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Negacionismo como política cultural

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Por: Alejandra Villarroel Sánchez


Señor Director:

El pasado mes de agosto, con indignación fuimos testigos de cómo el sitio de memoria y ex recinto de secuestro, desaparición forzada, violencia política sexual y tortura conocido como “La Venda Sexy”, declarado Monumento Histórico en 2016, era vendido a una inmobiliaria. Hoy, con estupor recibimos la noticia de que el actual gobierno gastará 2800 millones de pesos en la instalación del Museo de la Democracia, una visión acrítica de la transición que reivindica los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura civil militar, régimen del terror que destruyó el tejido social de nuestro país. Es decir, se nos está notificando la consolidación del negacionismo como política cultural, financiada como tal con recursos públicos que emanan de toda la ciudadanía.

Simultáneo a ese intolerable proyecto de apología al exterminio y saqueo propio del adn pinochetista, se anuncia una vez más que disminuirá la ya bajísima inversión en Cultura (que sin recorte alcanza sólo el 0.4% del presupuesto nacional), perjudicando la normal gestión de espacios artísticos y culturales que despliegan sus programas a lo largo del país. Incluidos un teatro regional y una fundación que, pese a mantener acuerdos económicos con poderosos aliados del mundo privado como Arauco en el Biobío y Minera Escondida a nivel nacional, respectivamente, ninguno logra sustentar el deber del Estado en relación al Derecho a la Cultura y el Derecho a la Educación Artística, ambos fundamentales para garantizar nuestro desarrollo integral y nuestras posibilidades de transformación social.

Ante esa realidad, comprobamos que en el Chile del neoliberalismo la única cultura que importa es la degradante cultura de la impunidad. Esa cultura estructural de la intensa vulneración de todos los derechos económicos, sociales, culturales; esa cultura de los silencios cómplices pactados por la elite política y el empresariado que desde el golpe de Estado, gobierno tras gobierno, han reducido concertadamente al país a lo que es hoy: un latifundio profundamente precarizado en todos los aspectos de la vida digna, un pueblo que relativiza su propia memoria histórica y se entrega a olvidar el nunca más, patrimonio que tantas organizaciones -por cie­rto, sostenidas principalmente por mujeres, ergo, invisibilizadas- han recuperado, protegido, defendido y activado en la resistencia durante los últimos 46 años de justicia transicional débil, concebida bajo la mediocre medida de lo posible.

A partir de esos anuncios, hoy enfrentamos una doble urgencia en nuestras de tomas de consciencia y de posición. Por un lado, es urgente que el modo de apropiación política del pasado en el presente que es el negacionismo sea considerado un peligroso atentado en contra de la democracia; y, por otro lado, resulta urgente que la democracia -mientras siga sometida a una inmutable constitución dictatorial- al menos sea (re)pensada y fortalecida poniendo a la Cultura, a la Educación y a la Memoria en el horizonte de las prioridades de una visión de país construida colectivamente. La pregunta es ¿existe una visión colectiva del país que queremos y necesitamos ser? Precisamente el sostenido deterioro de la cultura, la educación y la memoria, ha impedido y seguirá impidiendo tener esa visión comunitaria que articule nuestras subjetividades, que nos permita organizar nuestras chispas en la niebla.

Esa es la disputa ética y estética hoy sobre los imaginarios que deseamos irrigar. Si es que aun somos y poseemos la democracia, ésta jamás puede ser ni admitir ese museo.

Alejandra Villarroel Sánchez
Periodista Investigadora en Cultura, Educación y DDHH
Fundadora de Activa tu presente con memoria

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