Señor Director:
Leo con algo de desconcierto la columna de Mario Waissbluth del 26 de octubre recién pasado, donde declara estar harto respecto de determinados sucesos en Medio Oriente.
Esto se debe a la frivolidad y liviandad con la que asume una posición de aceptación frente a una masacre como la que está cometiendo el gobierno de Israel en Gaza, a pesar de decir que estaría protestando contra Netanyahu y su régimen.
Retrucando el estilo del columnista, debo decir que estoy harto de quienes ven víctimas en un solo lado y de los que guardan silencio frente al bombardeo de residencias civiles u hospitales. Estoy harto de quienes creen que ser una “democracia” da carta blanca para destruir las reglas más básicas del derecho internacional, del derecho internacional humanitario y de las reglas de la guerra. De quienes al parecer piensan que el problema de los asentamientos viene de los últimos años y no de lo que, a estas alturas parece una ideología asentada en la sociedad israelí. Cabe recordar que hay incluso propietarios chilenos que han sido afectados por las últimas órdenes de colonización en la zona de Beit Jala. Estoy harto de quienes aprovechan una circunstancia como esta para repetir enemigos tales como “el progresismo”, “la izquierda woke” y “el feminismo de pacotilla”, etiquetas que no dicen nada.
Quizá usando la misma analogía del Sr. Waissbluth se entienda la gravedad de estos silencios y omisiones. Si la respuesta a un ataque en suelo estadounidense hubiese tenido las dimensiones de la que se lleva a cabo en Gaza, estaríamos hablando de más de 2.700.000 muertes en México, de las cuales 900.000 corresponderían a niños. Y eso con los cálculos más conservadores y sin considerar el problema alimentario, sanitario y económico generado por la guerra.
Cualquier persona con un poco de criterio consideraría eso, si no como genocidio, sí como un grave crimen de guerra. Y a diferencia de lo que ha pasado en esta ocasión, en Estados Unidos sí se persiguió criminalmente a quienes torturaron a prisioneros iraquíes. Por lo mismo, también debo decir que estoy harto de quienes piensan que la paz se construye sin reconocer a los demás como personas.