Señor Director:
Tanto el llamado caso audios, como la discusión en torno a las remuneraciones de una candidata a la alcaldía de Las Condes, tiene un vector analítico asociado a los principios y valores que la comunidad dice proteger, y los riesgos existentes en descuidar ese contenido.
Uno de los efectos perniciosos es socavar la promesa meritocrática como instrumento para el bienestar personal. Ésta indica que el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo duro, son requisitos para una vida mejor y el camino moralmente adecuado para cosechar los frutos (materiales, psicológicos, espirituales) de la vida en sociedad. Sin embargo, los casos mencionados fragmentan dicho ideal, por cuanto reflejan avenidas alternativas – y ciertamente problemáticas – para el bienestar, dadas por las condiciones contextuales de las personas, su conexión con el poder y el acceso que la construcción de redes les entrega.
Si se sigue a Michael Sandel (cuyo foco respecto del mérito opera en otra dimensión, pero que resulta útil para explorar sus efectos), la traición a la promesa meritocrática provoca dos formas de descontento: frustración, porque se constata la selectividad en la exigencia del ideal y porque se concluye, entonces, que la promesa es hipócrita; y desesperanza, porque esforzarse, sacrificarse y trabajar duramente termina igualmente con una desventaja en comparación con quienes operan de otra manera.
En otras palabras, parece razonable aceptar desigualdades sociales en la medida en que éstas cuenten con justificación moral y la meritocracia es precisamente una forma de justificación, al menos en el ámbito de las oportunidades. Pero cuando ella se pone en duda, y cuando, secundariamente, se le suman actitudes asociadas al éxito material como la soberbia, el resultado es uno en donde en vastos sectores de la población se cultiva la humillación y el resentimiento. El cuidado y la responsabilidad son centrales para aminorarlos.
Guido Larson Bosco
Docente Facultad de Gobierno
Universidad del Desarrollo