Para avanzar hacia un país más inclusivo, necesitamos recuperar la mirada de los niños y niñas, dejando atrás las barreras artificiales que los adultos hemos construido con el tiempo.
El 19 de noviembre de este año estuve presente en el estadio para el partido de fútbol entre Chile y Venezuela por las eliminatorias del Mundial. Lo que parecía ser una jornada deportiva de emoción y pasión, tuvo un momento complejo y doloroso. En medio de la hinchada chilena, observé cómo una persona de otra nacionalidad, me imagino con la esperanza de compartir una experiencia colectiva, fue objeto de discriminación.
En lugar de ser sumado al fervor colectivo del fútbol, fue víctima de insultos, gritos y hasta objetos lanzados hacia él, todo mientras varios niños y niñas observaban confundidos y preguntaban: “¿Por qué lo tratan así?”.
Desde su perspectiva, no entendían las barreras que los adultos solemos levantar, atrapados en prejuicios y divisiones. Los niños y niñas no comprenden esas barreras, para ellos no hay diferencia en el trato hacia los demás, independientemente de su origen. Su pregunta, “¿por qué lo tratan así?”, refleja la contradicción de un mundo que en su mayoría no está dispuesto a aceptar la diversidad y a reconocer a los migrantes como iguales.
Este acto de discriminación es solo una pequeña muestra de un fenómeno mucho más amplio y profundo: la xenofobia. No podemos ignorar que estos prejuicios son alimentados por las malas prácticas de una minoría, las cuales lamentablemente han distorsionado la percepción de la migración, opacando las verdaderas motivaciones de la gran mayoría, que solo busca oportunidades en nuestro país.
En un contexto global de crisis migratoria, millones de personas se ven forzadas a dejar sus hogares en busca de un futuro mejor. Según datos de la ONU, más de 100 millones de personas en el mundo han sido desplazadas por conflictos, violencia y desastres naturales.
Sin embargo, la acogida a los migrantes sigue siendo un desafío, ya que la gran mayoría, en lugar de encontrar inclusión, muchas veces se enfrenta al rechazo, la discriminación y la violencia, como lo vivió esa persona en el estadio. No obstante, en ese mismo acto veo cómo surge la esperanza, en esos niños y niñas que no comprendían la discriminación, lo que anima a pensar en una oportunidad para cambiar la narrativa y construir sociedades más inclusivas.
La inclusión social es un principio fundamental que debe ser promovido y fortalecido, sobre todo en tiempos de crisis migratoria. Esta debe ser entendida como un proceso dinámico y multidimensional, que involucra la adaptación de quienes llegan y de las sociedades que les reciben, sobre la base de los principios de protección de los derechos fundamentales, respeto, empatía, tolerancia y la no discriminación y que, a su vez, implica generar oportunidades en esferas como la económica, psicológica, social, lingüística, cívica y financiera, entre otras.
Para el logro de esto, es fundamental que todos los actores implicados desarrollemos acciones coordinadas e innovadoras.
Hoy, desde mi experiencia, he podido participar de iniciativas impulsadas que promueven la inclusión social y financiera de las personas migrantes más vulnerables, ofreciendo oportunidades para el desarrollo de sus emprendimientos a través de financiamiento, acceso a capacitación, digitalización y fortaleciendo las redes de apoyo. Al trabajar desde este enfoque, se promueve no solo la integración económica, sino que también la creación de comunidades más cohesionadas y abiertas a la diversidad.
Un reciente estudio de impacto que lideré arrojó resultados significativos de las más de 7 mil personas migrantes que apoyamos.
Se muestran avances en áreas claves como aumento de sus ganancias, autonomía económica y ahorro. Por ejemplo, en promedio han aumentado sus ganancias mensuales de $672.434 a $1.119.038 en un año. También destaca que un 16,5% de los emprendedores experimentaron un incremento en sus niveles de confianza hacia otros, un factor fundamental para la cohesión social y fortalecimiento del capital social en las comunidades de acogida.
Estos datos invitan a tener un cambio de mirada hacia el fenómeno migratorio, centrarnos en cómo esas personas no son solo receptoras de apoyo frente a la crisis que viven, sino que a la vez debemos mirarlas desde su contribución, reconocidas como actores activos, que aportan al desarrollo de sus nuevas comunidades, capaces de generar un impacto positivo cuando se les brindan herramientas pertinentes.
Para avanzar hacia un país más inclusivo, necesitamos recuperar la mirada de los niños y niñas, dejando atrás las barreras artificiales que los adultos hemos construido con el tiempo. La pregunta inocente frente al triste episodio de discriminación vivido aquel día en el estadio, nos invita a reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos construir.
No basta solo con dar oportunidades a quienes llegan desde otros países; sino que de entender que todos y todas desde nuestras diferencias, podemos y debemos construir las sociedades en las que queremos vivir, una realidad en donde nadie viva experiencias intolerantes, una realidad en que esas formas se nos hagan incomprensibles e irreconocibles y una realidad de nuevos consensos sociales, construidos sobre bases firmes de justicia, diversidad y solidaridad.
Solo entonces, la Roja será verdaderamente de todos y todas.
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