Existe una amplia discusión sobre la conveniencia del PIB como medida de bienestar. Dicha discusión no se transmite en un cuestionamiento del crecimiento como objetivo político, sino como la eterna promesa de bienestar y uno de los principales parámetros por los que se juzga el éxito de un gobierno.
Comencé mi columna anterior declarando que el crecimiento era el más sobrevalorado de los objetivos políticos. Hoy quisiera nutrir dicha aseveración con argumentos que no di en aquella ocasión.
Dependiendo de la metodología que se emplee, Chile tenía en 1990 entre un 39% y un 69% de pobreza. A 2017, dicho indicador estaba entre un 5.5% y un 8.5% de la población. Durante el mismo período, el ingreso per cápita aumentó en más de 5 veces.
A todos nos resulta evidente el nexo causal mediante el cual un mayor crecimiento implica menores índices de pobreza. Sin embargo, ello no hace del crecimiento un valor absoluto que debiese ser buscado a todo evento, pues no solo excluye fenómenos cruciales para el bienestar, como lo son los cuidados, sino que en ocasiones se puede crecer incluso en detrimento del bienestar. Existe, entonces, un mal crecimiento.
La internet está plagada de denuncias –algunas de ellas en calidad de muy buenos memes– a multimillonarios por tomar vuelos privados para viajes muy cortos o derechamente innecesarios. Existe conciencia entre las personas de que estos viajes son contrarios al interés general por la emisión de gases de efecto invernadero que implican. Cabe preguntarse, entonces, cómo refleja nuestro indicador de bienestar y objetivo emperador de las políticas públicas este evento.
Si el multimillonario toma su jet, paga una persona que pilotee, asistencia de cabina, derechos de aterrizaje y un hangar donde estacionar, además de mucha, mucha gasolina. Si se toma el tren, en cambio, paga nada más que su pasaje, el que divide costos fijos entre todos los pasajeros y tiene muchísimos menos costos sociales. En el primer caso, el crecimiento goza de gran estímulo; en el segundo es prácticamente cero.
El ejemplo anterior puede parecer particular, pero pensemos en una forestal que se instala sobre miles de hectáreas en el Valle Central. Su plantación crea empleo, aumenta las exportaciones y hace ricos a sus dueños, a la vez que acaba con la agricultura familiar, erosiona los suelos, seca los acuíferos, reemplaza a bosques nativos con muchísima mayor absorción de gases de efecto invernadero y propaga incendios. Cabe perfectamente plantear la posibilidad de que, sumando y restando, haya sido preferible que se instalara la forestal.
El problema es que el todopoderoso crecimiento solo suma la parte positiva, sin reflejar ninguno de estos costos. Si estos fueran mayores, y el bienestar hubiese disminuido por haberse instalado la forestal, nuestros políticos y empresarios se congratularían de todas formas por el fenomenal crecimiento alcanzado.
No es casual que cite los incendios, pues, porque encima de estas catástrofes la Corte Suprema condenó por colusión a las empresas que arrendaban aviones y helicópteros para apagarlos. Es importante consignar que estos elementos fueron arrendados por el Estado y, por tanto, el sobreprecio producto de la colusión lo debimos pagar todos los contribuyentes. Para efectos del PIB, esta apropiación por parte de las empresas representa “valor agregado”, es decir, crecimiento.
Existe una amplia discusión, tanto en la academia como en la opinión pública, acerca de la conveniencia del PIB como medida de bienestar. Sin embargo, dicha discusión no se transmite en un cuestionamiento del crecimiento como objetivo político, por lo que este último aparece como la eterna promesa de bienestar, y uno de los principales parámetros por los que se juzga, por ejemplo, el éxito de un gobierno. Es por ello que cuando ciertas medidas son propuestas o rechazadas en aras del crecimiento, no debiera ser este el criterio último que zanje el debate, sino uno de los antecedentes a tener en cuenta.
Ante aquellos que clausuran debates en aras del crecimiento, siempre debemos preguntarnos qué tipo de crecimiento promulgan y para quién van sus beneficios, cuestión que abordaremos en una próxima entrega.