de complementariedad, más que de competencia, en cuanto a su comercio exterior, y ninguno de los dos países tiene capacidad de ejercer una presión comercial sostenida sobre el otro, ni razón alguna para reducir el comercio bilateral y para no aprovechar los menores costos de transporte que genera la cercanía geográfica.
Si el Gobierno de Milei privatizara las explotaciones petrolíferas y liberalizara el comercio exterior, entonces Chile se vería crecientemente beneficiado como destino de esos productos energéticos, que por lo demás ya cuentan con la adecuada infraestructura de ductos.
Por último, si hay la intención argentina, no de suprimir, sino por lo menos de dosificar o de restringir el comercio con China, es dable suponer que habrá nuevas demandas comerciales que tendrán que buscar oferta en los países más cercanos, y ninguno más cercano que Chile.