Que existan miradas diferentes no es extraño ni malo. Los debates son antiguos.
En las últimas semanas, las polémicas cruzaron el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Una sobre la exposición “Luchas por el Arte”, que exhibe 100 obras de colección del museo, desde mediados del siglo XIX a un tercio del siglo XX, con un montaje novedoso de las obras, sin marcos y unidas bajo ciertos parámetros en una especie de puzle. Se inauguró en 2022, cuando era director del museo quien designó el Presidente Piñera. Es extraño que dos años después salte la crítica dirigida contra la actual directora del museo, descalificándola y atribuyéndole intencionalidad política. Salieron a respaldar la muestra y la gestión del MNBA treinta y siete Premios Nacionales de Arte, exdirectores del MNBA, de otros museos de Chile y del mundo.
Quizás sus críticos vieron el título –“Luchas por el Arte”– y prejuzgaron una presunta intención política izquierdista. Pero ese título copia el de un libro de 1915 de Alberto Mackenna Subercaseaux, intelectual y político de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, promotor de las artes y la cultura en Chile. Impulsó la creación del MNBA, trajo obras desde Europa, dirigió la Exposición Internacional de Bellas Artes de 1910, para el Centenario, etc. Mackenna relata sus propias “Luchas por el Arte” y da cuenta de conflictos entre artistas anteriores.
La otra polémica, paradójicamente, fue sobre una guía que explicó la arquitectura del MNBA que impulsó Mackenna, calificándola de “clasista, racista y machista”. Ello indignó a la columnista Elena Irarrázaval de El Mercurio, que rondaba por el museo. A Irarrázaval la siguió un coro de ángeles diciendo amén y cosas más duras, en cartas al director y redes sociales.
Opinaré como ciudadano común y público general que asiste a exposiciones del MNBA y otros, ya que carezco de formación académica en artes.
Que exista un debate público sobre el arte y el museo, siempre es una excelente noticia. Un bálsamo que eleva el debate público que repta por el suelo. Es parte del rol del arte y los museos, cuestionarnos, incomodarnos, para hacernos pensar y debatir.
Que existan miradas diferentes no es extraño ni malo. Los debates son antiguos. Leamos a chilenos antiguos y clásicos: “Formar el museo actual –hecho a base de pintores oficiales de nuevos ricos”, decía criticando el escritor Juan Emar (hijo de Eliodoro Yáñez) en la primera mitad del siglo XX. “Ni Lira honra con su amistad a los artistas rotos, ni Blanco se honra con la amistad de los siúticos y farsantes”, dijo el escritor y pintor Juan Rafael Allende a mediados del siglo XIX. “Nombrado director de un establecimiento no establecido. Nombrado contra la voluntad de un cuerpo de personas influyentes i poderosas” (sic), decía el pintor Enrique Lynch en el siglo XIX.
Como vemos, las palabras, uno o dos siglos después, de la guía del MNBA calificando su arquitectura de “clasista, racista y machista”, no alcanzan ni para pecado venial, ni son motivo para indignarse. Aunque es un punto de vista que no comparto. La arquitectura del museo es extraordinaria y todo el arte debe apreciarse en el contexto de su tiempo. Mirado desde hoy, podría ser machista, racista y clasista. Pero aplicando ese criterio, toda la gran arquitectura de París central, Viena, San Petersburgo y Moscú, Grecia y de Roma antiguas, son más machistas, racistas y clasistas. Entonces, no es un criterio distintivo o característico de la arquitectura del MNBA, en su época.
Creo que una obra de arte debiera hablar por sí misma, sin mediar explicaciones. Las opiniones de curadores, críticos o guías que “explican” las obras de arte, en general obstaculizan su comprensión, matan la esponjosa sensibilidad del espectador, con enredosos textos conceptuales sin pedagogía, que hacen sospechar que ni quien lo escribió lo entiende, aunque se suponen dirigidos al público general.
Seamos más generosos y estimulantes con ese público general que debemos llevar al museo, que requiere motivación y un contexto simple para ver la obra, elementos para experimentarla y comprenderla por sí mismo: quién es el artista, cómo evolucionó, a qué generación pertenece, cuál es el contexto histórico y cultural, su técnica, su novedad, etc. Luego dejemos al espectador experimentar y digerir la obra con libertad, imaginación y sensibilidad, con su propia forma de entender el mundo. Eso lo enriquecerá mucho más.
Respecto del montaje de la exposición “Luchas por el Arte”, hay que considerar que las disputas sobre el arte y su exhibición se agudizaron más desde inicios del siglo XX, a partir del cubismo de Picasso y Braque. El arte se transformó en un ejercicio permanente de creación vanguardista, de ruptura y diferenciación con lo preexistente. Un buen artista y su permanencia en el tiempo, se juegan en gran parte por su originalidad creativa, la diferenciación de su propuesta.
Pero no todos los espectadores tienen igual disponibilidad y flexibilidad a los cambios, la diferenciación y la diversidad. Prefieren la conservación, la estabilidad, la tradición, el orden y la homogeneización. Es totalmente legítimo. Ejercen su libertad. Se debe respetar. Pero ellos también deben tolerar y respetar la libertad de los creadores, las miradas distintas, el cambio y la diversidad. O el arte se petrificaría para siempre.
No hay una sola forma de experimentar, explicar o entender una obra, pues el arte está más cerca de la emoción y la sensibilidad que de la racionalidad. Creo que la obra de arte la culmina cada espectador, con su propia experiencia al contemplarla, su original interpretación. Para ello, necesita tolerancia, libertad de espíritu, emocional e intelectual.