Señor Director:
Por su intermedio me permito transmitir un mensaje a la Sra. Teresa Marinovic.
Sra. Marinovic,
La leo, la escucho y la pienso hace varios meses. La pregunta esencial detrás de ello, que a ratos me distrae de mis actividades cotidianas, es qué podría haberle pasado a una persona para levantar un discurso cimentado tan profundamente en el odio, en la división, en la falta de empatía, en la falta de reflexión crítica, en la carencia más absoluta de honestidad intelectual.
El día viernes recién pasado decidí dar un paseo por los matinales de la televisión nacional, bastante horribles, y me encontré con un panel al que por alguna razón la invitaron, ante lo cual la conclusión fue: aquí hay puro pensamiento hablado, nada de reflexión. Su intercambio de ideas con una prestigiosa periodista y Premio Nacional fue sumamente incómodo, el desdén con que se refirió a un niño del SENAME víctima de la represión policial me parece inaudito.
Lástima que Ud. ocupara un lugar en alguna Universidad de nuestro país para estudiar filosofía, y lo digo pues pienso que el primer rol de quienes han sido llamados a la vocación por dicha ocupación es cuestionar de manera consciente el pensamiento. Hoy, en Ud, no veo ninguna corriente del pensamiento filosófico occidental que ilustre su postura, salvo alguno que otro inspirador de los totalitarismo más atroces.
Probablemente no lea esta carta, pero me produce una extraña sensación de vergüenza ajena e incomodidad saber que por alguna desventura es invitada a hablarle al país en el medio de comunicación más difundido, provocando risas de sus compañeros de panel, mientras existe tanta gente mejor preparada, que quizá no piense como yo, ni defienda las mismas posturas, pero que al menos es lo suficientemente sensata y valiente como para levantar discursos que apelen a la solidaridad, a la empatía, a la construcción de una sociedad más afectuosa y respetuosa de la dignidad, a quienes jamás se les daría tal posibilidad.
La construcción de los discursos de odio es especialmente sencilla, pues radica en la emocionalidad carente de reflexión. Verla me provoca rechazo no sólo por el contenido de su mensaje sino por la facilidad con la que Usted cuenta para reproducirlo. Mensaje que, por lo demás, no tiene valor alguno desde el punto de vista académico o intelectual. Lamento sinceramente toda la publicidad que algunos medios de comunicación le han otorgado a un discurso como el suyo, especialmente en días tan complejos para nuestra sociedad.
Francisco Castillo