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Violencia escolar: un problema sistémico que nos interpela a todos Opinión

Violencia escolar: un problema sistémico que nos interpela a todos

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Alejandro Wasiliew Conget
Por : Alejandro Wasiliew Conget Profesor y candidato a Magíster en Psicología Educacional UC
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Este lamentable suceso ocurrido en el Liceo Bicentenario de Excelencia de Trehuaco nos llama a una reflexión urgente.


A medida que se adicionan antecedentes del reciente caso de agresión de un estudiante autista a su profesora en el Liceo Bicentenario de Excelencia de Trehuaco, Región de Ñuble, más nos confronta una realidad insoslayable: la violencia en las aulas no es un hecho aislado, sino un síntoma de un problema estructural más profundo.

Para comprender este suceso desde una perspectiva amplia, es necesario analizarlo desde un enfoque sistémico, integrando el paradigma de la neurodiversidad y la violencia como un modo de actuar que se aprende.

Desde la perspectiva sistémica, la violencia en la escuela puede entenderse como parte de una dinámica disfuncional que involucra a todos los actores del sistema. En consideración de ello, la agresión del estudiante no puede ser vista simplemente como un acto meramente individual, sino como la expresión de una problemática relacional, donde los roles y las respuestas del mundo adulto (docentes, directivos, padres) juegan un papel clave.

Si la escuela no logra ser un entorno comprensivo y amable, si no es capaz de establecer canales de comunicación y contención efectivos, los conflictos pueden escalar hasta manifestaciones extremas de violencia, tal como ocurrió. En este caso, la pregunta clave es: ¿qué estructuras escolares han contribuido a que el estudiante haya respondido de forma violenta?

Para profundizar más en esta perspectiva, el modelo ecológico de Bronfenbrenner nos permite ampliar la mirada y comprender cómo distintos niveles del entorno impactan en la conducta de los estudiantes. En el microsistema, las relaciones inmediatas con la familia y los docentes influyen directamente en el desarrollo de los niños, niñas y jóvenes. Si en este nivel existen antecedentes de violencia, sea explícita o simbólica, es probable que el estudiante adopte estrategias agresivas.

Con relación a este aspecto, cabe mencionar que –sin pretender asignar culpabilidades– la profesora agredida había expresado previamente rechazo por el estudiante autista (“si tú no escribes, no me sirves en la sala”, “eso a ti no te importa, cuando necesitemos abogados, te hablamos”).

Por otra parte, la educadora, que sufrió una fractura de cráneo producto de los golpes, muy probablemente no estaba ajena al agobio laboral que aqueja a un alto porcentaje de los docentes. En el mesosistema, la calidad del vínculo entre la escuela y la familia es determinante para la prevención de conflictos. En el exosistema, las políticas educativas y la precarización de la enseñanza pueden generar un ambiente hostil que favorece la agresión, lo cual corre tanto para personas neurodivergentes como neurotípicas.

Finalmente, el macrosistema, que abarca los valores culturales y sociales, nos lleva a reflexionar sobre cómo la sobreexposición y la normalización de la violencia en los medios de comunicación, en las redes sociales y en la sociedad influyen en la conducta de los estudiantes.

Es fundamental entender que la violencia no es solo una reacción impulsiva, sino una respuesta que se desarrolla a partir de estructuras cognitivas, de esquemas o secuencias de acción aprendidos en la interacción social. También, que no es una característica del autismo. Los niños, niñas y jóvenes, en general, construyen su conocimiento a través de experiencias y esquemas mentales que pueden reforzar patrones violentos si estos son modelados por el entorno.

Si un estudiante ha vivido en contextos inmediatos o más amplios donde la agresión es una estrategia exitosa para resolver conflictos, es probable que internalice esa secuencia de acción. Al respecto, cabe enfatizar el papel del aprendizaje como un fenómeno mediado por otros: las respuestas agresivas pueden ser reforzadas o transformadas según las herramientas y mediaciones que el entorno educativo proporcione.

En este sentido, ¿qué medidas preventivas desarrolló la escuela para evitar interacciones violentas? ¿Se cuenta con modelos de detección y resolución no-violenta de conflictos? A estas preguntas agrego una afirmación: el Liceo Bicentenario de Excelencia de Trehuaco no cuenta con un Protocolo de Desregulación Emocional y Conductual, lo cual representa un grave incumplimiento de lo establecido en la Ley de Autismo N°21.545. 

Desde el paradigma de la neurodiversidad, este caso también debe llevarnos a cuestionar cómo el sistema educativo responde a las diversas formas de procesamiento cognitivo y emocional de los estudiantes.

La realidad es que muchas escuelas no cuentan con los recursos ni la capacitación necesaria para atender a estudiantes con necesidades específicas de apoyo educativo. La falta de estrategias adecuadas para comprender y regular las emociones puede conducir a reacciones violentas que podrían haberse prevenido con un enfoque más inclusivo y comprensivo.

La respuesta ante la deuda de preparación de las instituciones educativas, así como de mayor respaldo a entregar por parte del Ministerio de Educación, debe estar animada por la certeza de que las escuelas tienen una función social primordial: enseñarnos a vivir juntos y juntas. Desde esta perspectiva, la inclusión de un estudiantado diverso en su funcionamiento neurocognitivo es fundamental. 

Este lamentable suceso ocurrido en el Liceo Bicentenario de Excelencia de Trehuaco nos llama a una reflexión urgente. No basta con sancionar al estudiante o exigir mayor seguridad en las escuelas; es fundamental recorrer el camino largo de transformación de las estructuras que perpetúan la violencia.

Esto implica fortalecer la formación docente en estrategias de manejo de conflictos y la atención de un estudiantado necesariamente diverso, promover una educación emocional efectiva desde la infancia y garantizar que las políticas educativas se contextualicen realmente en las comunidades.

También, lleva a que nos preguntemos qué mundo les estamos brindando los adultos a los niños, niñas y jóvenes, autistas y no autistas, para desplegar su desarrollo personal. Solo así podremos aspirar a una escuela que sea un espacio de aprendizaje, respeto y contención para todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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