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¿Construir comunidad desde la diferencia? Opinión

¿Construir comunidad desde la diferencia?

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Desde finales de los años setenta la idea de que el vecindario podría ser un lugar de activación política y un punto de partida para la transformación de la ciudad fue retrocediendo.


Recientemente, en la convención del Partido Demócrata, Tim Walz, compañero de fórmula de la candidata Kamala Harris, dijo: “Esa familia que estaba al final de la calle a lo mejor no piensa como ustedes, a lo mejor no reza como ustedes, a lo mejor no ama como ustedes, pero son sus vecinos y hay que cuidarlos y ellos cuidarán de ustedes”. Lo que hace Walz es interesante, porque reúne en una misma frase dos ideas que suelen verse como separadas: comunidad y diferencia.

En los años sesenta en EE.UU. la comunidad y el vecindario se articularon con la idea de lucha política y de reivindicación de derechos urbanos. En ese tiempo se desarrollaron las Corporaciones de Desarrollo Comunitario (CDC), organizaciones controladas por los vecinos y centradas en las luchas reivindicativas en torno a la desinversión, la discriminación y la concentración de la pobreza en sus comunidades. Eran organizaciones que utilizaban la acción directa: autogestión de servicios sociales, campañas, boicots, marchas, etc.

Pero desde finales de los años setenta la idea de que el vecindario podría ser un lugar de activación política y un punto de partida para la transformación de la ciudad fue retrocediendo. En cambio, ganó fuerza la idea de entender los barrios como espacios contenidos en sí mismos, separados de la totalidad urbana, donde ser comunidad no implica luchar por algo en común, sino ser idénticos y compartir valores. La diferencia, que a veces trae aparejado el conflicto, comenzó a ser vista como algo negativo. 

Despojado de su horizonte de transformación, se termina asumiendo que los problemas del vecindario surgen en el vecindario y deben ser resueltos en él. Se clausura entonces la posibilidad de reflexionar y actuar sobre situaciones sociales estructurales, a la vez que se promueve una culpabilización de ciertos grupos dentro de la comunidad: los más pobres, los jóvenes, los inmigrantes, los que no participan, etc. 

Así, la comunidad va quedando fragmentada en identidades cerradas, imposibilitadas por ello de compartir luchas comunes.

Como sostiene el sociólogo argentino Daniel Alvaro, al definir de este modo a la comunidad, la fundamentamos en algo que está dado de una vez y para siempre, una identidad esencial que se asume como verdadera y que se ancla en un origen perdido o un fin relevado hacia el cual deberíamos movemos para reencontrar aquello que nos falta. 

La retórica de esta comunidad esencialista es algo que impregna las políticas públicas en Chile, donde se concibe una identidad comunitaria original. Es justamente a las comunidades así definidas a las que apela la extrema derecha en el mundo: puras, originarias, esenciales, con identidades fuertes y homogéneas, que niegan la diferencia. 

Pero la relación comunitaria y las comunidades que realmente existen son diversas, muchas veces conflictivas y se construyen desde las diferencias. La potencia de las comunidades para transformar su realidad se basa, justamente, en construir un horizonte común desde esas diferencias y en la práctica de encontrar soluciones a problemas concretos. No es algo dado por naturaleza, sino algo que se construye en el juntarse y en el producir acuerdos. 

Cuando Tim Walz reúne en una misma frase comunidad y diferencia, lo que hace es poner el horizonte en lo que se puede construir en común, y no en algo común que preexiste. Pensada así, la comunidad puede ser también una fuerza transformadora, una posibilidad de cambio. Esto abre la oportunidad de construir un discurso acerca de lo comunitario que dispute ese otro, ese que, desde una retórica romantizada, ensalza a las comunidades y a sus dirigencias, pero las mantiene ajenas a las decisiones que son realmente importantes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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