Por supuesto que hoy los partidos eludirán hablar de la necesidad de modificar el tipo de elecciones actual, después de ver este patético ejercicio democrático en que en menos del 20% de los municipios se ofreció la posibilidad de elegir entre varias cartas.
“Escasa campaña del Gobierno”, “el frío y el clima”, fueron las excusas de nuestros políticos –de todos los colores– para explicar la penosa participación ciudadana en las elecciones primarias. Ni el mejor de los spots publicitarios, ni un día soleado y caluroso podría haber compensado el escaso interés y baja motivación de la ciudadanía, en un proceso en que en apenas 60 de 346 comunas –el 17%– y dos regiones –de 16– se compitió por llegar a representar un sector político. En el resto, la elección de candidatos fue a dedo. A la chilena.
Del total de electores que podían votar, solo cerca del 6% acudió a las urnas. Paupérrimo y vergonzoso, la verdad. Pese a esto, los partidos festejaron en familia los resultados, y se autoadjudicaron los triunfos, sin importar esta vez la escasa asistencia –esa que criticaron durante todo el día, responsabilizando a otros, pero sin ninguna autocrítica–. Todos sabían la fecha en que se realizarían los comicios y nadie puso la alarma antes.
Sin duda, la baja participación y el cero entusiasmo de los chilenos en este proceso puede explicarse por varios factores.
El primero, es que el voto obligatorio generó un espejismo en que los partidos nos hicieron creer que esto era interés de la gente. Falso. Segundo, durante los últimos dos años, más de veinte alcaldes han sido formalizados por corrupción. Torrealba, Barriga, Jadue están presos en la cárcel o en su casa. Hasta hace poco, los municipios eran instituciones consideradas más ajenas a los temas de corrupción. Tercero, por supuesto que existe una fatiga electoral. Los chilenos, en los últimos años –además de las elecciones habituales–, fuimos a las urnas varias veces con la intención de cambiar la Constitución –5 veces–. ¿Y en que terminó todo? En un completo fracaso y papelón. ¿Qué motivación puede tener ir votar con este escenario? Poca.
Claro que, pese a la participación paupérrima, en la derecha se produjo en fenómeno interesante. Quizás el hecho político más relevante de las primarias. Renovación Nacional fue el claro ganador del sector, sorprendiendo a la UDI, incluso arrebatándole la emblemática Lo Barnechea con Felipe Alessandri –luego de la guerra frontal que mantuvo con Ward–. También el triunfo de Karla Rubilar fue amplio, pese a que en las horas previas circularon muchos memes burlándose, porque la exministra no votó en la comuna que quiere representar, porque no vive ahí.
Esto podría significar que la sensibilidad liberal del sector le sacó ventaja al ala más conservadora. ¿Un preámbulo de que la gente privilegiará a una derecha más liberal en las elecciones de octubre, luego del agresivo anuncio de Republicanos de que le competirá a Chile Vamos en varios gobiernos regionales?
Tampoco le fue mal al Frente Amplio, pese a todos los agoreros que planteaban que el partido del oficialismo tendría un revés importante. Solo hay que recordar que, en las encuestas, el voto duro de Boric –que incluye al FA– se mantiene en un 30%, a pesar de todo. Emblemático el triunfo RD en Peñalolén, una comuna liderada hace años por la DC.
En materia de primarias para los gobernadores –solo en dos regiones se realizaron elecciones–, más allá de los resultados, lo más inquietante fue el nivel de participación, considerando que esos candidatos aspiran a representar una región. Uno triunfó con apenas 800 votos y el otro con 2 mil.
Por supuesto que hoy los partidos eludirán hablar de la necesidad de modificar el tipo de elecciones actual, después de ver este patético ejercicio democrático en que en menos del 20% de los municipios se ofreció la posibilidad de elegir entre varias cartas –si fueran obligatorias las primarias para todos los partidos, el ambiente sería distinto– y la abstención a nivel nacional superó el 90%.
También por supuesto que hoy los partidos evitarán hablar respecto a que, de no ser por las elecciones obligatorias –les devuelven, por lo demás, plata por voto–, la participación ciudadana no pasaría del 35% o 40% y de seguro sería incluso más baja. Tampoco nada dirán de que, finalmente, este escaso interés de la gente tiene que ver con un país cansado de las ofertas, de la crítica feroz y destemplada hacia el que está en el poder, de la negación de la sal y el agua del que está en la oposición –esta oposición y la anterior, que hoy está en La Moneda–, de los Torrealba, de los muñecos de Cathy Barriga, de la victimización de Jadue en una cárcel VIP, de los alcaldes de Victoria y Cunco formalizados hace solo un par de semanas por abusos sexuales.
Pero no importa, después que la gente vaya obligada a votar en octubre, dirán que fue gracias a su esfuerzo, a su programa y otras falacias que ya conocemos de sobra. Es la pobre política chilena.