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Caiga quien caiga Opinión Fotos: AgenciaUNO

Caiga quien caiga

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Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Lo más dramático es que pareciera que empezamos a repetir el ciclo que se inició el 2015. Hoy volvemos a ver derrumbarse instituciones, y a chilenos desconfiados que no le creen a nadie. Todo esto, a menos de un mes de unas elecciones que serán con voto obligatorio.


El país parece no resistir un escándalo más. Como en un castillo de naipes, las instituciones chilenas han ido sufriendo un golpe tras otro durante los últimos meses, derrumbando su credibilidad y de quienes las representan. En el verano nos enteramos de que Pablo Zalaquett se reunía en su casa con la crème de la elite política, sin distinguir colores, saltándose la Ley de Lobby. Era uno de los secretos mejor guardados de nuestra clase política.

Al comienzo casi todos lo negaron, para después relativizar su discurso. Por supuesto, del caso nunca más se supo nada. Sin embargo, fue un aviso, una alerta, una especie de ensayo de lo que vendría unos meses después con el llamado caso Audios.

Con un efecto insospechado, el teléfono de Hermosilla fue mostrándonos lo peor de nosotros como sociedad, lo más podrido del poder. Corrupción, clientelismo, “favores” que después se pagaban caros. Fiscales y jueces metidos en una maraña sin ética, rogando por cargos que, al poco tiempo, el abogado top de la plaza rentabilizaba con creces.

Primero cayó el entonces director de la PDI, luego vendrían políticos, empresarios, abogados, hasta que el golpe llegó a un pilar de una sociedad: el Poder Judicial. Hoy tenemos ministros de la Corte Suprema investigados, exfiscales que le pasaban datos a Hermosilla –partiendo por Guerra–, fiscales acusadores que después terminaron apareciendo también entre los mensajes de WhatsApp del otrora poderoso abogado.

Y una cosa ha ido llevando a la otra. De pronto, nos enteramos de que había una universidad que recibe fondos públicos y albergaba y daba pega a los exministros o subsecretarios del Gobierno de Piñera, encabezados por su primo hermano, que a su vez era socio y amigo íntimo de quien hoy está en Capitán Yáber.

Luego supimos que el Fiscal Nacional tenía a su señora trabajando en el mismo lugar, que Guerra –quien era una especie de enlace con el Gobierno de Piñera– y Vivanco también eran parte de los académicos del plantel, hasta el plato de fondo: el sueldo millonario de Marcela Cubillos por media jornada, lo que hace sospechar que podría existir un caso de financiamiento ilegal de la política. Para rematar, el fiscal designado para investigar, Xavier Armendáriz, tuvo que renunciar a la causa porque había sido decano en la misma casa de estudios.

Por la gravedad de los hechos, el mundo oficialista salió a pedir que se investigue hasta las últimas consecuencias, hasta que “caiga quien caiga”. En la oposición, el silencio fue sepulcral durante las primeras semanas del escándalo. Salvo por uno que otro parlamentario, como Iván Moreira, que salió a poner las manos al fuego por Chadwick, claro que ahora sabemos que Guerra habría intervenido a su favor por petición de Hermosilla. Pero, en general, la mayoría de la derecha optó por el silencio, hasta que Matthei salió a repetir la frase “caiga quien caiga”.

Pese a expresarla, mantuvo la suficiente ambigüedad como para no golpear a nadie de su sector y eludió responder de manera clara si la sentencia corría también para Andrés Chadwick. Un “caiga quien caiga” a medias. Una frase cliché, usada en modo automático, que de tanto escucharla entre nuestros políticos –de todos los sectores– ha ido perdiendo credibilidad.

Y como si la serie no acabara nunca, se incorporaron nuevos y sabrosos capítulos la semana pasada a la trama. Como en un déjà vu, volvimos a conocer de otra colusión, esta vez la de los casinos y también retornó el caso Convenios, el que sigue en fase de investigación –con una lentitud sorprendente–, aunque ya no está concentrado solo en Democracia Viva, sino en varias organizaciones, incluido el monto mayor involucrado, cuya responsabilidad recae en el gobernador de La Araucanía, un político de derecha.

En el marco de este espectáculo político, El Mostrador –del que soy columnista permanente hace once años– dio cuenta de un caso que, a lo menos, llamaba la atención. La “devolución” de dineros a una fundación. O sea, el mundo al revés. Las fuentes correspondían a un equipo de fiscales. Por supuesto que la noticia despertó interés, debido a que se mencionaba a la expareja del Presidente.

Paradójicamente, varios de los mismos que salieron a aplaudir, una semana antes, el golpe del diario con el caso Cubillos, esta vez sacaron conclusiones de intencionalidad. Lejos de la realidad. En ambos casos, simplemente se apeló a lo que le da credibilidad a un medio de comunicación: la transparencia, el develar datos para que la ciudadanía los analice y saque sus conclusiones

Creo que Irina Karamanos actuó rápido, enfrentando el tema con una actitud que ya se quisieran muchos de nuestros políticos involucrados en los casos Penta, SQM, colusiones o Hermosilla. Explicó la razón de la devolución –había asumido como primera dama…– y entregó su cartola bancaria y acceso a su cuenta voluntariamente.

No sé si esto dará para una investigación o llegará hasta aquí. Sin embargo, creo que el rol de la prensa se cumplió a plenitud. Al igual que cuando se informó del sueldo de Cubillos o de los mensajes de WhatsApp de Hermosilla.

Y, claro, nuestros políticos de lado y lado saltaron para afirmar con convicción que se debe investigar “caiga quien caiga” –incluida Catalina Pérez… vinculada al inicio del caso Convenios–, aunque lo cierto es que solo validan la usada frase cuando está involucrado un representante del sector contrario. A la derecha le vino como anillo al dedo para desviar la atención del escándalo, así como, de seguro, al oficialismo le vendrán de maravilla las revelaciones del chat entre Guerra y Hermosilla –2.300 páginas– o lo que contenga el teléfono incautado de Vivanco.

Sin embargo, de fondo, lo que este país necesita, sus ciudadanos necesitamos, es volver a tener confianza en instituciones que han dañado la fe pública desde hace unos cuantos años, partiendo por la Iglesia católica y terminando en el Poder Judicial. Que el “caiga quien caiga” signifique que estamos dispuestos, todos, oficialismo y oposición, a que se investigue y a condenar a los que se saltan la fila, que abusan del poder y le roban al Estado. Sean del sector que sean.

Mientras tanto, lo más dramático, es que pareciera que empezamos a repetir el ciclo que se inició el 2015 con la colusión del papel, de los pollos, los raspados de olla, las clases de ética, la pedofilia en la Iglesia, los Penta, lo que terminaría transformándose en rabia unos años después.

Hoy volvemos a ver derrumbarse instituciones, y a chilenos desconfiados que no le creen a nadie. Todo esto, a menos de un mes de unas elecciones que serán con voto obligatorio. Sí me atrevo a afirmar que, si fuera voluntario acudir a las urnas, superaríamos con creces la abstención de las municipales 2020, que alcanzó casi un 60%, como una expresión de indignación y sensación de engaño. Y, por supuesto, los resultados del 26 y 27 de octubre son totalmente inciertos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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