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Maduro: el yuan y el BRICS, geopolítica del capital Opinión

Maduro: el yuan y el BRICS, geopolítica del capital

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Carlos del Valle R. y Mauro Salazar
Por : Carlos del Valle R. y Mauro Salazar Académicos del Doctorado en Comunicación U. de La Frontera
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Tras la expulsión de las delegaciones diplomáticas –incluyendo el cónsul– se hizo explícita una estratagema cuidadosamente urdida.


Luego de una semana de sucesos, el cesarismo de Nicolás Maduro consolida un estilo sultánico y un populismo sin carisma que, a nombre de la unión cívico-militar, invoca la Milicia Nacional Bolivariana. De un lado, la vía bolivariana devela la captura estatal del generalato venezolano (“Estado militar”) que ha edificado un “modelo securitario” y, de otro, una izquierda regresiva que aún pretende mitologizar un pasado heroico, monumentalizar los testimonios (“déjà vu setentero-resistencial”) y abrazar las últimas osadías que activó el proceso chavista en la región.

También se invocan enigmáticas razones en nombre de un imperialismo que no tiene límites para toda “defensa socialista-experimental” contra el armatoste muy real del intervencionismo americano. En el plano de los forcejeos y obstinaciones declarativas se congregan las intransigencias del mundo comunista contra el conformismo adaptativo de las modernizaciones (“transiciones pactadas”). Tales epistemicidios y anorexias categoriales, carecen de toda seducción discursiva y no admiten la menor fluidez deconstructiva. La cultura del altermundismomovimientos antisistémicos–, el “Foro de São Paulo” y el bullado “Consenso de Washington” que, junto a su anacrónica teoría del imperialismo, suelen citar analistas tan relevantes, como afiliados al imaginario del XX –Atilio Borón o James Petras–.

Todo indica el paso a una fase postschumpeteriana del capital, especie de desglobalización, pero en cambio se ha expresado una nueva morfología de la geopolítica mundial en Caracas. Más allá del nihilismo moral de las democracias, cabe consignar aquello que se ha definido como mundialización de la ley del valor del capital, a saber, concentración, mundialización y financiarización.

Pese a la deslegitimidad del CNE venezolano, como asimismo a la comunidad internacional que denunció el fraude (Fundación Carter), cabe una pregunta fundamental: ¿el régimen de Nicolás Maduro se sostuvo esencialmente por los 300 generales corrompidos? Es posible aceptar una tesis corta, tan genuina como parroquial.

En términos generales el proceso se sostiene –aporéticamente– por los flujos de capital y, en ningún caso, por un “populus” lírico. Bajo los bloques financieros la contienda electoral en Venezuela se tornaba más bizarra al interior del entramado geopolítico y los consorcios (capitalismos rusos, asiáticos, americanos orientales, sin mitos liberales) hicieron prevalecer sus proyecciones, y poderes fácticos de concentración, sobre las riquezas cupríferas. Cabe recordar que Venezuela tiene el 20% de la reserva de petróleo mundial y ello ha implicado hiperinflación, la paralización parcial de la industria petrolera que ha impactado negativamente en los ingresos petroleros, agravada por la tensión entre Arabia Saudita y Rusia.

Con todo, Maduro –y  no por demócrata– mantiene a Venezuela al interior de las tensiones de esa geopolítica del capital. De otro modo, Washington, habría consensuado con las elites internacionales resueltamente un plan para sacar de facto al líder del régimen –“léase en helicóptero”y restituir el bullado “sublime liberal” que profesa nuestro mainstream, porque aún no entienden que la babelización global –anarquía del capital– impide producir plataformas de gobernabilidad, salvo los gobiernos del pánico (seguridad qua seguridad). 

