
Los desafíos de la vuelta a las aulas: el caso de estudiantes con discapacidad
Se estima que en Chile uno de cada siete niños, niñas y adolescentes tiene algún tipo de discapacidad, del cual el 5% experimenta una discapacidad de carácter severo. La pregunta es: ¿está nuestro sistema educativo preparado para responder a esta realidad?
Un poco de historia personal.
El destino quiso que llegara a este mundo el 4 de marzo de 1985, un día después del último gran terremoto que azotó las costas de la Quinta Región. Por esas cosas de la vida, tuve que nacer de forma prematura (poco menos de 7 meses). Producto de la alta exposición al oxígeno en la incubadora, literalmente vi quemar el 100% de la visión en mi ojo derecho y el 99,5% en el izquierdo.
Si bien, gracias a los esfuerzos de mi familia, pude cursar mi educación en colegios regulares, casi el 100% de los ajustes razonables corrieron por mi cuenta.
Para poder escribir en línea recta, mi papá y mi mamá marcaban a mano con lápiz pasta las líneas horizontales de mis cuadernos. Algunos profesores accedieron a tomar ciertas pruebas de forma oral, y el gesto que más recuerdo es el de mi profesor de matemáticas de 7° básico, quien, al ver mis dificultades con la asignatura, tuvo la genial idea de enseñarme individualmente frente al pizarrón para que pudiera ubicarme mejor con las ecuaciones.
Sin embargo, las asignaturas en las que tuve mayores dificultades fueron computación y educación física. En computación, la norma fue que me quedara toda la clase jugando con el mouse y su contraste en la pantalla verde de un equipo con Windows 2000. Me recorre un sudor frío al recordar la angustia y el llanto que sentía cada vez que terminaba una clase; no importaba qué tanto me esforzara, era imposible hacer lo mismo que mis compañeras o compañeros.
En educación física hacía lo mismo que el resto de la clase, ya que mi escasa visión me permitía practicar deporte sin mayores dificultades. Sin embargo, cuando mi vista disminuyó aún más debido a un desprendimiento de retina –después de chocar contra un muro cercano al colegio–, la “solución” fue simplemente eximirme de la asignatura para evitar que me lastimara.
La ley y su cruce con la realidad
En 2006, la Organización de las Naciones Unidas definió la discapacidad como el resultado de la interacción entre los déficits de la persona y las barreras del entorno, ya sean físicas o actitudinales. Es decir, la discapacidad no es solo una condición individual, sino una realidad bio-psico-social influenciada por el contexto, lo que sin duda explica el cambio en el enfoque en el plano educacional.
Antes, la educación se limitaba a transmitir conocimiento sin considerar cómo aprendía cada persona. Hoy, gracias a conceptos como el Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA) y el reconocimiento de las Necesidades Educativas Especiales (NEE), el Estado ha impulsado pequeños pero progresivos cambios.
Si bien siguen existiendo barreras que dificultan el acceso real a la educación para las personas con discapacidad –basta recordar que el promedio de años de escolaridad en Chile es de 12 para la población sin discapacidad, mientras que para quienes vivimos bajo esta condición es de solo 10–, también es cierto que gran parte de lo que viví en mi infancia ya no ocurre o, al menos, no es avalado por el sistema.
La pregunta es: ¿cuál es el siguiente paso que debemos dar como sociedad? Hoy, más que conformarnos con dejar atrás ciertas prácticas educativas que consideramos obsoletas, debemos comprometernos a generar políticas que no solo respeten la diversidad, sino que también la valoren y la validen.
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