Con profundo dolor hemos visto cómo organizaciones feministas en Chile y el mundo buscan explicar las terribles acciones perpetradas por el grupo terrorista Hamás en Israel, con comunicados en los que no se condena de forma alguna la violencia contra mujeres y la profanación de sus cuerpos.
El feminismo es, según la RAE, el “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”, en tanto que, para ONU Mujeres, es la lucha por la equidad y por el reconocimiento de las mujeres como personas físicas y sujetos de derecho, subrayando la importancia de eliminar la violencia que se ejerce en contra de estas.
Sin embargo, recientemente, ciertos sectores del feminismo parecen haber obviado estos principios y fueron indiferentes frente a la masacre que desencadenó el ataque del 7 de octubre del año pasado, donde cientos de mujeres fueron víctimas de asesinato, tortura, violación y mutilación, siendo decenas llevadas a Gaza, en donde aún están siendo sometidas a todo tipo de vejaciones. A pesar de la barbarie, el silencio predominó y muchos intentaron justificar lo ocurrido asociándolo a la “causa palestina” y la “resistencia”.
El rector Carlos Peña dijo al respecto: “Hay algo de absurdo y ridículo cuando en algunos países (incluido Chile), ciudadanos se manifiestan a favor de la agresión contra Israel, enarbolan banderas multicolor, el símbolo del orgullo gay, o hacen flamear emblemas feministas o reclaman el derecho a la protesta, olvidando así que los gays serían perseguidos, cualquier protesta reprimida y las mujeres sometidas”.
El mismo 7 de octubre ya se conocían detalles de este grave atentado en contra de las mujeres. Los mismos perpetradores grabaron su brutal actuar y lo dieron a conocer al mundo como parte de su objetivo de sembrar caos y terror.
Ante ese escenario, se esperaba una masiva, contundente y global condena. Sin embargo, esto no ocurrió, y cabe preguntarse: ¿Por qué habiendo sido nuestras congéneres víctimas de un ataque salvaje, el mundo calló? ¿Por qué muchos intentaron justificarlo? ¿Por qué hubo silencio de las feministas?
El sesgo de confirmación emerge como una explicación plausible. Esta es la tendencia humana a buscar y dar preferencia a información que confirme nuestras creencias preexistentes. Dicho fenómeno afecta nuestra percepción de los acontecimientos, especialmente cuando se refiere a contenidos emocionales y pensamientos arraigados. En este caso en particular, muchos no quisieron ver lo evidente y buscaron datos que ratificaran que esto tenía un “contexto”, para terminar suscribiendo los dichos del secretario general de la ONU, quien justificó el ataque al declarar que este “no era producto de la nada”.
Con profundo dolor hemos visto cómo organizaciones feministas en Chile y el mundo buscan explicar las terribles acciones perpetradas por el grupo terrorista Hamás en Israel, con comunicados en los que no se condena de forma alguna la violencia contra mujeres y la profanación de sus cuerpos.
No querer exponerse a una amplia gama de fuentes e información (incluidas investigaciones, testimonios y experiencias de personas), atenta contra una mirada objetiva, en que se comprenda, por ejemplo, que el conflicto israelí-palestino es extremadamente complejo, que no responde a soluciones fáciles, y que las víctimas de Hamás no son solo los israelíes y el pueblo judío, sino también los palestinos, como han reclamado diversas voces a nivel internacional.
Ser propalestino no debería significar ser antisraelí, ni “entender y justificar” la violación sexual.
Las mujeres, usadas como armas de guerra, son parte de una estrategia, cuyas consecuencias físicas y emocionales son imborrables. Ello debería ser motivo de consternación y preocupación a nivel mundial, pero sobre todo de la causa feminista.
El sesgo de confirmación puede ser un obstáculo importante cuando se trata de entender y analizar lo que ocurre hoy en Medio Oriente, y si bien se trata de un fenómeno natural, debemos reconocer cuando opera y limita nuestra capacidad de comprensión.
El “algoritmo” no se da solo en las redes, sino que se alimenta de nuestro círculo y la información sesgada que consultamos o que nos llega de forma fácil e inmediata, la que, a su vez, compartimos con gente que piensa como nosotros. De esa forma avanza un análisis poco crítico, que no considera todas las variables y, por ende, no permite apreciar, juzgar ni valorar los hechos en su integralidad. Así seguimos confirmando creencias que somos reacios a cambiar, pues nos acompañan desde siempre.
Debemos ser capaces de escuchar perspectivas distintas a las nuestras, abrirnos a información que contradiga nuestras preconcepciones, preguntarnos si es precisa, y si hay otras explicaciones posibles para los eventos que se describen. Si nos limitamos a escuchar a personas que piensan como nosotros, es probable que nos quedemos atrapados en nuestros propios e inmutables puntos de vista. Por el contrario, superar barreras emocionales y cognitivas nos puede dar la posibilidad de avanzar en un diálogo genuino en torno a hechos concretos y, con ello, encaminarnos a la construcción de una mejor sociedad.
La consigna “Ni una menos”, inspirada en Susana Chávez que reza: “Ni una mujer menos, ni una muerte más”, no debería admitir distinciones. Debemos recordar que abarca a TODAS, independientemente de su religión, nacionalidad o etnia. Esta es la verdadera sororidad.
En el Mes de la Mujer, los movimientos feministas aún están a tiempo de levantar la voz.