Los chilenos se venden a extranjeros. Son vendepatrias. Jadue y los iraníes. Jorge Brito plaga Viña de banderas de Palestina y Hezbollah.
Conocí a Otto de Habsburg en los 80. El “tío Otto”, como me dijo Alejandra de Habsburgo cuando le conté. Era miembro del Parlamento Europeo por la CSU bávara. Ya no un emperador, sino un católico conservador, tan notable como amable y educado. Agradezco haberlo conocido. Miro a su hijo y sobrino, ambos embajadores de Hungría en París y el Vaticano, y noto la impronta familiar. Diplomáticos de Orbán, resistido en Europa ante un papá que por mucho les puede no gustar, jamás osarían criticar. Siempre pendientes de Europa, la iglesia y también de su familia. Transmiten decencia, sentido público y mucha esperanza. Hacen brillar su país afuera. Nunca intrigan dentro.
Todo lo contrario a nuestros expatriados. Parisi usa Alabama como Albert Chang, Malta. Sebastián Edwards cree que sus calcetines le permiten disponer de las Humanidades desde California. José Luis Daza asume en el gobierno de Milei, justo cuando Argentina nos hace un acto inamistoso, que sincera ambiciones, acomplejadas por su deterioro y delirantes de la gloria de los 1900. Axel Kaiser se solaza si los argentinos lo tratan del “Milei chileno”. Kast usa tribunas fuera de Chile más que las internas, donde no persuade. Marco Enríquez-Ominami le lleva el maletín a Evo Morales, cuando Odebrecht ya no le ofrece un jet privado.
Los chilenos no cachan que no tenemos los mismos intereses estratégicos de otros. Tienen más lealtad con proyectos ideológicos que con su propio pueblo. Nicolás Eyzaguirre creyó que Argentina y Brasil se le allanarían para el BID. Heraldo Muñoz pecha asesorías de la OEA en México. Nicolás Ibáñez contrata catering de té en Windsor para financiar un carro bomba. ¿No hubiera sido más barato regalar la máquina?
No es la primera vez que nuestras élites buscan afuera lo que no dan dentro. José Miguel Fritis, Giacomo Marasso y Marcelo Rozas corrieron donde Napoleón Duarte cuando D’Aubuisson mató a Óscar Romero. Marta Harnecker corrió a abrazar a Hugo Chávez y terminó desencantada. Fidel enriqueció a Max Marambio, solo para arrancar apenas murió, temiendo que su hermano quería matarlo. Mauricio Rojas fracasa como ministro de Cultura y corre a Suecia a asumir como diputado. John Biehl fue el alter ego de Oscar Arias para los acuerdos de Esquipulas, hasta que Elliott Abrams exigió sacarlo de Costa Rica y del PNUD en 1988.
En la misma época, James Baker cuestiona a Cardoen una fábrica de gas mostaza en Asunción, en medio de la pelea entre Stroessner y Andrés Rodríguez. Andrónico Luksic le rechazó a Piñera la embajada en China en 2010 porque lo desperfilaba. Anda a explicarle eso a su hijo, Max, que no comprende cómo es usado por una derecha que no le interesa ganar la elección sino barajarla.
Los chilenos se venden a extranjeros. Son vendepatrias. Jadue y los iraníes. Jorge Brito plaga Viña de banderas de Palestina y Hezbollah. El PC blinda a Maduro. Salvador Schwartzmann se queja ¡desde Israel! de Daniel Mansuy. ¿Cómo puede cuestionar a una generación que prestó espaldas a este gobierno? El Ejército no sabe qué hacer con una operación encubierta en Chile, ni Ángel Valencia, porque el Gobierno tampoco los compensa. La Armada cuestionada por los incendios y la base argentina en el sur.
Si no es solo Boric. Élites chilenas aturdidas. No entienden el mundo y ni saben meter a Chile en la foto. Nadie vela por el interés nacional, porque no hay masa crítica para identificarlo. Una absoluta ineptitud estratégica y voluntad para resolver el problema.