Señor Director:
La desafección política en Chile se traduce en una ciudadanía que no confía en sus representantes, a quienes percibe lejanos y centrados en sus propios intereses. Los arreglines, los acuerdos entre cuatro paredes, la amnesia selectiva, la servidumbre a intereses privados, lamentablemente siguen ahí, erosionando progresivamente la confianza de la ciudadanía en el sistema político.
El proceso constituyente es una coyuntura única que podría recobrar la confianza en la institucionalidad, precisamente porque permitirá rediseñar las instituciones políticas, administrativas y de gobierno, a fin de hacerlas realmente confiables, cercanas, eficientes y probas. Esto, desde luego, no está asegurado, y dependerá tanto de la hegemonía de las fuerzas transformadoras como de la total transparencia del proceso. La segunda es una condición clave que no ha sido debidamente discutida.
La transparencia del proceso constituyente debe ser radical, desde conocer los vínculos comerciales, laborales y políticos de cada candidatura, hasta hacer que todas las sesiones, sin excepción, sean públicas, televisadas, transmitidas por streaming, y traducidas a lenguas indígenas e inclusivas de personas con discapacidad visual y auditiva.
A pesar de lo que algunos creen, la gente entiende perfectamente que los procesos políticos son complejos y que en negociaciones difíciles -como una nueva constitución- a veces se gana y otras se pierde. Pero también espera que sus constituyentes actúen honestamente, sin miedo al escrutinio público, y con total apertura a la participación ciudadana en un proceso que se ganó en las calles. No perdamos la posibilidad de hacer las cosas de forma distinta, esta vez de frente a la ciudadanía: Tengamos una convención constitucional con paredes de cristal. Cualquier otra cosa será reproducir la lógica de un modelo político que fracasó y culminó en el 18 de octubre.
Bárbara Sepúlveda