Por fin, el líder –de irrefrenable rutización y autoritarismo– aún tiene grandes “inversiones” con los países del BRICS, fundado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica como una multiplicación de los polos de poder. Un grupo que cuenta con un “conjunto de oportunidades”, toda vez que Maduro anunció que los bloques petroleros y gasíferos podrían ser cedidos a los países del BRICS. No podemos olvidar que, en las últimas horas, el presidente Putin, junto con reconocer el triunfo de Maduro, ha invitado a su homólogo venezolano a la cumbre de los BRICS que se celebrará en octubre en la ciudad rusa de Kazán.

Y, cabe subrayarlo, los bloques financieros no invocan valores liberales o democráticos, sino el “orden de la facticidad” (acumulación), donde países como India, China y Sudáfrica, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Etiopía y Arabia Saudí representan el 40% de la población, un 31% del PIB Mundial y 48% de la producción mundial de Petróleo.

Ello explica ese frenesí del bloque ruso-chino –“barriles de petróleo”–, que también devela la orfandad de gubernamentalidad de nuestras élites desterritorializadas (parroquiales), aterrorizadas frente a la oleada de inmigración. El nuevo Banco de Desarrollo y el establecimiento del “Fondo de Reservas del BRICS” es un mecanismo preventivo y de apoyo a la liquidez de balanza de pagos, que constituye un aporte para enfrentar la volatilidad y promover la estabilidad financiera. Entonces, el progresismo chileno (tras el déjà vu de Cúcuta, 2019) no registraba la geopolítica del Capital. Aquella gesta humanista que tanto buscan los liberales, y que resulta más bien un síntoma para los regímenes de América Latina limitados a una “gobernanza securitaria”.

Hay tres cosas en juego que resultan fundamentales. De un lado, la subsistencia táctica del régimen frente al híbrido de legítimas presiones mediales, populares e internacionales. Ciudadanías miamistas –tildadas de gusanos–, como asimismo el boicot de corporaciones y medios de comunicación que, desde los tiempos de Hugo Chávez, vienen complotando por una salida humillante del experimento bolivariano y, de otro, algunas izquierdas que, obliteradamente, siguen apoyando, parcial o globalmente, el experimento bolivariano de las ultraderechas, y las diversas formas de imperialismo global que nunca se han ausentado.

En el último caso se trata de argumentaciones reactivas y, aunque justas, no ofrecen ninguna discusión de horizontes conceptuales, políticos o semánticos. Un último factor que cabe poner de relieve es el activo protagonismo del progresismo chileno, su inusitada agenda de convicciones democráticas –luego de una tormenta de realismo– y cálculos en escala glonacal. 

Tras la expulsión de las delegaciones diplomáticas incluyendo el cónsul se hizo explícita una estratagema cuidadosamente urdida. Al experimento bolivariano le resulta funcional a todo evento una reducción ciudadana (demográfica) para mitigar los ciclos de ebullición. En suma, el inminente éxodo forzado responde a una racionalidad cesarista que permite gobernar cual panóptico, con menos población. Todo augura un autoritarismo más gerenciable.

Pero cabe advertir, a la luz de nuestras élites en pánico, que ello afectará al Gobierno de Gabriel Boric que ha liderado la alborada democrática como, asimismo, la próxima coalición gubernamental tendrá que lidiar con este kantismo democrático. A la sazón, el Presidente chileno repuso la embajada en Caracas como estrategia política y cabe admitir el fracaso de la gestión. Incluso el cónsul, que esencialmente entrega documentación, también fue cesado por desconocer la “eventual” legalidad del triunfo de Maduro. 

En suma, Nicolás Maduro interrumpe relaciones con vehemencia y envía un mensaje directo, a saber: “Cualquier país que desconozca la legalidad de la institucionalidad venezolana en las elecciones, se tendrá que hacer cargo de la guerrilla de las poblaciones en diásporas”. En tal sentido Maduro advierte una  diáspora en diversas regiones de América Latina. En suma, el régimen instala una operación discursiva, cual eslogan, a saber, “que se vayan los que no estén con el régimen y se queden los que apoyan y que puedan ser normados”.

