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Gabriel Boric Font: entre giras y giros Opinión

Gabriel Boric Font: entre giras y giros

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Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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En la política gobernada por las emociones en la cual milita Boric, todo cobra sentido en la “democracia ocular”, donde sobran los ciudadanos pasivos y acríticos.


Es posible y hasta probable que Gabriel Boric Font se convierta en el Presidente de Chile más pro-OTAN en la historia contemporánea de la política exterior chilena desde el inicio de la Guerra Fría hasta nuestros días. Tal vez, solo el otro “Gabriel” (Gabriel González Videla) se acerque a detentar una política exterior marcadamente pro estadounidense y pro-OTAN, dejando fuera de esa corta lista al dictador Pinochet, quien usurpó el poder con la ayuda intervencionista del binomio Nixon-Kissinger.

Recordemos que la OTAN fue creada en 1949 por EE.UU. y Reino Unido, cuyos objetivos geoestratégicos y geopolíticos eran impedir la expansión de la Unión Soviética y, con ello, la expansión ideológica del comunismo en Europa Occidental y, por extensión, en cualquier zona de influencia estadounidense, incluyendo países e islas por el orbe.

Hoy en día, la ampliación de la OTAN funciona para “guerratizar” espacios de influencia perdida o deficitaria al control estadounidense y para alimentar el complejo militar industrial, bajo un régimen de guerra y una expansión del gasto militar en los países que se compren la amenaza actual (Rusia, China u otros) que dibuja EE.UU. en las cabezas de presidentes con deseos de figurar en la escena internacional. En esta escena, aparece Boric Font en la foto de cierre del evento suizo para legitimar el régimen de guerra en desarrollo y dar continuidad a la guerra en Ucrania.

Cabe recordar que el peso de las guerras recae principalmente sobre mujeres y niños. Como recuerda Richard Horton (2022), 10 millones de niños menores de 5 años murieron en conflictos entre 1995 y 2015. Mujeres y niños continúan muriendo por causas prevenibles en Ucrania, al igual que en Gaza y Cisjordania. ¿Acaso la cumbre en Suiza abordó las dimensiones de la crisis sanitaria y humanitaria en Ucrania? Asimismo, los conflictos prolongados también recrudecen la inseguridad alimentaria.

Ahora bien, si el Presidente chileno piensa o pensaba que se trataba de una “cumbre de paz” para llevar la paz al pueblo ucraniano, Boric Font tiene un problema compartido con sus octogenarios asesores de política exterior, que poco entienden de la dynaxity y mundo VUCA en curso en la zona euroasiática y, evidentemente, le pareció oportuno y mediático para su legado aparecer en la foto con sus jóvenes amigos presidentes de Canadá y Ucrania, como parte de su gira por “Occidente”.

¿Cuánto le va a costar esa imagen a Boric Font? Ahí se enmarcó la decisión de Occidente por prolongar la guerra en Ucrania o, más complejo aún, un potencial escenario de guerra entre la OTAN y Rusia. Esa foto, como la de cualquier cumbre sobre guerras, tiene su propia sombra de futuro. No es diálogo, no es comprensión de la dinámica y complejidad del presente, tampoco fue un esfuerzo por negociar la paz entre los beligerantes. Es un bono de guerra para canjear la posición de Chile, donde el Presidente Boric ya tomó partido. Déjà vu, monsieur Boric Font?

¿Quién lo diría?, el joven más a la izquierda del Partido Comunista, otrora militante del autonomismo y de un Frente Amplio para reemplazar a la vieja política, no solo despreció el año 2023 –como Presidente de Chile– los esfuerzos de Brasil por revitalizar un espacio sudamericano de convergencias como lo fue la Unasur (organización del siglo XXI), para que, producto del desprecio y la no contribución por una alternativa mejor que la Unasur (hasta el día de hoy), solo legara a su política exterior continuar con la vetusta OEA y abrazar a la añosa OTAN como espacios liderados por EE.UU. y sus políticas belicistas y pro golpes de Estado, como lo fue el del 2014 en Ucrania.

