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Nada peor que la educación de calidad Opinión

Nada peor que la educación de calidad

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Pablo Maillet
Por : Pablo Maillet Filósofo y académico
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Según este paradigma de la “educación de calidad”, todo problema educativo se reduce a factores financieros. Cuando falta un pizarrón, el problema es financiero, para este paradigma.


Si hay un concepto arraigado en la discusión pública en torno a la educación es la “educación de calidad”. Si hay un acuerdo amplio, política e ideológicamente hablando, en torno a alguna idea sobre mejorar la educación, que incluya prácticamente todo el amplio espectro de opiniones políticas, es la educación de calidad. 

La Real Academia de la Lengua española define “cliché”, en su tercera acepción, como “lugar común, idea o expresión demasiado repetida o formularia”, es decir, una palabra o frase que se ha dicho tantas veces que ha perdido su sustancia. 

Nadie sabe qué es la calidad en educación. Algunos expertos la explican en base a ciertas técnicas -como no podía ser de otra manera en la tecnocracia en la que vivimos- que permitirían obtener determinados resultados. Resultados que exigen pruebas nacionales, como el SIMCE o la PAES, o internacionales, como las mediciones PISA, OCDE, entre otras. 

Muchas de esas explicaciones técnicas miran solamente ese resultado: qué hacen los que obtuvieron buenos resultados. Mucha literatura o experiencia comparada, pero poco conocimiento de la realidad concreta. Pero, por sobre todo poco conocimiento de los fines de la educación. Al final la educación no dista mucho de un recetario. 

Si esto realmente fuera así, sería relativamente fácil obtener los resultados, sin embargo estos no llegan muchas veces. Si fuera de ese modo, copiar recetas exitosas, sería como el mundo del coaching, donde se venden fórmulas para ser exitoso, pero pocos finalmente lo son. Al final, los que venden las recetas se transforman en millonarios, porque los que necesitan el éxito -en el mundo laboral y en la educación- están dispuestos a comprar la receta, aún cuando muy pocos logren alcanzar ese éxito. 

El problema con todo esto de la educación de calidad es que comienza a perderse de vista el verdadero sentido de la educación. Ésta se llena de ingenieros -no tengo nada contra los ingenieros, mi padre es ingeniero, y nadie puede hacer mejor un puente que ellos-.El ingeniero desplaza al director que solía ser un educador con años de experiencia. Los objetivos se empiezan a separar de los fines, y el objetivo se vuelve el fin: la obtención del resultado. ¿Y luego qué?, ¿luego del resultado, qué viene ahora? Mejorar los resultados, año a año, lo que transforma al colegio en una empresa. O al menos algo similar. 

El problema de la tecnificación de la educación bajo el lema “educación de calidad”, es que el profesor se hace irrelevante. Allí donde lo importante era el profesor, ahora lo será un buen programa, diseñado, justamente, para alcanzar el resultado. Orientado al contenido del test, suprimiendo la relación, el proceso, la vida misma al interior de la sala de clases en la relación profesor-alumno. 

Con este nuevo paradigma de la eficiencia educativa, que trae el concepto de “educación de calidad”, se hacen borrosos los idearios educativos. Aquellos valores que inspiran un proyecto educativo. O al menos se hace secundario. Pues el criterio por el cual decidimos qué hacer o qué priorizar será siempre la eficacia del logro en las pruebas estandarizadas, uniformando, de esta manera, la educación hasta el extremo. 

Según este paradigma de la “educación de calidad”, todo problema educativo se reduce a factores financieros. Cuando falta un pizarrón, el problema es financiero, para este paradigma. Sin embargo, un profesor que haya tenido experiencia en educación sabrá sustituir cualquier medio para alcanzar el fin -no el objetivo- que es enseñar. Es evidente que hay medios que ayudan más que otros para que un estudiante aprenda, pero los medios nunca reemplazarán la creatividad docente. 

En este paradigma instalado en nuestra sociedad, el papel del alumno también se torna oscuro. Si hay una cualidad que todo estudiante debe tener, y que los buenos profesores saben despertar, es la admiración, que es la base de querer aprender, o es, en realidad, el querer aprender. Si el objetivo ya no es el aprendizaje, sino el aprendizaje de estas cosas que nos entregarán esos resultados estandarizados, entonces lo que le pase al alumno, los ritmos de cada uno, o la elección de un estudiante de un tema sobre el otro, será secundario, lo prioritario será que se ajuste a que deben preferir tales contenidos, asignaturas o materias, porque esos son más evaluados que otros. Razón por la cual la filosofía, el arte, el estudio de nuestra lengua, en conocimiento de cuestiones puramente culturales, al no estar estandarizadas, no forman parte prioritaria del currículum. 

Por lo tanto, una “educación de calidad” que no haya reflexionado sobre qué significado le daremos a este concepto no merece mucha admiración, la verdad. Porque no posee significado, se transforma en un cliché. Y nadie puede educar en base a un cliché, sino sólo en base a la verdad del ser humano. 

Si por “calidad” entendemos” justamente, la grandeza del ser humano, que incluye la grandeza de los que dirigen el colegio, de los profesores, de las familias, de la comunidad y del estudiante, como un proceso en el que todos se benefician, no sólo materialmente, sino también ensanchando su espíritu, entonces yo también me sumo a trabajar por una educación de calidad. Si no sabemos qué significa esa “calidad” no hay nada peor que la educación de calidad. 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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