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El pueblo diaguita y el solsticio de invierno Opinión

El pueblo diaguita y el solsticio de invierno

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Bernardo Muñoz Aguilar
Por : Bernardo Muñoz Aguilar Antropólogo Social Universidad de Tübingen, Alemania.
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Para la antropología, concurrir a estos eventos y realizar o posibilitar alianzas sinérgicas entre actores indígenas, organismos públicos y privados es uno de los elementos que se encuentran entre sus más potentes capacidades.


El día 21 de junio pasado la totalidad de los pueblos indígenas de Chile celebraron el solsticio de invierno. Machaq Mara para los aimaras y el mundo andino en general, We Tripantu para los mapuche, son distintos nombres para una ceremonia llena de esperanzas y renovación junto a la madre naturaleza.

Tuve la posibilidad de asistir, invitado por el Consejo Territorial Diaguita, a esta bella instancia en tierras del desierto y Andes de la Región de Atacama. La verdad es que nunca me pude imaginar lo maravilloso que serían estos días de convivio con las comunidades diaguitas y sus Apus o cerros protectores. A medida que se acercaba el momento crecían mis emociones.

Llegamos a Vallenar en la madrugada del día 21 y nos recogieron en el terminal de buses dirigentes del Consejo. Inmediatamente nos trasladamos hacia el sector del cerro La Juana, en donde se realizaría la rogativa. Se habían dispuesto acomodaciones para los invitados y la comunidad y aún oscuro pudimos acercarnos a una fogata y deleitarnos con la amabilidad de los anfitriones. Comenzó a llegar la gente y a las 7:30 horas, en un gran círculo, se dispuso la ofrenda para la Pachamama y el señor sol.

Asistían no solo miembros de dicha comunidad, sino que también de varias otras, y además lo hacían el Departamento de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Vallenar, representantes de Conadi y la delegada provincial presidencial, entre otros participantes.

El ceremoniante de la comunidad, Leonel Rivera, nos introdujo en el rito mientras casi un centenar de personas nos arremolinábamos en un círculo lleno de emoción y respeto. Luego nos bendecirían con el humo proveniente de distintas hierbas que humeaban y despedían una grata fragancia.

La ceremonia continuó con la escalada hacia el cerro protector en tres etapas, en cada una de las cuales se nos explicaba las significancias de la historia de esos momentos por parte de miembros de la comunidad. La posterior comida y bebidas sin alcohol fueron generosas y provenían del esfuerzo de los distintos miembros de la comunidad.

En la tarde ya ayudamos a desmontar las estructuras y mobiliario dispuestos y luego subimos a más de 3.500 metros de altura a observar un potente sector de petroglifos. El frío proveniente de las cercanas montañas nevadas calaba los huesos.

Durante la bella ceremonia y entre los asistentes se encontraban los indígenas diaguitas de la comunidad de Cachiyuyo, las cuales nos dejaron invitados para el día siguiente a su actividad ceremonial. Asistimos junto a miembros de la comunidad cercana al Consejo Territorial Diaguita y nos encontramos con algo maravilloso. Aquí la celebración se desarrollaba por primera vez y la cacique también era la ceremoniante que entrenaba sus conocimientos en esa actividad. 

Nerviosa pero decidida encabezó el ceremonial y no permitió grabar o fotografiar este. La misma contó con el apoyo de la unidad de Cultura y Turismo de la I. Municipalidad de Vallenar encabezada por su directora Angélica Fuentes, por lo cual la misma contó con un apoyo económico y organizacional relevantes a la hora de propiciar procesos de reetnificación y de etnodesarrollo. 

Por lo mismo, además de lo bello de la ceremonia, mucho más extensa que la del día anterior, estuvo dotada de apetitosos platos y bebidas sin alcohol dispuestos también por la misma comunidad. La amabilidad de los vecinos y vecinos, miembros de la comunidad y sus familias, desbordaba generosidad y reciprocidad ante un momento tan importante: el reencuentro con sus raíces. 

Producto de su alianza estratégica con la I. Municipalidad de Vallenar la actividad contó con un bello cierre musical y mesas colmadas de delicias para el paladar. La alegría y emoción de la comunidad Diaguita de Cachiyuyo, por donde algún día por su estación de trenes pasó el Longino y cuenta aún con un teléfono público funcionando, era en modo agradecimiento por su despertar comunitario expresado en esta ceremonia.

Posteriormente y por la prensa local, nos enteramos de que diversas comunidades indígenas habían realizado sus propias ceremonias rituales, lo cual habla muy bien de los procesos de reetnificación y etnodesarrollo que viven los pueblos Diaguitas, Coyas y Changos de la mencionada región.

Para la antropología, concurrir a estos eventos y realizar o posibilitar alianzas sinérgicas entre actores indígenas, organismos públicos y privados es uno de los elementos que se encuentran entre sus más potentes capacidades. Una antropología de acción, de índole participativa y colaborativa al servicio de los pueblos indígenas.

En términos personales, comencé con estos procesos en el año 1982, apoyando en procesos de reetnificación a jóvenes indígenas urbanos aimaras a través de la organización Aymar Marka, y en el área atacameña con dirigentes como el fallecido Santiago Ramos, la exalcaldesa Sandra Berna, entre muchos otros. Comenzaba nuestro trabajo en procesos de etnodesarrollo. 

Posteriormente y a mi vuelta del exilio, este trabajo se profundizaría desde el turismo sostenible en la época en que el actual alcalde de San Pedro de Atacama, Justo Zuleta, era el director del Programa Orígenes de la Región de Antofagasta.

Cuarenta años después seguimos trabajando por apoyar los procesos de reetnificación y etnodesarrollo de los pueblos indígenas del país, especialmente en la macrozona norte, lo cual no deja cada día de maravillarme con nuevos descubrimientos sobre los pueblos indígenas chilenos y sus sueños y esperanzas. 

Queda por despejar la relación futura de las comunidades indígenas de la Región de Atacama con los proyectos fotovoltaicos y con la industria del litio, pero sus procesos crecientes de etnodesarrollo nos indican que esta se establecerá en equilibrio sostenible con la cultura ancestral, los territorios y los intereses económicos de nuestro país, al menos es eso a lo que aspiran los pueblos indígenas de esta región.

Subimos cerros, abrazamos, nos emocionamos, agradecimos, descubrimos nuevas realidades y nuevos manjares gastronómicos, pero por sobre todo pude constatar además que, a mis 66 años y seis meses, aún soy un todo terreno.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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