Al leer la columna “La liviandad de los videojuegos: violemos y matemos juntos hijo mío” [1], se me vienen a la cabeza un concepto que escuché varias veces durante mi carrera en ramos de psicología organizacional, y que incluso hoy en mi rol profesional como terapeuta puedo ver reflejado en las personas: la famosa “resistencia al cambio”, resistencia que aparece cuando se proponen cambios a nivel de cultura y prácticas llevadas por las personas.
No basta con que venga una profesional en un congreso internacional que se ha dedicado años a investigar sobre estrategias de enseñanza y aprendizaje a proponer nuevas dinámicas educativas (dinámicas necesarias para reestructurar la educación en una que forme realmente a estudiantes para la vida, más que sólo para responder pruebas estandarizadas), dinámicas que respondan a las necesidades actuales de los niños en pos de sus aprendizajes y que incorporen en nuestro beneficio los avances tecnológicos para ello. Pareciera no basta, porque al parecer al dar estas propuestas aparecen las resistencias y prejuicios que nos mantienen en la misma posición y sin hacer cambios reales y significativos.
El punto acá no es que el problema sean “los videojuegos” y los “anti-valores con los que llenan a los niños”. Podemos agarrar esta bandera de guerra frente a cualquier cosa externa y desconocida que nos parezca amenazante y nos asuste, como el internet, películas, redes sociales, y un infinito etc. Acá el tema es cómo nosotros adultos, y no sólo padres, sino que también profesionales, educadores, personas que interactuamos con los jóvenes y niños de hoy, jóvenes que les tocó crecer en este mundo tan conectado y en donde tenemos acceso a virtualmente todo, podemos adaptarnos y aprovechar en nuestro beneficio estas herramientas.
Como psicóloga, que diariamente veo tanto adultos como adolescentes, creo identificar en esta columna al menos 2 temas que son preocupantes:
En primer lugar, lo peligroso que es la ignorancia y desinformación en la que basamos nuestros juicios y decisiones que tomamos respecto a niños y adolescentes. Y acá no digo que el “ser ignorante” en sí sea el problema; creo yo misma ser muy ignorante en muchas cosas (cosa que todos somos un poco con algunas cosas/si se me para el auto por alguna causa que no sea “la pana del tonto”, no tengo idea qué pasó). Tampoco es que tengamos que saberlo todo (en una sociedad donde se te pide trabajar 45 hrs semanales, y llegar a la casa a seguir trabajando, es bien difícil) . El peligro está cuando no lo reconocemos, y más que trabajar por informarnos y conocer, responsabilizarnos de nuestros no-saberes, nos cerramos o no nos hacemos cargo de ello. Me recuerda a lo ocurrido con el estreno de la primera película de Deadpool, en donde muchos padres llevaron a sus hijos a verla, saliendo varios twitteros a criticar el poco tino de estos [2]. Esta situación es medio tragicómica, ya que quienes conocemos al personaje sabíamos que esta NO sería una película para niños, y nos reíamos con las Ads y post de Ryan Reynolds en ese momento. Pero incluso, sin tener que saber esto, explícitamente tenía restricciones de edad, siendo
incluso no apta para menores de 13 años en USA debido a sus escenas de violencia y sexo explícitas.
Cuando tenemos a alguien que habla de videojuegos que incitan a la violación, claramente hablamos de una desinfomación importante, ya que no hay juego comercial y permitido que incite a estas conductas. Probablemente algún juego no-comercialmente conocido o del “black market” debe haber; pero ya que un niño tenga acceso a ese tipo de juegos vetados o que pongamos siempre el GTA como ejemplo, juego que tiene restricción de edad de modo explícito, nos habla más de la escasa supervisión en el acceso a ese tipo de contenido. Por esto, basar la opinión de que los videojuegos en sí son malos y cerrar de frentón el uso que puede tener como estrategia pedagógica o incluso vincular debido a ello, nos cierra un mundo de oportunidades que pueden ser muy bien aprovechadas. El tema nuevamente, no son los videojuegos en sí, sino más bien el cómo conocemos aquello que están viendo los niños, de aquello que nosotros mismos a veces les pasamos o los llevamos a ver; no responsabilizarnos de esto, también es externalizar (es más fácil demandar a los productores de Deadpool o al cine que reconocer que la embarré no informándome antes).