Desde una variante muy distinta, tal capitalismo del despojo ha sido recepcionado por los estetas del progresismo. Con el tiempo se tendrán que buscar las razones –una genealogía nada fácil– para comprender por qué esta “revolución híbrida” se desaceleró, expandió una enorme burocracia, y no supo sostener sus energías  emancipatorias

Convocamos al libro de Michel Foucault Seguridad, territorio y población, en donde da cuenta de cómo el poder, en sus diferentes versiones, pero sobre todo el biopolítico que surge con el capitalismo, requiere de una territorialización de la población, es decir, hacerla ubicua, visible, y entonces desplegar los dispositivos securitarios. Ante esta gesta autócrata, Gabriel Boric desarrolla un conjunto de vitriólicos “rituales democráticos” que complacen absolutamente el potencial exílico de la población venezolana como un territorio que, desde un punto de vista existencial, es ambiguo e impreciso, fragmentario, y marcado por la alteridad.

En suma, dada la prisa inflacionaria por exhibir credenciales democráticas en la región, se abre la guerrilla de cuerpos en economías de alta informalidad; poblaciones indeseables, sin horizontes de pertenencia, que no son ni jurídicas, ético-humanistas. Todos serán clave de loteos y entradas sin pasaporte que develan el despreció bolivariano por la “condición humana”. La pregunta aquí, ante este frenético giro democrático-liberal, es qué ocurrirá cuando los flujos de migración vayan más allá de la depreciación de mano de obra venezolana que abrazó nuestra burguesía adinerada (empresariado chileno) hace diez años con las prestaciones de población venezolana.

A modo de lección, no nos podemos olvidar cuando, en 2019, Sebastián Piñera viajó a Cúcuta, la frontera de Colombia con Venezuela, a respaldar al autoproclamado presidente de Venezuela, Juan Guaidó, quien, por las dudas, también pretendía derrocar a Nicolás Maduro. 

Para el madurismo y sus desgarbos no hay un Otro, no hay adversario, ni siquiera enemigo; solo trama especular en la que se refleja una y otra vez en incesante delirio narcisista. Por eso la inclinación natural a barrer con todo aquello que amenaza su mórbido “Yo“. Es, de plano y entonces, la negación de lo político; la irrefrenable compulsión a la egolatría que sutura lo colectivo; la tachadura radical del “alguien más”.

Por fin, la migración bolivariana solo ofrece clandestinaje, penalización y estéticas de otrocidio, donde la lengua dominante y el poder codificarán todo, incluyendo el propio liberalismo curatorial de Gabriel Boric. La discusión no es únicamente la biopolítica del petróleo, por fundamental que nos resulte la materia prima, sino una “frontera del dejar morir” y la ausencia de un pensamiento cognitivo, político-social de parte de las “izquierdas” sobre el dispositivo aduanero que será un nuevo “nacionalismo americano”, que eternizara la “gobernanza securitaria” (Trump/Kast).  

Y sobre la diáspora que viene hay un gran desafío, quizás el mayor en el entendido que Maduro no dejará el poder por la vía política. Entonces se desplegarán dos tramas en torno a la democracia que no necesariamente son complementarias y que van a tensionar densamente a los gobiernos de la región, pensamos en Chile puntualmente. Una es más fácil, ya operó y habita específicamente en el perímetro del relato: “Venezuela no es una democracia y no la reconocemos como tal”. 

En cambio, la otra, la que refiere a la acogida del nuevo migrante devenido, a su vez, en una nueva castración como sujeto político en su país, requiere de políticas públicas concretas que les exigen ahora a las democracias continentales estar a la altura del desborde que puede provocar, y recibir articulando políticas reales de acogida. A propósito de la condición humanitaria, es de esperar que el activo rol del FA se mantenga firme junto al mástil cuando el torrente migratorio devele que el rebaño de cuerpos ha consumado la anarquía del capital. 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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