Así fue que estuve solo, defendiendo la obra de un gobierno que no era mi gobierno, pero que ante la pandemia era el gobierno de Chile.
En octubre del 2020 escribí en El Mostrador la columna titulada “Pandemia: se da por inaugurada la temporada de la verdad”. Esta columna no era sino una continuidad de varias que había venido escribiendo con un juicio evaluativo positivo de lo que el gobierno había venido haciendo frente a la pandemia, con el presidente Piñera a la cabeza y los ministros Mañalich y posteriormente Paris, la subsecretaria Daza y el Consejo encabezado por nuestra actual ministra de Salud, la prestigiada epidemióloga Ximena Aguilera, a quien el ministro Mañalich en sus columnas recuerda siempre con especial gratitud, por su indiscutible contribución a lo obrado. El expresidente Piñera y todos estos médicos nombrados hicieron un muy bien trabajo. Esa fue siempre mi opinión.
Y tal opinión obedecía también a razones estrictamente sanitarias, porque la convergencia de intereses y la conformación de un solo gran cuerpo colectivo tras la pandemia era una pieza estratégica central para su buen abordaje. Es decir, pura salud pública. Sin embargo, el ambiente en medio del cual escribí mis columnas se encontraba poblado de opinantes vociferantes e interesados, algunos con licencia certificada y otros expertos espontáneos del más variado origen, cuyos nombres omitiré en esta ocasión.
Todos ellos hacían cuestión de cada una de las decisiones que el gobierno tomaba en la materia, con la complicidad de entusiasmados medios de comunicación, al punto de hacernos creer que había llegado el apocalipsis a Chile. Y así también lo dije en su momento. Pero lo que no dije en su momento fue que había también en este caso “cómplices pasivos”. Es decir, colegas cercanos, verdaderos especialistas, que prefirieron abstenerse y callar. Así fue que estuve solo, defendiendo la obra de un gobierno que no era mi gobierno, pero que ante la pandemia era el gobierno de Chile.
Una situación particularmente especial derivó de mi citada columna, donde desplegué la información que a continuación re-edito, producto de la cual puse en tela de juicio los cuestionamientos incesantes que se hicieron por los citados actores acerca del manejo de la información, donde se acusaba al gobierno de ocultar información y mentir y se dictaba cátedra acerca de la mejor manera de hacerlo, como si los verdaderos especialistas no supiéramos del DEIS y de Danuta Rajs. Confieso que lo hice ya de manera airada, saturado de las cosas que públicamente se planteaban. De allí el título de la columna, por la que recibí críticas “en off”.
Vamos por dicho entonces, cuando empezó la medición de los excesos de mortalidad que hizo The Economist los resultados fueron sorprendentes e interesantísimos. Perú figuraba en el primer lugar del exceso de muertes con una tasa de exceso de 211 por 100 mil habitantes mientras que Dinamarca tenía 0. Es decir; mientras en la hermana república del Perú, vecino nuestro, morían 211 personas más que en un período normal por cada 100 mil habitantes durante la pandemia, en Dinamarca no se observaba ningún muerto adicional por sobre lo habitual.
Chile figuraba en el lugar número 9 de la lista, con 62 muertes en exceso por 100 mil habitantes, después de Perú, Ecuador, México, Reino Unido, España, Bélgica, Italia y EEUU, en mejor posición que en el ranking de la mortalidad declarada y cerca de Suecia, Portugal y Rusia.
Lo más sorprendente surgía cuando se comparaba el exceso de mortalidad con la mortalidad por Covid que cada país había estado declarando, porque en tal situación, Chile, como era esperable, prácticamente declaraba las mismas cifras que resultan de medir el exceso de mortalidad, incluso las primeras eran un poquito mayores que las que resultaban de medir el exceso, al punto que alguien pudo pensar que estábamos hipersensibles en el DEIS. En efecto, creo que en medio de la batahola, sí que lo estábamos. México, por ejemplo, declaraba 47.000 muertes y tenía 128.700 en exceso. Estados Unidos declaraba 174.000 muertes pero tenía 240.000 muertes en exceso. Perú declaraba 28.900 muertes y tenía 69.000 en exceso. Ecuador declaraba 6.500 muertes y tenía 31.500 en exceso. Chile declaraba 12.000 muertes y tenía 11.000 muertes en exceso.
La diferencia entre Perú y Chile, por tomar el caso extremo, que alcanza a unas 150 muertes por 100 mil habitantes, al igual que la diferencia entre Ecuador y Chile, de unas 120 muertes por 100 mil habitantes, podría explicarse en buena medida por la incapacidad del sistema de salud de esos países para evitar muertes al momento de proveer asistencia. En lo que a Chile respecta, cualquiera que hubiese sido la razón que explicara las muertes y si acaso estas eran muchas o pocas, no cabía más que enorgullecerse de haber estado proporcionando a la comunidad internacional información de primera calidad, sobre la que invertimos tanta energía y pusimos tan cuidadoso celo y también por haber sido capaces de responder a la demanda de los casos que requirieron asistencia crítica y evitar muertes. Y también por nuestra oportuna y exitosa campaña de vacunación.
Lo dicho por The Economist fue posteriormente corroborado en el The Lancet en el artículo “Estimating excess mortality due to the COVID-19 pandemic: a systematic analysis of COVID-19-related mortality, 2020–2021”, publicado online en marzo de 2022.