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La locura de gastar de más Opinión

La locura de gastar de más

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Víctor Valenzuela Villagra
Por : Víctor Valenzuela Villagra Académico Departamento de Economía y Administración, Universidad Andrés Bello.
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Por alguna razón, los seres humanos, y particularmente los chilenos, gastamos de más. En términos simples, hablamos de exceder la capacidad que nos permiten nuestros ingresos presentes para consumir y para pagar cuentas. Esto se conoce como endeudarse o cortarse el pelo más arriba de la cabeza.


¿Por qué ocurre aquello? Veamos.

Kahneman, Tversky y Thaler aportaron con una ciencia híbrida entre la psicología y la economía, conocida como economía conductual, de la que derivan las finanzas conductuales y que condujo a dos de ellos a ganar un Nobel de Economía. La idea fuerza de esta teoría es que los humanos no actuamos racionalmente en nuestras decisiones económicas, omitimos la percepción del riesgo, es decir, no hacemos análisis sesudos respecto de en qué gastamos y por qué lo hacemos. Simplemente queremos gastar y sentirnos felices de disfrutar la vida de hoy a costa de ingresos futuros apostando a que llegarán. Nos atraen las facilidades del crédito.

Frente a esta realidad, lo primero que habría que hacer es explicar a las personas que no necesariamente es inconveniente pedir préstamos para gastar más que los ingresos recibidos en el corto plazo, asumiendo deudas en tarjetas y créditos, aun cuando se estén renovando sobre la base de otros créditos. Esto se conoce coloquialmente como “bicicleteo”.

Desde luego tener acceso al crédito permite pagar la vida que se quiere sin tener los recursos disponibles en un determinado momento, y atendiendo a las necesarias condiciones materiales de la existencia. Es una herramienta de movilidad social para quienes no han heredado un patrimonio. Pero el punto es hacerlo bien, y aquí la necesidad de la educación financiera, con los debidos conocimientos y responsabilidades que nos permitan no llegar a extremos de caer en la insolvencia.

Lo que aportó la psicología a la economía es explicar que las personas tenemos sesgos y decidimos por heurística. El sesgo nos impide ver la realidad tal cual la ven otras personas y la heurística es lo que se conoce como “una receta de cocina o atajo” para decidir. El típico ejemplo es que “hay que cambiar el auto cada dos años”, asunto que tiene líneas delgadas entre las emociones, supersticiones y los deseos de adquirir bienes materiales, tantas veces vinculados al estatus. 

Debiera quedar claro que la educación financiera no puede seguir apelando a lugares comunes como dar recomendaciones del tipo: sus deudas no deben superar más de un 25% de sus ingresos, debe cotizar qué banco le ofrece la mejor tasa, mantenga ahorros para posibles emergencias o compre con tiempo sus regalos de Navidad para conseguir mejores precios. Es sabido, y de todo sentido común, que el porcentaje de endeudamiento vendrá según sus prioridades: estudios, vivienda, emergencias médicas, reparaciones de la vivienda, seguridad, telefonía y cable, solo por nombrar algunos motivos de gasto. En el fondo, hay que vivir, ahora.

Respecto de cotizar y comparar condiciones, ya es un logro conseguir pasar los análisis de riesgo para ser aceptado en un crédito automotriz, de consumo o de emergencia. Y las preguntas que caen de cajón: ¿a cuántos les preocupa realmente la tasa?, ¿cómo se ahorra si se vive sobreendeudado?

Pero más allá de las capacidades y recursos económicos con los que cuenta cada persona, hay y ha habido muchos intentos en el país en las últimas cinco décadas para educar financieramente a la población, pero nunca ha pasado nada que se pueda considerar de alto impacto o que, en definitiva, modifique las conductas. Hay inversión pública y privada en este esfuerzo. Y es que el tema se convierte en un problema, por cuanto las restricciones para una adecuada educación respecto de cómo comportarse financieramente parecen infranqueables.

¿A qué nos referimos? A que hay sesgos psicológicos que se mueven entre valores, ideas religiosas, ideologías políticas y mitos, actitudes y expectativas, así como también restricciones del recurso humano que podría hacerse cargo de resolver el problema de la educación financiera; distinta de la conducta económica, ya que no siempre habla la pedagogía con el conocimiento técnico adecuado. Nos encontramos entonces en una suerte de torre de Babel, no hay una idea común respecto de qué hacer, de cómo abordar el problema.

En este escenario, es relevante preguntarnos si la educación financiera es un fin o un medio, pues eso orientará nuestro actuar para simplificar un aspecto relevante en nuestras vidas, que es saber cómo usar nuestros ingresos.

Sabemos que somos humanos y no los individuos meramente racionales que imaginaron los filósofos de épocas pasadas y que, además, vistieron con sus reflexiones y estudios a la ciencia económica. La economía, huelga decir, se sostiene en el principio o supuesto de racionalidad de los actores, el consumidor razona que a mayor precio es menor la cantidad que debe demandar. Frente a este razonamiento, habrá que recordar que menos mal que Steve Jobs no estudió economía, porque sus productos tienen mucha demanda, no importando el precio. Él pensó en el problema de usar el teclado del computador y propuso el mouse, y los consumidores nos encantamos. Ejemplos como este hay por millares.

En síntesis, la economía no ha logrado explicar satisfactoriamente la conducta económica de las personas, cuyo móvil no es exclusivamente la racionalidad, entonces mal se podría hacer educación financiera teniendo implícito el supuesto de racionalidad de los sujetos que se quiere educar. Hay que hacerlo diferente para obtener resultados distintos.

No sirve de mucho la recomendación de sentarse con la calculadora y anotar ingresos frente a gastos, de manera de visualizar qué es lo que podemos pagar y si lo necesitamos realmente, pues en definitiva las prioridades de gasto son dominadas por la emoción, según postula la nueva ciencia híbrida economía y psicología. Convenzan a un músico de que lo prioritario es pagar la cuenta de la luz y no las cuerdas para la guitarra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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