En los próximos días, meses y años, a través de diversos juicios en tribunales internacionales, sabremos con más detalle la magnitud de las crueldades cometidas contra una población civil indefensa.
Cuando se inició la invasión de Rusia a Ucrania, las grandes potencias occidentales, Estados Unidos y la Unión Europea, invocaron los grandes principios del derecho internacional y humanitario para condenar tal agresión, y dar un sustento de legitimidad a la ayuda militar y económica, que desde entonces proveen a Ucrania. Tal postura fue avalada también por una mayoría de países del mundo, que en varias votaciones en la Asamblea General de la ONU han condenado dicha invasión y los atropellos cometidos por tropas rusas contra civiles ucranianos.
De alguna manera, buena parte de los países del mundo le estaban dando, no sin cierto escepticismo por sus acciones pasadas, el beneficio de la duda a las potencias occidentales, de que esta vez sí habría un apego, siempre, a las reglas básicas y principios que rigen las relaciones entre Estados, los derechos humanos a nivel global, y el comportamiento de esos Estados, para tratar situaciones de conflictos en el orden interno de los mismos. El presidente Biden y otros líderes europeos hablaron mucho, en este período, de la necesidad de reafirmar un “rule based order” en el sistema internacional (un sistema donde se respeten las reglas básicas del derecho internacional en la convivencia entre y al interior de los Estados) .
Y es claro que Rusia, con su invasión, violó principios tan esenciales como el no uso de la fuerza en la resolución de disputas internacionales, el respeto a la integridad territorial de otro Estado y abstenerse de rediseñar las fronteras vía una acción militar, la no intervención en asuntos internos y, ya iniciada la guerra, la prohibición, bajo las Convenciones de Ginebra, de tener como blanco y atacar ciudades y áreas de población civil indefensas, que no están en el frente de guerra.
Bueno, después de los brutales ataques de Hamas el pasado 7 de octubre, Israel inició una invasión a gran escala de Gaza, y un creciente acoso y robo de tierras a palestinos por colonos con respaldo estatal, en los territorios ocupados, que en estos tres meses han violado todos y cada uno de los principios antes expuestos, y en una escala de magnitud que hoy tienen a este país enfrentando ya una acusación formal por genocidio (presentada por Sudáfrica y respaldada por varios otros países) en la Corte Internacional de Justicia. Estamos hablando en estos momentos ya de más de 22 mil palestinos asesinados, 70% de ellos niños y mujeres, el desplazamiento forzado de 2 millones de personas, y una hambruna generalizada por el bloqueo y obstáculos permanentes que se ejerce sobre la ayuda humanitaria en las fronteras de Gaza.
El gran error histórico y ético que cometieron muchos líderes occidentales fue haber “corrido” a Tel Aviv después de los ataques, y haber entregado una virtual “carta blanca” que, todos sabían, se convertiría en un brutal castigo masivo a los palestinos de Gaza, como así ocurre hasta hoy. No hay ninguna duda que el gobierno de Israel ha cometido gravísimos crímenes de guerra y ejerce una “limpieza étnica” de facto, expulsando a la población palestina de este territorio. El mantra que repiten estos líderes de Occidente, de que “Israel tiene derecho a la autodefensa”, sin haber puesto límites desde un principio a lo que eso podía significar en la práctica, los hace corresponsables de las atrocidades que día a día vemos en lo que queda de Gaza. Y esa corresponsabilidad se hace más manifiesta cuando es la masiva ayuda militar y financiera de Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, y otros, la que hace posible que Israel ignore todos los llamados internacionales y persista en este castigo colectivo a la población de Gaza.
Hasta ahí entonces con los principios invocados, que cuando se trata de un país “amigo”, entonces no aplican. Como dijo un clérigo cristiano palestino en una misa en Belén hace pocos días, “que no vengan nunca más estadounidenses y europeos a predicarnos sus principios, o su disculpas tardías, no se las aceptaremos”. Esta frase resume bien, también, lo que piensa buena parte del mundo y, sobre todo, el llamando “Sur Global”. La pérdida de credibilidad de las grandes potencias de Occidente es inmensa ahora, y les pesará por décadas. Como dijo el reconocido analista internacional Ian Bremmer, “nunca pensé que Estados Unidos iba a quedar más aislado en el mundo que Putin”, por su apoyo incondicional y sin critica alguna a lo que hace Israel.
En los próximos días, meses y años, a través de diversos juicios en tribunales internacionales, sabremos con más detalle la magnitud de las crueldades cometidas contra una población civil indefensa. Y con todos los antecedentes a la vista, sería impresentable, también, que la Corte Penal Internacional no abra pronto un proceso contra los principales dirigentes israelíes responsables, al igual que lo hicieron hace unos meses con Putin, por los crímenes en Ucrania.
Y los países que han apoyado esto no van a poder zafar de su responsabilidad, de que cuando pudieron pararlo, no lo hicieron. Además de las miles de víctimas masacradas, víctimas también son los grandes principios del derecho humanitario y derechos humanos (un patrimonio del pensamiento liberal y progresista occidental), sacrificados en pos de una abstracta idea de “legítimo derecho a la autodefensa” que, sin límites, condujo –como será recordado– a una de las grandes masacres de este siglo XXI, y todo con el aval diplomático, militar y económico de buena parte de ese mundo occidental. Muchos no lo olvidarán.