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La violencia en Chile: un reflejo de la desigualdad sistémica Opinión

La violencia en Chile: un reflejo de la desigualdad sistémica

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Libertad Méndez
Por : Libertad Méndez Miembro equipo de Salud de Izquierda Unida
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Es crucial entender que la violencia no surge del vacío.


La reciente tragedia ocurrida durante la romería anual del 11 de septiembre al Cementerio General, donde un joven fue asesinado por un autodeclarado “antimarchas”, nos recuerda que los límites se desdibujan cuando se validan y promocionan los discursos de odio y se toma por opiniones el mentir acerca de hechos históricos.

Acompañamos en el dolor a sus familiares y seres queridos, y esta tragedia deja preguntas que parecen inevitables: ¿por qué Carabineros no garantiza la seguridad de quienes asisten a una actividad autorizada? ¿Condenamos realmente la violencia, venga de donde venga? Aún faltan las respuestas de las autoridades sobre por qué asistir a un evento de estas características puede costar la vida.

Las palabras de Luisa Toledo, madre de los hermanos Vergara Toledo, resuenan con fuerza: “¿Por qué se nos exige que seamos pacíficos hasta la muerte? ¿Por qué a nosotros?”. Existe una asimetría en la exigencia de no violencia, cuando históricamente han sido los grupos poderosos quienes la ejercen; usando como herramienta al Estado para ejercerla y obtener impunidad. Los audios de Hermosilla son un botón de muestra de las formas de la corrupción y las redes de empresarios, justicia y legisladores.

La polarización que vive Chile tiene raíces profundas en décadas de trauma; ausencia de reparación, justicia tardía (si es que llega) y la pendiente respuesta para quienes siguen buscando a sus seres queridos. Como sociedad, debemos reconocer que la paz social no puede construirse sobre cimientos de impunidad, injusticia y desigualdad.

En Freirina dos mujeres estuvieron en prisión preventiva por ser acusadas de robar diez panes, mientras otros reciben clases de ética, algo que debe haber sido como un stand up de comedia para ellos. Cárceles con deplorables condiciones sanitarias para unos y, para otros, instalaciones de lujo.

Es crucial entender que la violencia no surge del vacío. Es el resultado de años de frustración acumulada, de promesas incumplidas y de un sistema que perpetúa las inequidades. Cuando el Estado falla o se ausenta en proteger a sus ciudadanos, cuando la justicia se percibe como un privilegio de pocos y cuando las vías institucionales parecen agotadas, la desesperación y la rabia pueden manifestarse de formas que desafían el orden establecido.

La construcción de una sociedad más justa y equitativa requiere un esfuerzo colectivo. Necesitamos políticas públicas que prioricen lo urgente para vivir y no solo sobrevivir. Esto implica reformas profundas en educación, salud, vivienda y pensiones, las mismas que prometieron que harían “con amor” y ahora votan en contra.

Como país tenemos la responsabilidad de reflexionar sobre el hecho histórico de haber vivido una dictadura y del activo rescate de la memoria ante relatos abiertamente falsos que no solo promueven la mentira, impiden el aprendizaje y crecimiento para evitar repeticiones. Quedan pendientes las garantías para ello, la justicia y la reparación. Decidir colectivamente qué tipo de sociedad queremos implica hacernos cargo, de lo contrario, asumir las consecuencias de la desigualdad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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