Si las IA y el ecosistema digital ya no solo son herramientas sino mundoambiente, entonces la relación no se agota en nudos instrumentales, sino en vidas de inmersión y anudación.
En un paisaje marcado por ambientes maquínicos, América Latina sigue “entrampada” en ancestrales localismos y antropologías neocoloniales. Una geografía vernácula que, amén de sus tradiciones, milenarias, implementa políticas públicas desde materias primas –extractivismos– y servicios feudatarios, en un régimen de gubernamentalidad alogarítmica.
Un ejemplo ejemplar es el triángulo del litio, fundamental para la transición energética. En la era geológica todo se traduce en contingentes humanos tercerizados en la industria del software, la programación, y entrenadores de inteligencia artificial (IA) en un contexto de “poderes inhumanos”, a saber, donde las formas de poder se ejercen a través de tecnologías autónomas que operan más allá del control humano (directo).
Tal proceso ha sido llamado tecno-feudalismo (Durand, 2021) o los nanofundios (Berti, 2022), diagramado por el consenso de Silicon Valley como ideología californiana de las mercancías digitales. Los expertos del ámbito “ciencia y tecnología”, raras veces suelen ser especialistas en ciencias sociales –puntualmente algún referente de ética o de ciencias jurídicas–, quedando confinados a las asesorías gubernamentales o vocerías de la “sociedad civil”.
Tal escenario exige revisar modelos teóricos, mapas epistemológicos y pactos cognitivos. De un lado, urge tomar distancias de las anacrónicas perspectivas que identifican la dimensión tecnológica como mero recurso (herramental), ante la evidencia de un mundo digital donde, lejos de la interacción, habitamos el tiempo drómico (Virilio, 2006) de mundoambientes digitales.
De otro, en la medida en que estas tecnologías se aplican a la toma de decisiones en diferentes ámbitos (público-privados, académicos, gubernamentales y empresariales) influyen de manera decisiva en las prácticas de la vida cotidiana, creando nuevos espacios y hábitos de producción, distribución y consumo de bienes, servicios y significaciones. Aquí, las ciencias sociales deben dar una “batalla” para no ser solo usuarias –administradoras sumisas– o implementadoras de IA, sino incidir en los ámbitos de desarrollo y auditoría de sistemas.
Lo último, podría estimular experiencias de investigación, desarrollo interdisciplinar, con énfasis en la articulación entre estudios teóricos y laboratorio de prácticas.
En nuestro presente aluvional, todavía subsisten, como parte de nuestras tradiciones de investigación, “enfoques” para las sociedades de masas, como asimismo ciencias sociales y modelos de razonamiento para la globalización multicultural. En la Argentina, consignamos ciencias sociales para la recuperación democrática y también para el post-2001. En Chile, la ley de neuroderechos y una nueva legislación sobre inteligencia artificial comprenden un avance estratégico.
Hoy nos corresponde pensar las ciencias sociales para un ecosistema sociodigital complejo y diferenciado, a saber, un pensamiento no está garantizado si no existe una orientación que abrace una potencia imaginal en los planos de la teoría, la epistemología y política. Lo último debería sedimentar un nuevo programa cultural sobre IA.
Ahora bien, si las IA y el ecosistema digital ya no sólo son herramientas sino mundoambiente, entonces la relación no se agota en nudos instrumentales, sino en vidas de inmersión y anudación. Dada la aceleración del procesamiento, la gestión de lo social, puede ser de alto riesgo en áreas de experiencias vitales (críticas) para la población. La perspectiva que necesitamos trasciende las recomendaciones voluntarias y los “manuales de buenas prácticas”, complementando el enfoque de la responsabilidad de la persona física o jurídica con el enfoque de las garantías sistémicas.
De allí que para afrontar los tipos emergentes de IA desde las ciencias humanas, para que su gobernanza sea eficaz, requiere complementar la ética con un enfoque sistémico, que reponga, allí donde hay alto riesgo, las mediaciones institucionales que la aceleración soslaya, mediante procedimientos de revisión transparentes, estructuras de rendición de cuentas vinculantes, documentación de modelos y conjuntos de datos y auditoría independiente. En suma: defensas en profundidad para que nuestra convivencia y coevolución con las IA sea más segura y confiable.
No podemos descartar que, en el futuro abstracto, recordemos estos años como un tiempo transcurrido “entre accidentes”. Entre la pandemia provocada por el COVID-19 y las controversias sobre los desafíos –incluido el “riesgo existencial”– que conllevan los nuevos tipos emergentes de IA.
El primero de estos accidentes, debido a las limitaciones de movimiento que ubicó a buena parte de la población mundial en la necesidad de ingresar a un “shock de virtualización” y “estados de pánico” donde la población padeció los estigmas del “terrorismo virológico” (paradigma biosecuritario). Este fárrago de sucesos instaló en la conversación pública la necesidad de un “nuevo acuerdo tecnológico”: un tech new deal para unas nuevas democracias digitales.
El segundo, por el momento, ha disparado una enorme cantidad de interrogantes, debido a la fuerza disruptiva con la que parece atravesar las diversas escalas de la experiencia social, y porque la aceleración que imprime a los procesos que automatiza se manifiesta, al menos en un primer momento, como un impulso de “destitución” de muchas de las mediaciones que constituían hasta hace poco lo social.
Desde otra variante, el término “mundoambiente” de Giorgio Agamben (2006) se usaba al principio de manera intuitiva, pero luego entendimos esa otra apropiación. En Lo abierto, Agamben traduce el término Umwelt como mondoambiente. Introduce un matiz al ejercer una presión sobre ese término, tradicionalmente traducido como “mundo circundante”, proponiendo una ligera reinterpretación. Vivimos en un sistema bio-socio-técnico que es, para nosotros, al mismo tiempo, un ambiente con el que interactuamos, un mundo circundante, de sentido y valores. Abrazar tal perspectiva implica una decisión interpretativa sobre el término Umwelt.
Por fin, “mundoambiente” alude a un mundo que no es solo un entorno, sino también nuestro depósito de sentido y formas de vida. Lejos de una escenografía, es un teatro de operaciones vitales, el lugar donde llevamos a cabo nuestras acciones y un ambiente que exige, estimula y define nuestros sistemas vitales. Como decía Donna Haraway (2019), el problema es que la ruina es nuestro hogar; cómo hacer de las ruinas un hogar: ese es nuestro verdadero desafío, especialmente en América Latina.
Tal es la tarea que nos convoca. Pensar, discutir (disentir) para crear una agenda compartida.