Como segundo punto, es preocupante encontrarnos que desde nuestra visión de adultos subestimamos a los niños y adolescentes [3]. Como terapeuta, muchas veces me he topado con padres sorprendidos por la madurez de ciertas respuestas que les dan sus hijos en discusiones, o de que se hayan dado cuenta de que habían problemas en la casa. Incluso, frente a estas situaciones, nos encontramos con comentarios de “ese niño debió haber escuchado eso en alguna parte”, “es que fue influenciado para decir eso”, o incluso nos enojamos porque “más encima nos piden explicaciones”. Desde esta posición asumimos interioridades en niños y adolescentes simplistas, que no reconocen que independiente de que sean chicos, no son “tabulas rasas” que absorben como esponja TODO lo que se les presenta, que no se preguntan y que no piensan por sí mismos. No reconocemos que desde sus capacidades que se encuentran en desarrollo, son sujetos sociales, son personas que están creciendo y en este crecer pueden comenzar a tener una posición y desarrollar una opinión de las cosas cada vez más compleja. No reconocer esto (incluso teniendo las mejores intenciones del mundo), es una posición violenta que no nos permite verlos como un otro con deseos y motivaciones propias.
Frente a la discusión en torno a lo dañino que pueden ser videojuegos (o lo que sea contra lo que queramos pelear) hay algunos puntos que pueden darnos luces para avanzar. Primero, el dejar de subestimar a los chicos de hoy, sus valores y lo que pueden llegar a comprender. Yo siempre le digo a los padres medio en broma, medio (harto) en serio: convivimos con una generación que, a diferencia de nosotros, crecieron con celular en mano y en un mundo hiperconectado y lleno de información, y lo queramos o no ellos saben manejar estas tecnologías, información, etc., mucho mejor que nosotros… Condenar estas plataformas, la información, y movernos en la lógica de la prohibición y el miedo a lo desconocido (la resistencia), lo único que hará es que ese chico a escondidas siga haciendo lo que quería hacer en la casa de un amigo donde los papás si lo dejen jugar videojuegos o estar en redes sociales, o hará a escondidas todas esas cosas que nos aterran, y que la
única diferencia que habrá es que nosotros no sabremos, y simplemente viviremos en una ignorancia que nosotros mismos en esta dinámica hemos fundado.
Es por esto que, si queremos realmente acompañarlos y guiarlos de la mejor manera, es necesario reconocer nuestros vacíos, reconocer nuestros propios miedos. Reconocer que somos ignorantes en un mundo de nuevas tecnologías que modelan y cambian los modos en que las nuevas generaciones nos relacionarnos y sentirnos; que la violencia existe, que el bullying cibernético existe, que las ETS y embarazo adolescente existe, y nuevamente un infinito etc… Sólo abriendo los ojos y reconociendo nuestros miedos, vamos a poder efectivamente hacer algo con nuestros vacíos, trabajarlos y hacernos cargo de ello, para luego tener un acceso real a nuestros niños y adolescentes si les entregamos un espacio de confianza para acompañarlos. Pero la confianza no es un camino de una vía, donde sólo ellos deben abrirnos su mundo y nosotros “educar”; sino que nosotros debemos abrirnos a confiar en ellos, escucharlos, y sólo a través de este reconocimiento, podemos acompañarlos y guiarlos a tomar las mejores decisiones.
El tiempo en sí mismo no mejora o cambia las cosas. El verdadero “tiempo de calidad” del que tanto se habla, se puede dar de una forma más genuina primero en este reconocimiento.
Mariana Castillo, psicóloga clínica de Centro de Psicoterapia Ipseidad