En la política gobernada por las emociones en la cual milita Boric, todo cobra sentido en la “democracia ocular”, donde sobran los ciudadanos pasivos y acríticos, ya que la democracia solo funciona en entornos de familiaridad frenteamplista y/o gobiernista, donde todo es abarcable al tamaño de la pantalla de sus celulares con viralizados e irreflexivos “me gusta”. En la democracia ocular todo se simplifica y escenifica.

Como advierte Innerarity, vivimos bajo escenarios más complejos en el que la política no cumple una de sus funciones más básicas: hacer su función comprensible para los ciudadanos, como –por ejemplo– si una política belicista, bajo un régimen de guerra, como “más armas para Ucrania y más dinero para financiar los objetivos de la OTAN”, va a traer más paz para el mundo o, por el contrario, más inestabilidad y un incremento de víctimas inocentes, principalmente ucranianas. Como dijo Victoria Nuland, pensando en los europeos, ¡que se jodan!

Chile y todo el mundo manejan el dato real del poderío nuclear de Rusia desde el siglo pasado y que bajo ninguna circunstancia este país va a aceptar amenazas a su existencia como país, sin usar su poder nuclear. Convengamos que Putin no milita en la política emocional de Boric, sino que es pura racionalidad, incluyendo la racionalidad irracional. Este antecedente lo manejaba con sensatez Kennedy en tiempos de Jrushchov en plena crisis de los misiles. Nunca es tarde para aprender.

¿Estamos en el mismo dilema que nos exige la mayor prudencia y pensamiento estratégico posible, al igual que en la crisis de 1962? Por supuesto que sí, y más grave aún, por el incremento del poder nuclear en manos de más países que en 1962. La crisis de seguridad global nos exige verdadera vocación para construir las paces en los territorios, no apoyar planes para guerratizar espacios de influencia y exigir más y mejores estrategias multilaterales para la resolución pacífica de los conflictos y crisis.

La misión de la política, la democracia y de los gobernantes de turno es afianzar ejercicios de nueva ciudadanía. Precisamos de participar como ciudadanía activa en diálogos estratégicos sobre el futuro común y compartido en plena crisis ecológica global y aislar a aquellos líderes y sectores ultraconservadores de todo el espectro político imaginable, que aún creen que “la guerra es la paz del futuro”, como lo cantaba Silvio Rodríguez y lo ponía en práctica Henry Kissinger.

Necesitamos avanzar en procesos crecientes de innovación colaborativa para construir paz sostenible, donde se acreciente la autorresponsabilidad propaz, comprendiendo la gravedad y dinámica de los conflictos y las crisis. Se vienen tiempos más difíciles de los que estamos viviendo actualmente, tanto por efecto de la crisis ecológica global y el efecto visible e imparable del cambio climático, sumando las sirenas de guerra e incremento del gasto militar en todos los continentes y países.

Indudablemente la escena “nacionalista” de los paneles solares argentinos en territorio chileno fue una acción premeditada y planificada, más allá de su pequeño efecto inmediato. La acción y sus respuestas eran predecibles. Como dijo alguien por ahí en otro contexto, “hay que meterle inestabilidad al sistema”.

Estas puestas en escena van a continuar ocurriendo, porque a más de alguien le interesa que el régimen de guerra se expanda y, con ello, el gasto militar, y más de alguien va a pisar ese palito, para que luego lleguen los salvadores del “mundo libre” a ofrecer el diseño de su solución y, de paso, canjear o imponer “seguridad” por recursos estratégicos. Nada nuevo bajo el sol.

Lo esperable, en el marco de ir construyendo las paces en nuestros territorios, es avanzar hacia una declaración conjunta para hacer de Sudamérica un espacio diverso de neutralidad activa, hasta alcanzar a los ojos del mundo una zona sudamericana de paz. Esta no debe ser solo una prioridad de nuestras cancillerías, sino ejercicio de nueva ciudadanía. Pensar en colores para hablar y actuar en colores. En una de esas, la política exterior turquesa cobra un nuevo sentido y una vitalidad violeta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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