Es innegable que los niveles de incertidumbre y desesperanza en el futuro no existen sólo en nuestro país; a nivel mundial, los desafíos sociales y planetarios son inmensos.
Por su significativo rol en la función socializadora de las nuevas generaciones, desde sus inicios, la educación en general y luego los sistemas educativos han sido considerados como un ámbito social clave para intencionar el tipo de sociedad que se desea construir. Era un tema recurrente en los escritos de los primeros filósofos sociales y de los sociólogos de la modernidad, generando debate respecto a los horizontes deseados de sociedad. Con los procesos de racionalización de los sistemas educativos, orientados en el último tiempo, y con justa media, por modelos enfocados hacia la mejora de los resultados educativos y su equidad, muchas veces queda la sensación de que son escasas las oportunidades para preguntarnos por los sentidos últimos de la educación y su relación con el tipo de sociedad que queremos construir.
Con los recientes resultados del último Informe sobre Desarrollo Humano en Chile (2024) es imposible no hacerse este tipo de preguntas. ¿Cuánto de los deseos, malestares, incapacidades y tensiones que nos constituyen como sociedad pueden explicarse por cómo se ha ido enfocando nuestra educación y estructurando nuestro sistema educativo? Si bien la encrucijada en la que nos encontramos (y que los informes sobre desarrollo humano han venido mostrando en las últimas décadas) no es atribuible, obviamente, sólo al ámbito educativo, es interesante hacerse la pregunta respecto a cómo la educación puede fortalecer capacidades para promover cambios que permitan potenciar el desarrollo humano de manera sostenible. Esto, en el entendido que, según el Informe, desarrollo humano refiere al propósito de incrementar la capacidad de las personas para que logren llevar a cabo la vida que eligen vivir, y también puedan aumentar la capacidad colectiva para transformar la sociedad en que viven y adaptarse a contextos complejos.
Hay por lo menos cuatro hallazgos que el Informe nos entrega, que deben entenderse como señales de alarma respecto a nuestra sociedad y, por ello, debiesen interpelar al ámbito educativo:
El diagnóstico que nos arroja el Informe, de una ciudadanía más desconfiada y atomizada, con una subjetividad menos agenciada y asocial, y con pesimismo ante el futuro, probablemente, no corresponde a la imagen de una sociedad deseada para nadie. Entonces, ¿qué educación debemos intencionar para favorecer una sociedad más cohesionada e individuos más agentes de sus vidas y con mayor incidencia en los asuntos que nos competen a todos?
Requerimos de una educación orientada hacia el desarrollo humano, que promueva la formación de habilidades intrapersonales, para favorecer el desarrollo de capacidades que susciten la autonomía de las personas. En este ámbito, así como es central la comprensión de los códigos culturales que nos enmarcan, y de los conocimientos y competencias que se les derivan para hacer del mundo un espacio inteligible y moldeable, también es de gran importancia impulsar aquellas capacidades que promueven el autoconocimiento, la toma de decisiones y el diseño y persecución de los proyectos de vida. Estos desafíos demandan una educación centrada en el sujeto y que abra oportunidades de exploración y elección en la propia experiencia educativa, por ejemplo. Es central abordar más enfáticamente estos últimos elementos en nuestra oferta educativa actual.
Así mismo, es central fortalecer el desarrollo de habilidades interpersonales que permitan promover la empatía, la colaboración, el diálogo, la deliberación y la confianza entre las personas, donde el trabajo en torno a las artes y las humanidades es central (como lo ha señalado Martha Nussbaum en su libro Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades). También, a través del desarrollo de experiencias educativas que favorezcan el involucramiento subjetivo de los estudiantes con las necesidades que puedan tener otros y los interpele a actuar en favor de ellas. Experiencias educativas como la metodología del “Aprendizaje servicio” son un ejemplo de ello, ya que, como experiencia educativa, nos entrega la posibilidad de evidenciar que es posible modificar las condiciones que afectan la vida de otros y, con ello, favorecer nuestra agencia colectiva y un entorno social menos desigual. Según lo evidenciado en el Informe, el desarrollo de habilidades interpersonales, como la empatía social y la comprensión de las necesidades de otros, es necesario de abordar en la educación de nuestra elite; más aún en nuestro país donde, a pesar de los avances generados por la Ley de inclusión, seguimos en presencia de un sistema educativo con alta segmentación social.
Es innegable que los niveles de incertidumbre y desesperanza en el futuro no existen sólo en nuestro país; a nivel mundial, los desafíos sociales y planetarios son inmensos. Por ejemplo, el calentamiento global, sus causas y consecuencias han tomado nuestra atención en los últimos años y, en el pasado reciente, la pandemia del COVID-19 ha reforzado nuestra sensación de fragilidad como especie.
Es por ello que, junto a las habilidades referidas, y como también ha sido tematizado bajo el rótulo de “habilidades para el siglo XXI”, queda del todo claro lo necesario que es seguir fortaleciendo habilidades cognitivas de orden superior que, a través del pensamiento crítico y el pensamiento complejo, la creatividad y la innovación, vayan abriendo nuevas posibilidades para ir resolviendo los desafíos que nuestro propio devenir social ha ido generando. Sólo con una educación así concebida, transformadora y que promueva el cambio, podremos promover un actuar efectivo a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, como lo señalan los Objetivos de Desarrollo Sostenible.