Señor Director:
La difusión a través de los medios de comunicación de las protestas producidas por la cuarentena en sectores postergados de Santiago y la proyección lumínica de la palabra “hambre” a un costado de la Torre de Telefónica en Plaza Baquedano, generaron una ola de críticas, las que iban desde el anuncio de querellas hasta acciones que buscaban bloquear la exhibición de nuevas imágenes en el centro de la ciudad. Los opositores a estas acciones acusaban la participación de agitadores políticos que se aprovechaban de la compleja situación que vive la Provincia de Santiago desde el decreto de confinamiento total anunciado por el gobierno a partir del 13 de mayo.
Más allá del debate de trinchera, muy usual desde las movilizaciones de octubre del 2019, es relevante preguntar si la cuestión está referida solamente a cómo se aborda la gestión de la pandemia, o revela además, la dificultad que tienen muchos chilenos y chilenas, autoridades incluidas, con empatizar con los problemas que experimentan sectores importantes de la población del país.
La noción moderna de empatía, según el economista Jeremy Rifkin, surge en el siglo XIX desde la estética para referirse al efecto emocional y sensorial que producía en el espectador presenciar una obra de arte. Con la expansión de la psicología en el siglo XX, la empatía se convierte en objeto de análisis científico y pasa a ocupar un lugar importante en los estudios sobre el comportamiento social y organizacional. Para Rifkin la empatía será “la voluntad del observador de tomar parte en la experiencia de otra persona y de compartir la sensación de esa experiencia”.
En 1996, el neurobiólogo Giacomo Rizzolatti descubrió accidentalmente las neuronas espejo, demostrando que los seres humanos están constituidos por neuronas que son capaces de reconocer al otro como un igual y que predisponen a los sujetos a empatizar con los demás. Experimentos posteriores dejaron en evidencia que los individuos pueden sentir la felicidad y el dolor de otros no por una convención social, sino como una experiencia orgánica vital. Este hallazgo no solamente implicó un avance significativo para la biología, sino también tuvo efectos de gran alcance en otras áreas al punto de rebatir la supuesta naturaleza competitiva del ser humano que explicaría, entre otras cuestiones, sus modos de organizarse en sociedad.
La pandemia que azota al mundo impone gigantescos desafíos y esfuerzos para los cuales no existía preparación ni anticipación prevista; no obstante, para poder salir de la crisis sanitaria y económica no basta con el trabajo experto en cada área. También implica un gran desafío en modificar las formas de convivencia que tiendan a la cooperación y la colaboración a escala global.
En el caso de Chile, varios reportes nacionales e internacionales ya daban cuenta con anterioridad a la emergencia del covid-19 de los bajos niveles de confianza interpersonal e institucional que existían, lo que constituye una debilidad para quienes deben gestionar y tomar decisiones que requieren necesariamente de un gran compromiso individual y colectivo.
Por ende, no basta con tomar correctas decisiones administrativas para el manejo de la crisis si es que esto no va acompañado de una actitud efectiva de situarse en las preocupaciones y sobre todo en las realidades que experimentan las personas. Desafortunadamente, la manera en que se ha configurado la sociedad chilena en las últimas décadas no contribuye a ello.
Rifkin sugiere que uno de los motivos que conspiran contra la empatía en la sociedad contemporánea es la configuración de estas más como una estructura tribal que una global, diversa e integral. Una estructura tribal se dispone a partir de grupos más bien cerrados que comparten una serie de roles y rituales característicos; pero ajenos a otras tribus, como etnia, religión, atuendos, etc.
En una ciudad como Santiago, y otras del país, constituida por guetos fácilmente reconocibles, parece un ejercicio simple definir tribus y encasillar a las personas en grupos cerrados con escasa conexión con el resto. En este contexto, no se puede observar ni menos practicar empatía, pues los sentimientos, preocupaciones y sobre todo experiencias e historias de vida son muy diferentes a las propias.
En un país donde algunos líderes consideran la educación un bien de consumo y otros servicios públicos reciben un tratamiento similar, que tienden a la segregación y la tribalización, difícilmente se logrará modificar esta estructura que permita recomponer las relaciones sociales basadas en la confianza y la empatía.
Juan Enrique Egaña González
Académico Escuela Ingeniería Comercial
Universidad de Valparaíso