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Tecnología y democracia: ¿aliados o enemigos? Opinión

Tecnología y democracia: ¿aliados o enemigos?

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José Antonio Valenzuela M.
Por : José Antonio Valenzuela M. Director de Asuntos Legislativos de Pivotes
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Taiwán es un buen ejemplo de un país que ha utilizado la tecnología como una herramienta fundamental para fortalecer las instituciones de su democracia liberal. Las últimas décadas de este país asiático muestran que las herramientas digitales pueden contribuir a crear comunidad.


La democracia no es el único sistema que la humanidad ha creado para gobernarse y tampoco es el más antiguo ni el más duradero. Su (relativa) consolidación a fines del siglo pasado y principios de este es un logro importantísimo pero, tal y como ha pasado en otras épocas de la humanidad, en sus propias características puede estar el germen de su propia destrucción, especialmente si no es capaz de adecuarse a los cambios de época. En los tiempos que vivimos parece que ese germen es la “tecnología” que las democracias liberales han permitido crear y escalar.

Es innegable que los nuevos desarrollos tecnológicos han traído dos corrientes que desafían profundamente el sistema, que hasta el momento no hemos sabido resolver. Por un lado, existen tecnologías que permiten altos niveles de centralización de la información, que han derivado en prácticas que se acercan peligrosamente al autoritarismo, ya no de Estados, sino de compañías todopoderosas que monopolizan los datos. Incluso, en el caso de Tik Tok pareciera ser un Estado el que acapara todo ese conocimiento, que ha desatado acalorados debates en distintos congresos en el mundo.

Por otro lado, tecnologías como las criptomonedas o el blockchain, sumadas a los usos de las ya mencionadas, fomentan la total atomización, una descentralización radical en la cual el anonimato se transforma en un arma de destrucción masiva, que facilita desde el acoso virtual y la desinformación, generando sociedades cada vez más conectadas, pero cuyos integrantes se sienten cada vez más solos y confundidos.

Solemos pensar que la tecnología es una fuerza incontrolable, que avanza con una voluntad propia e inexorable, y que poco o nada se puede hacer para incidir en los tipos de herramientas que genera, que a la larga moldean la forma en que convivimos. Hay quienes no se resignan, pero tradicionalmente han optado por frenar el progreso tecnológico. Un par de siglos atrás destruían las maquinarias de la Revolución Industrial y hoy buscan prohibir las nuevas tecnologías digitales. Posiblemente la historia se repita y nos muestre que enfocarnos en frenar el desarrollo tecnológico no es el camino adecuado.

Sin embargo, esto no tiene que ser necesariamente así, ni la inacción frente a los avances de la tecnología ni la oposición a ella son los únicos caminos disponibles. Taiwán es un buen ejemplo de un país que ha utilizado la tecnología como una herramienta fundamental para fortalecer las instituciones de su democracia liberal. Las últimas décadas de este país asiático muestran que las herramientas digitales pueden contribuir a crear comunidad, que sí podemos incidir y moldear la forma en que queremos relacionarnos a través de la tecnología y que ella puede permitir un crecimiento inclusivo, que fomente mayor cohesión social y cooperación.

En Taiwán la tecnología fue fundamental para reaccionar adecuadamente a la llegada de Uber, mediante plataformas digitales que se constituyeron en instancias de diálogo que a su vez permitieron generar consensos básicos. Estos, luego, se tradujeron en políticas públicas destinadas a conciliar los beneficios de las nuevas tecnologías con la protección de los derechos de conductores y usuarios. La tecnología fue fundamental en la forma en que este país manejó la epidemia del COVID-19. Enfoques similares podrían utilizarse para que la inteligencia artificial, las redes sociales o la realidad virtual fueran herramientas al servicio de conectar a las personas, promover la colaboración, y fomentar mayor empatía.

Este es un debate muy pertinente en nuestro país. La confianza en las instituciones continúa deteriorándose, y parece un sinsentido pedirles a los ciudadanos que confíen en instituciones que no confían en ellos. Es momento de pensar en innovaciones rupturistas, disruptivas, y de tener debates radicalmente diferentes a los que nos hemos acostumbrado.

La próxima semana estará en Chile la exministra de Asuntos Digitales de Taiwán, Audrey Tang, una de las grandes responsables de la positiva experiencia de este país. Se encuentra en un cruzada para convencer a más personas de la conveniencia de importar elementos de la experiencia taiwanesa para la defensa de las democracias liberales. Quizás es un buen punto de partida para el cambio de foco que propongo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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