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Subsidiariedad y los casos Cubillos Sigall y Vela Grau Opinión Fotos: AgenciaUNO

Subsidiariedad y los casos Cubillos Sigall y Vela Grau

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Hugo Herrera
Por : Hugo Herrera Abogado (Universidad de Valparaíso), doctor en filosofía (Universidad de Würzburg) y profesor titular en la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales
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Ni Vela ni Jackson probablemente leyeron el “libro naranja”, ni menos a von Ketteler, ni a Görres, ni a Müller ni a Savigny. Piensan en el principio de la subsidiariedad tal como la Cubillos –de modo neoliberal–, solo que para condenarlo. 


Probablemente Diego Vela no ha leído el “libro naranja”, como se conoce al texto que preparó Jaime Guzmán, como base de adoctrinamiento de los gremialistas: “El gremialismo y su postura universitaria”. Es una verdadera pieza política, redactada con acribia, claridad y rigor.

Uno de los ejes del texto es el principio de la subsidiariedad. En la versión de Guzmán, importa que el Estado no debe intervenir en la vida social (más allá de sus tareas de gendarme), salvo cuando los privados, individualmente o agrupados, no puedan realizar una labor socialmente relevante.

En el “libro naranja” Guzmán consolida, con elegancia, una operación que venía realizando hace tiempo, en la cual tergiversa la naturaleza de la subsidiariedad.

En la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), donde el principio aparece con claridad –especialmente en Rerum Novarum–, la Iglesia católica remite su pensamiento social, por la vía del obispo de Maguncia, von Ketteler y, a través de los maestros de este (Görres, Adam Müller, Savigny), al Romanticismo alemán.

En la DSI y el Romanticismo, el pensamiento de la subsidiariedad apunta a lograr un vínculo entre individuo, grupos intermedios y Estado en el cual se potencie la vitalidad de los tres. La analogía es la vida. Así como el cuerpo humano necesita del cerebro, sin el cual no existe, el cerebro necesita del resto del cuerpo humano, sin el cual muere. Ambos se requieren recíprocamente.

Algo así sucede con la subsidiariedad. Apunta a fortalecer la vida de todos los elementos sociales, fomentando la colaboración de individuo, Estado y grupos intermedios.

Es un principio eminentemente concreto. Es decir, exige, antes de decidir, considerar la realidad efectiva, la situación y los problemas que la aquejan. Al considerarse la situación, se ha de determinar, en concreto, quién o qué organización, si el individuo, un grupo intermedio o el Estado, está mejor preparado para abordar el problema del que se trate.

Esta explicación basta para mostrar que Guzmán tuerce el principio, cuando lo describe como un deber de abstención estatal (más allá de los límites del Estado gendarme), salvo cuando concurran circunstancias excepcionales. Se trata de un principio que es, así, convertido en una idea abstracta: de antemano se ha decidido que el Estado no ha de intervenir, salvo en los casos extraordinarios donde los privados fallan.

Si antes (en la DSI y el Romanticismo) había que evaluar en concreto qué organización estaba mejor preparada antes de decidir quién asume una tarea, ahora se le da un giro neoliberal al principio, que proclama la abstención del Estado, en el mismo sentido en el que lo plantea Milton Friedman (en Capitalismo y libertad).

Es casi seguro que Marcela Cubillos conoce el “libro naranja”. También es casi seguro que se quedó con la versión neoliberal que ese texto da de la subsidiariedad, sin reflexionar sobre ella (como sería esperable de un académico). Es casi seguro que desconoce los antecedentes del principio en von Ketteler y el Romanticismo alemán, el sentido vitalista y concreto de la subsidiariedad.

Bastaba, sin embargo, leer el “libro naranja” para percatarse de que estaba actuando mal. El “libro naranja” condena explícitamente la instrumentalización de la universidad para fines distintos a los suyos propios de la docencia y la investigación. El “libro naranja” dice que no se debe convertir a la universidad en medio para otra cosa, por ejemplo, en caja pagadora de la política o fuente de financiamiento irregular de la política y base de ruptura de toda proporción y colegialidad al pagarle a una profesora sin investigación algo así como cuatro o cinco veces lo que gana un investigador en la USS.

El otro caso grave y reciente de atentado a la subsidiariedad, es el de Diego Vela. Vela es mano derecha del cuestionado Giorgio Jackson, la especie de fan de las ideas neomarxistas del fracasado Atria, según las cuales el mercado es inmoral y debe desaparecer, y la deliberación pública es el camino al comunismo; Jackson, el mismo que aún no aclara el asunto del robo de su computador; Jackson, el que no ha logrado explicar el sistema de financiamiento ilegal de la política por la vía de las fundaciones; Jackson, el moralizante de los estándares superiores a la Concertación.

Ni Vela ni Jackson probablemente leyeron el “libro naranja”, ni menos a von Ketteler, ni a Görres, ni a Müller ni a Savigny. Piensan en el principio de la subsidiariedad tal como la Cubillos –de modo neoliberal–, solo que para condenarlo.

Si Cubillos atenta contra la subsidiariedad, sea en la versión de Guzmán, sea en la del socialcristianismo y el Romanticismo, al participar de la instrumentalización de la universidad y contribuir a debilitar esa institución vulnerando su sentido más profundo, por su parte, Diego Vela y sus superiores –Jackson y otros– violan el principio de la subsidiariedad en su versión integral (DSI y Romántica), al instrumentalizar, en este caso, una repartición pública relevante; al ayudar a convertir lo que debiese ser una burocracia profesional fuerte, vigorosa, vital, en algo parecido a un sistema de empleo para cesantes. De paso, forzando, de manera abusiva, a una funcionaria competente, Rocío Valdés, a dejarle su puesto al activista político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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